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Sus medallas de oro no le ofrecían consuelo y no encontraba propósito 
para seguir viviendo.

La estrella de la natación Michael Phelps, el atleta olímpico más condecorado de la historia, casi cometió suicidio hace dos años. Su pericia atlética y su éxito le habían valido muchísima atención mediática durante la última década, tanta que pareciera que los medios deportivos le veneraban como a un dios.

Se sentía vacío por dentro e intentó callar su dolor con drogas y alcohol, lo que le lanzó a una espiral de decadencia. En 2009 fue suspendido en natación durante tres meses después de que se hiciera viral una fotografía suya fumando en un bong, pero la sanción no le impidió seguir con las fiestas y viviendo al límite.

Según admitió en una entrevista para ESPN: “No tenía autoestima. Ni amor propio. Pensaba que al mundo le iría mejor sin mí. Pensé que lo mejor que podía hacer… era poner fin a mi vida”. Sus medallas de oro no le ofrecían consuelo y no encontraba propósito para seguir viviendo.

De forma providencial, su familia y amigos le convencieron para que ingresara en un centro de rehabilitación donde plantar cara a sus demonios. Al principio era reacio a abrirse, pero después de un tiempo aceptó su destino y empezó el camino de la recuperación.

Phelps llevaba consigo el libro “Una vida con propósito”, de Rick Warren. No sólo lo leyó, sino que empezó a compartirlo con sus compañeros pacientes de la clínica de rehabilitación. Así se ganó el sobrenombre de ‘Mike el Predicador’.

Su renovada fe cristiana le ha aportado una nueva dirección.

Phelps explicó en una entrevista que el libro “me había hecho creer en que hay un poder por encima de mí y que tengo un propósito en este planeta”.

Los atletas besan sus medallas, que validan su trabajo duro, pero las medallas no pueden devolverles ese amor. Los elogios de los medios van y vienen caprichosos como el viento. Pero el amor que nace de la fe ayuda a restaurar la perspectiva.

Después de unos meses tras la rehabilitación, Phelps pidió a su novia de muchos años Nicole Johnson que se casara con él. Poco después del compromiso descubrieron que Nicole estaba embarazada, y el reciente nacimiento de su hijo fue otro punto de inflexión para él.

Por la gracia de Dios, Phelps fue rescatado del abismo y devuelto a la vida. Puede que no sea perfecto, pero su renovada fe cristiana le ha aportado una nueva dirección.

Su éxito aún le hace ser el centro de los medios de comunicación, que le adoran como a un dios, pero esta vez Phelps parece tener una mejor comprensión sobre quién es en el gran planteamiento de la vida y sobre qué es lo que de verdad importa. Entiende que las medallas de oro, por muchas que acumule uno, no tienen el poder de salvarte la vida.

Vía: Aleteia

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