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En un día soleado, muy común en la temporada, recorriendo la ruta del Spondylus, provincia de Santa Elena, llegamos hasta San Pablo, lugar desde donde se practica parapente, así que… a ajustarse los cinturones con mucha precaución y  ¡A volar!.

No podíamos creer lo que estábamos a punto de hacer, teníamos la mente en blanco, pero algo nos dijo a cada una: “no pienses, sólo hazlo”. Los parapentes salen desde una montaña lo suficientemente alta como para saltar al vacío, por $30 y sin firmar ningún papel, como se acostumbra en otros sitios donde se realiza esta práctica. Hay que esperar unos veinte minutos para que llegar al turno, los cuales pasan volando. Para futuras referencias, no ingerir bebidas cuando al estar a punto de subir a un parapente. Eso evitará que vergonzosamente tengan que correr al baño segundos antes de subir y con un pesado traje encima.

La primera fue Antonella, que se sacó sus sandalias sin que le importe el piso caliente por el sol y las piedras. Jorge, el piloto, le dijo: «Cógete fuerte y damos unos pasos». Ella siguió las instrucciones y en un abrir y cerrar los ojos, con unos cuantos movimientos ya estaba volando. 

Con la gran adrenalina de despegar, voló por un cielo tan azul que se confundía con el océano, dispuesta a encontrar algunas de sus vivencias perdidas y desperdiciadas, uno de sus más grandes anhelos por cumplir, en el que sin duda alguna éste ya se estaba convirtiendo en uno de sus más grandes aventuras. Jorge le preguntó si sabía nadar, debido a que estaban a muchos metros de altura y si caían, aterrizarían en alta mar. Entre un par de risas, un toque de adrenalina y unos cuanto selfies, los quince minutos se le fueron volando.

Cuando Antonella llegó a tierra me tocó a mí. Me senté y cerré los ojos, tal vez por temor a que se me salieran en el trayecto. Nos impulsamos con el instructor e inmediatamente sentí la fuerza del viento empujándonos al vacío y con fervor sonreí saboreando la independencia que se mecía en el ambiente. Entablé conversación con el piloto poco a poco, queriendo saber más sobre este deporte tan apasionante. Descubrí que no se trataba de cualquier amateur sino que me encontraba con el ganador de la Copa de Parapente de ese año. En el trayecto me reveló sus historias más cómicas, como la vez que un niño lloró tanto que le dijo que simuló desmayarse un momento descendiendo solo lo suficiente para asustarlo y callarlo el resto del recorrido, o la vez que realizando su oficio, observó en la playa una indiscreta pareja que creía estaba sola.

El paisaje era espectacular, una envidiable tranquilidad llena de vida las olas que formaban una docena de capas de distintas tonalidades frías; frías como el tiburón en busca de su presa, pero tan alegres y llenas de vida como la paleta del más apasionado pintor. Éstas concluían estrellándose con un canto singular en la espuma, que era tan blanca como la del champagne.

parapente

Nubes agitadas corriendo en la nada, formando figuras con formas inexplicables, el viento golpeaba suavemente sobre mi rostro como una amenaza cálida. Cerré mis ojos y respiré profundamente el aire con sabor a gloria; gloria salada por el mar, el olor peculiar a playa y un desahogo ensordeció mis adentros.

Descendiendo nos despedimos efusivamente mientras Jorge, el piloto, nos confesó que a nadie le había contado tantas historias. Por eso, prometimos volver para reincidir en esas sensaciones de libertad, paz y aventura. 

 

Por: Antonella Aguirre y Ana Belén Hallón

Estudiantes de Comunicación UEES

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