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Desde hace muchos años, muchas personas en la misión me han preguntado «¿Qué diferencia hay entre una pareja que es casada por la Iglesia y una que no lo es? A veces nosotros, que no tenemos el sacramento, vivimos mejor que aquellos que están casados por la Iglesia». ¿Qué decir al respecto? 

El vínculo conyugal

Esto manifiesta la unión matrimonial entre un hombre y una mujer que unen sus vidas en una misma naturaleza, pero bendecida por Dios. En el sacramento, los contrayentes unen su vida, entre un “tú” y “yo” en un “nosotros” es decir, una unidad de dos. He aquí donde se pone de manifiesto al decir “una sola carne” del que habla el Génesis. “De manera que ya no son dos sino una sola carne”.

También la unión legal de estas dos personas manifiesta el amor esponsal que tiene Cristo con su Iglesia. La alianza definitiva realizada por Cristo con la Iglesia, es signo también de la insolubilidad del matrimonio. Sólo puede desaparecer por la muerte física de uno de los dos, por el contrario no se puede disolver. Incluso se habla de una consagración, dedicarse, entregarse total de la persona tanto del hombre como de la mujer. En consentimiento y en sentido físico.

La relación entre los esposos, tiene su fundamento en Cristo, que está con su Iglesia. «El matrimonio como sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y custodiado solamente por el amor, de aquel Amor que es». Incluso se habla del matrimonio como memorial del sacramento de la gracia y actualización, porque se obra en el presente, el uno hacia el otro y juntos en los hijos. También se considera como profecía, son ejemplo del futuro en la fe cristiana y de la Iglesia en las bodas del Cordero, descritas en el libro del Apocalipsis.

El sentido trascendente del amor conyugal

Aunque el amor se da entre un hombre y una mujer, son personas distintas sexualmente, pero complementarias. Su alianza los hace participar en el misterio del Amor de Dios mismo. Participan cualificadamente y específicamente, por eso en su declaración del consentimiento, Dios los bendice en el sacramento, desde ahí son asumidos por el amor divino y tienen pertenencia en las cosas sagradas, como por ejemplo los sacramentos, tienen derecho a la santidad que sólo Dios puede otorgar. Dios los fortalece tanto en la maternidad como en la paternidad.
 
Siguiendo en la misma dinámica de los efectos del sacramento, el Magisterio considera que el efecto que da el sacramento en la vida de los esposos es de carácter ontológico, es decir una re-creación y elevación sobrenatural en el sentido de su matrimonio. Aparte de la relación humana que se da, se eleva a la categoría de la relación de Cristo con su Iglesia.

El amor verdadero y conyugal, es aquello que toma en cuenta toda la integridad de la persona, desde el reclamo o inclinación del cuerpo, el instinto, la afectividad, el sentimiento, la aspiración del espíritu y de la voluntad, toda la capacidad humana se toma en cuenta, la donación de los dos. Si se busca sólo el deseo carnal, he ahí donde se pierde el sentido del verdadero amor conyugal. Por ser el matrimonio una verdadera vocación, por eso Jesús dijo claro.
 
«Él respondió: ¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y mujer y que dijo: por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mt 19,4-6).
 
Los mismos apóstoles sintieron duro este mensaje que pensaron «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer no trae cuenta casarse. Pero Él les dijo: “No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido”» Mt 19,10-11.

Por eso la Iglesia insiste que el amor conyugal es también una verdadera vocación, no es el hecho de hacer una vida en pareja, sino aquellos que reciben el don de vivir de esta manera, a la manera de Dios, no los criterios humanos que fácilmente se pueden justificar. Vivir como miembros de la Iglesia doméstica, pero con el criterio que proviene del autor del amor.
 
Josemaría Escrivá de Balaguer considera al matrimonio en estas palabras. «El amor que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser también un camino divino, vocacional, maravilloso, cause para una completa dedicación a Dios». No es un proyecto transitorio, sino un proyecto de vida, desde la unicidad irrepetible, elegidos del uno para el otro, un amor hasta el extremo, ese es el amor de los verdaderos esposos, no un amor desechable o de novela.

Hay que tomar en cuenta la acción del mal o del pecado.

«La experiencia del mal se hace sentir en la relación del hombre y la mujer. Su amor matrimonial se ve frecuentemente amenazado por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir en ocasiones hasta el odio y la ruptura».

Este es un tema muy real y encarnado en la vida de los seres humanos. Aquí según mi humilde consideración se pone a prueba la confianza, el dialogo, el autoconocimiento de ambos, la relación personal, porque las pruebas vienen y en serio. Aparte de todo el aspecto divino que tanto hemos tratado en este tema, también hay una cruz que hay que cargar, los gustos, disgustos en fin un sinfín de detalles que aparecen y que hay que enfrentarlos.

Lo que recomienda el autor a los matrimonios cristianos, es darse cuenta que cuentan con la ayuda de Dios, el auxilio de Él, es más que necesario para salir adelante, la gracia mediante los sacramentos. Yo añadiría, un buen asesor espiritual, que tan falta hace a los matrimonios de este tiempo. Bien dice un refrán muy coloquial “Si Dios permite la prueba es porque nos da la fuerza necesaria para vencer, Él no permite pruebas, que supere nuestra capacidad”.

El ideal del matrimonio cristiano 

– Sanar las heridas causado por el pecado, para ello se necesita la gracia de Dios e ir viviendo en la rectitud.
– Perfeccionarse, consolidarse ambos en el amor verdadero para alcanzar su plenitud en Dios que es amor.
– Elevar, su matrimonio en semejanza al misterio de Cristo con la Iglesia
 
Además de lo mencionado, la Iglesia pide a los matrimonios, consolidarse, fortalecerse en el dominio de su persona, alcanzar una autentico domino de sí mismo, fidelidad a la vida de oración y recurrir frecuentemente a los sacramentos. Incluso se habla de una castidad matrimonial. Cuando se pervierte el matrimonio, sobretodo en el ámbito sexual, entonces se desvían del amor verdadero y no pueden mirarse noblemente a la cara, porque domina el ego, búsqueda de mi propia satisfacción y no de ambos en común acuerdo.

Vía Aleteia
 

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