Compartir:

El siervo de Dios, Enrique Shaw (París 1921 – Buenos Aires 1962), padre de familia y empresario, dejó un legado invaluable para la formación de dirigentes cristianos. Enrique, a quien el papa Francisco recientemente propuso como modelo para líderes de negocios, creía que el empresario debía ser “Cristo en la empresa”.

En el libro “…y dominad la tierra” Mensajes de Enrique Shaw, se recopilan discursos e ideas de Shaw. Cabe recalcar que su causa de beatificación se inició mientras Jorge Bergoglio estaba al frente de la arquidiócesis de Buenos Aires.

Entre los capítulos más salientes de esta obra, se publica una conferencia que el empresario brindó en 1958. En esta una jornada, organizada por los profesionales de la Acción Católica, se habló sobre los problemas humanos en las empresas. En ella, Shaw sugiere que “como dirigentes de empresa cristiana estamos convidados a hacer lo eterno con lo temporal. A servir a Dios mediante el servicio de los hombres en el terreno económico, a santificarnos a través de la profesión y a santificarla (la profesión)”.

Además, a reflexionar sobre los requisitos para poder cumplir con su misión. Sugiere que el dirigente cristiano debe ser: hombre de personalidad, hombre que merezca la autoridad, y hombre de auténtica vida espiritual.

Hombre de personalidad

“El hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios. si desea ser lo que debe ser, y por lo tanto realizar su personalidad, debe tener una personalidad abierta, receptiva. Al igual que las Personas Sagradas en Dios, que están absolutamente abiertas la una para la otra”. No se trata, “de imponerse a uno mismo, o al prójimo (…) sino la disponibilidad recíproca. Respetando la dignidad y autonomía de los demás seres”.

“Les recomiendo que sigan su ejemplo”. Papa Francisco en un encuentro con líderes de negocios, en noviembre de 2016.

Hombre que merezca la autoridad

Para ejercer la autoridad, Shaw creía que se debe ser “hombre de empresa, es decir, emprendedor, inspirador, diligente, alegre. No se conoce ningún ‘rezongón’ que haya logrado mucho”.

“Además de ser competente el dirigente de empresa debe rodearse de gente que lo sea”. Dejaba una clave para una problemática que muchas veces se vive en empresas familiares: “Si a veces por compromiso nos creemos obligados a dar cargos importantes a gente no muy capacitada -aunque sean parientes-, tenemos el deber hacia la empresa de que la función sea de alguna forma cumplida eficientemente”.

El hombre de empresa debe dominarse a sí mismo. Inspirado en san Pablo: “Quien no sabe gobernar su casa, ¿cómo gobernará la Iglesia de Dios?”. Y con el cardenal Wyszynski aseguraba que: “los que han experimentado la lucha contra sí mismos suelen ser prudentes, benévolos. Ven el mundo con mirada paternal, pues conocen sus dificultades. Ese es el único camino que lleva a la conquista de la sabiduría en la dirección”.

Asimismo, debe usar “la inteligencia, estudiar y observar para dar con la adecuada técnica psicológica, necesaria aún para la aplicación de ideales santísimos”. Pero no basta que la inteligencia conozca los problemas. “Es menester comprender”, sugería. “¡Si los que dirigimos procuráramos comprender a nuestros subordinados en sus realidades objetivas y subjetivas. Y si ellos hicieran lo mismo con nosotros y comprendieran que no nos mueven solamente mezquinos y egoístas intereses!”, anhelaba.

Para poder comprender, Shaw creía que había que escuchar. Citando el pasaje de Salomón consideraba que para Dios “saber escuchar equivale a tener sabiduría e inteligencia, y es condición para ser jefe”.

Hombre de auténtica vida espiritual

En el último requisito para el empresario cristiano, Shaw insistía en no desprestigiar la vida activa porque sin el trabajo exterior resultaría muy difícil conocernos”.

“Cuando se trata de ejercer autoridad, no basta sólo con la rectitud moral, aunque sea muy necesaria. Hace falta una profunda, humilde, confiada sumisión de la inteligencia y de la voluntad a la Voluntad santa y perfecta de Dios. (…) El dirigente de empresa no podrá ejercer su autoridad de manera tal que irradie alrededor de ella la paz de Cristo. Sino cuando, bajo la mirada de Dios, su corazón sea humilde. (…) Esto no quiere decir que no haya que proceder nunca con severidad, pero hay que hacerlo sin orgullo”.

Para entender los frutos de la propuesta que hacía Enrique Shaw, basta con acercarse a sus últimos días. Cuando su frágil salud requería de donantes de sangre, sus empleados acudieron masivamente al pedido, sin descuidar su trabajo y regresando todos a sus labores.

Vía: Aleteia.org

Compartir: