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La tentación siempre estará allí, especialmente por la manera como se visten la mayoría de chicas hoy en día. 

Cuando yo estaba en la secundaria, pensaba que era difícil mantenerse puro, porque estaba inmerso en la pornografía, tenía amigos que siempre hablaban de temas sexuales, escuchaba música que glorificaba el sexo sin sentido, y pasaba un sinfín de horas viendo televisión. Comparado al poco tiempo que pasaba en oración, no debía haberme sorprendido de que mi alma se sintiese débil frente a la fuerza de mi lujuria.

A veces rezamos: “Está bien, Señor, seré puro tan pronto me libres de mis deseos sexuales”. Pero así no funciona. Cuando busquemos amigos que luchen por vivir la castidad, tiremos la pornografía al tacho, evitemos ver programas o escenas eróticas en televisión, nos deshagamos de la música que degrada a las mujeres y recemos más, las tentaciones serán menos frecuentes y será más fácil vencerlas. Lo cierto es que tenemos más control sobre la situación de lo que quisiéramos admitir.

Para vivir la pureza es esencial que no tratemos de negar nuestros deseos y actuar como si no existieran, sino que reconozcamos su poder y roguemos a Dios nos conceda el don de amar como Él ama.

Pero digamos que pones todo esto por obra. Los pensamientos impuros aún así vendrán, pero Dios no te juzgará por lo que repentinamente aparezca en tu mente. Imagínate que estás viendo un partido de básquetbol en televisión, y la cámara enfoca a una porrista a la que parece que no le alcanza el dinero para comer ni para vestirse.Tu cerebro responderá a esa imagen más rápido de lo que puedes hablar o razonar, porque al ver una imagen sexual tu sistema nervioso autónomo responde instantáneamente. 

En aproximadamente un tercio de segundo, los neurotransmisores saturan tu cerebro con señales que te excitan, envían hormonas como oleadas a través de tu flujo sanguíneo, dilatando tus pupilas, elevando tu ritmo cardíaco y alterando tu tono muscular. Tú detectas su vulnerabilidad subconscientemente.

Antes de que hayas tenido la oportunidad de razonar sobre la moralidad de lo que estás viendo, tu cuerpo ya ha reaccionado. Eso es el deseo sexual y no debemos pensar que es pecaminoso. Esa primera reacción está más allá de tu control. Dios solo se fija en cómo respondes. En aproximadamente un tercio de segundo, los neurotransmisores saturan tu cerebro con señales que te excitan, envían hormonas como oleadas a través de tu flujo sanguíneo, dilatando tus pupilas, elevando tu ritmo cardíaco y alterando tu tono muscular. Tú detectas su vulnerabilidad subconscientemente.

Si procuramos hacer esto, nuestra sexualidad no será algo que tengamos que ocultar a Dios. En cambio, Él resplandecerá a través de nosotros irradiando su amor a la mujer que amamos.

Algunas personas sugieren que pienses en otra cosa que no sea la mujer que se convierte en causa de tentación. Ciertamente puedes apartar la mirada de la imagen que atrae tu atención o eliminarla, ¿pero qué haces con el pensamiento que permanece en tu mente? Te sugiero que en vez de poner el esfuerzo en borrar la imagen, la eleves. Piensa en la mujer, pero no te quedes en sus formas para desearla, sino que reza por ella y pídele a Dios que te ayude a verla como Él la ve: «1Sam 16,7».

Vía La Opción V

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