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Si mantenemos nuestra casa ordenada y limpia, siempre lista para recibir visitas, por qué no hacemos los mismo con el planeta en qué vivimos.

La encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común fue escrita por el Papa Francisco para hacernos entender que somos responsables de velar por el planeta en que vivimos. Esto incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. No es posible construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.

Es necesario invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas, porque todas las criaturas están conectadas y deben ser valoradas con afecto y admiración. También es necesario que los países desarrollados contribuyan a la mitigación del cambio climático limitando su consumo de energía fósil y aportando con recursos para la conservación de la naturaleza en los países en desarrollo. Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.

Todos los seres somos una gran familia

Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: “son tuyas, Señor, que amas la vida” (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde. El Papa nos recuerda que “Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación”.

Sí, todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tienen consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: “cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales”. En ese sentido, la ecología social es necesariamente institucional y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada uno de los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que regulan las relaciones humanas.

Unidos en defensa de la familia

La dificultad para tomar en serio este desafío tiene que ver con un deterioro ético y cultural, que acompaña al deterioro ecológico. El hombre y la mujer del mundo posmoderno corren el riesgo permanente de volverse profundamente individualistas. Muchos problemas sociales se relacionan con este inmediatismo egoísta actual, con las crisis de los lazos familiares y sociales, y con las dificultades para el reconocimiento del otro.

El Papa menciona que los ámbitos educativos donde las personas deben aprender esa cultura solidaria y ecológica son diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida. Pero sobretodo destaca la importancia central de la familia, porque “es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a la que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano”.

Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida. En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza; el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea, incluyendo la naturaleza.

Por: José Miguel Yturralde Torres

Consultor de Desarrollo Sostenible

Twitter: @JM_Yturralde

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