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Es importante desarrollar en nuestros hijos criterios de orden y ¡respeto!

Antes de referirnos a elementos pedagógicos que nos podrían ayudar como padres para educar a nuestros hijos de la mejor manera posible, debemos hacer un análisis de las personas y del tiempo, para saber cómo son estos niños a quiénes educamos.

Podríamos decir que están son sus características:

  • Híper conectados en lo tecnológico
  • Muy desconectados del contexto familiar
  • Híper informados
  • Con más recursos que las generaciones anteriores
  • Con mayor capacidad para elegir
  • Mayormente cómodos frente al esfuerzo.
  • Dificultad para comprometerse.

Frente a este escenario aparentemente desalentador debemos acudir también al diagnóstico del tiempo y a lo que el santo Padre llama en la exhortación apostólica Amoris Laetitia como “hijos que no son de nuestra propiedad sino que tienen por delante su propio camino de vida”. Tal vez son adolescentes cada vez más autónomos, pero que demandan mayor destreza en la conducción y más heroísmo en el amor, de manera que no solo sientan el rigor de la autoridad, sino también el calor de su amor de padres.

Nosotros como educadores

Recordemos que tampoco nosotros fuimos unos angelitos, por lo que merece un análisis más profundo desde nuestra perspectiva de adultos y preguntarnos: ¿Qué repetiríamos y que no?, ¿como padres de familia y esposos, somos ejemplo de diálogo y concordia?, ¿cultivamos el diálogo matrimonial?, ¿vivimos con autenticidad nuestras limitaciones?, ¿asumimos nuestras sombras frente a nuestros hijos? En los momentos de crisis familiares, ¿somos flexibles sin necesariamente ser blandos?

Vemos que no se trata solo de quejarse frente al comportamiento de nuestros hijos, sino también revisar, a la luz de la fe y la psicología, cómo vivimos ese misterio maravilloso que se llama “familia”. Nuestro papel desde dentro, es no solo ser testigos y criticar, sino meter mano a los problemas. Esto, testimoniando todo lo que exigimos de nuestros hijos, con humildad frente al fracaso o a las dificultades de la vida, enfrentando con responsabilidad las situaciones de crisis o de estrés de acuerdo a lo que necesitamos.

No podemos negar nuestra principal tarea como padres y educadores, nuestros hijos son un reflejo de nuestra forma de ser y de actuar. Replicaran modelos buenos o malos.

Educar a toda prueba

Ellos deben comprobar que nuestro amor por ellos está blindado, que no están solos y que forman parte de un sistema familiar que los soporta y contiene, sin importar el lío o problema en que se hayan metido, “el amor es más fuerte” repetía incesantemente Juan Pablo II.

Definitivamente nuestra tarea no queda solo en un gruñido o una disposición bien dada, deben sentirse amados para amar, respetados para respetar y escuchados para que se detengan en medio de la vorágine y escuchen.

Que tengan la certeza de que pueden acudir a nosotros siempre. Si se equivoca ahí estaremos; disfrutaremos con sus triunfos y nos lamentaremos con sus derrotas, pero lo haremos en familia.

Recordemos la amarga experiencia de aquella familia que fue perseguida y que tuvo que huir a Egipto, hasta que pasara el peligro. Sí, se trataba de la Sagrada Familia de Nazareth, perseguida por Herodes. Nada pudo derrotar su esperanza, su fe en el Altísimo, ni su certeza de que el futuro sería mejor si se mantenían unidos como familia.

En definitiva, solo los vínculos sólidos salvan vidas, son como cabos de salvataje que para nuestros hijos serán una opción en caso de que ellos confundan su falsa seguridad y caigan en un vacío muy profundo.

Algunas recomendaciones en la tarea de educar:

  • Disfrutar de la ternura del abrazo,
  • Recrear un estilo nuevo de trato
  • Evitar quebrar el diálogo
  • Respetar las originalidades y
  • Ante todo confiar en sus capacidades físicas, morales y espirituales

 

Acerquémonos a sus intereses, enseñémosles que frente a grandes preguntas hay que saber tomar grandes decisiones (alcohol, drogas, sexo, amistad, profesión); la verdadera libertad está en afrontarlas y cumplir responsablemente, lo que esto implica conocerse y saber cuáles son los propios límites.

Por último nada funciona en educación de los hijos si no somos capaces de mostrarles grandes ideales y vivirlos como testimonio. Debemos de ser ejemplos encarnados de lo que aspiramos que sean ellos mismos.

Por: Lcdo. Víctor Cárdenas Negrete

Centro Pedagógico Kentenich

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