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Las noticias sobre eventos alarmantes, nos llenan de ansiedad sobre lo que puede venir mañana. Ante esto, el cristiano debe preguntarse ¿somos parte del problema o de la solución?

La primera pregunta que me hago es si es posible entender el origen del problema. ¿El mundo está como está por una sola causa?, ¿obedece a un conjunto de factores que coinciden? Prefiero averiguar pistas en el legado de grandes pensadores, escritores y líderes espirituales.

Por ello, quisiera recordarles algunos aspectos de una poderosa homilía de fin del año 2012 del Papa Benedicto XVI. El Santo Padre nos invita a la acción y a vivir esa coherencia de vida, alerta sobre los peligros que acechan a la familia y la necesidad de valorar el compromiso que significa el matrimonio. El Santo Padre exhorta a la acción y a ser operadores de la paz, no espectadores pasivos, sino personas que se dejen llevar por la mano de Cristo; que tengan como objetivo principal llegar a la visión de la cara y el esplendor de Dios. Para la sagrada Escritura, dice Benedicto XVI, contemplar el rostro de Dios es de suma felicidad. De la contemplación del rostro de Dios nace gozo, seguridad y paz. La “paz con Dios” está ligada indisolublemente a la fe y a la gracia; nada puede quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera las dificultades, los sufrimientos y los duras pruebas que trae la vida. Entonces frente a “lo que está mal en el mundo”, lo primero no es solo identificarlo, sino evitar perder la paz interior.

Para seguir evaluando esto del estado del mundo, quisiera analizar el pensamiento de Chesterton, escritor incansable, observador de su mundo presente y del que proyectaba a futuro. Para él la solución no venía por las novelerías del mundo, sino por la ortodoxia y es justamente ese el título de su libro más celebrado.

En un maravilloso escrito por Mons. Mariano Fazio (Argentina) “Chesterton: la filosofía del asombro agradecido”, Mons. Fazio resume impresionantemente el pensamiento de Chesterton y lo une a las necesidades del mundo actual. La cosmovisión de Chesterton la explica como que gira en torno a la gratuidad de la Creación, hecho que ha de generar asombro y agradecimiento para quienes gozan de su existencia. Este agradecimiento se incrementa cuando se descubre el dogma de la Encarnación.

En busca de respuestas, Chesterton estudia ideologías y nuevas teorías pero encuentra que la vieja teología parecía encajar más en la experiencia, mientras que las nuevas teorías no parecían encajar en ningún lado.

Para Chesterton los dos grandes pecados que impiden la felicidad son el orgullo y la desesperación. Sin duda, el mundo actual tendenciosamente nos lleva a la desesperanza y a la alabanza de uno mismo. Se vende la idea de que si no te conviertes en un ídolo, no tienes éxito, los modelos de la juventud son generalmente personajes que no dan buen ejemplo.

Según Mons. Fazio, Chesterton considera que, tanto los materialistas como los deterministas de cualquier género, adolecen de esta estrechez espiritual: lo explican todo coherentemente, pero en el fondo no explican nada, pues la vida va por otra parte. Para Chesterton, la solución está en el misticismo, sin despreciar la razón. Dice Chesterton: “Si el círculo significaba la razón y la locura, la cruz representa el misterio y la salud. Con una paradoja en la intersección de sus brazos, la cruz se abre a los cuatro vientos: es como la señal del camino para libres caminantes”.

Cambio

En un punto de quiebre en su vida, Chesterton se sorprendió, hasta llegar a ver que toda su visión del mundo encajaba con la cristiana. Asevera Mons. Fazio, que el cristiano exige lealtad con el mundo, al mismo tiempo que propone una reforma completa de este mundo. Utilizando las palabras textuales de Chesterton, hay que “amar al mundo sin confiar en él, amarlo sin ser mundano”. La existencia de un Ser Personal, distinto del mundo y creador del universo, llevó a Chesterton a la conclusión que el hombre está destinado a Dios, no al mundo; que los hombres no somos completamente adaptables al mundo, entre otras razones, porque el mundo está afeado por los efectos de la caída original.

La existencia de un Ser Personal, distinto del mundo y creador del universo, llevó a Chesterton a la conclusión que el hombre está destinado a Dios, no al mundo.

La última parte de Ortodoxia se centra en la necesidad de establecer un ideal —Utopía la llama Chesterton— para mejorar este mundo al que hay que amar. Si queremos cambiarlo, actitud propia de los que aman la Creación y desean quitar de ella lo que está mal, consecuencia de la caída, hay que establecer un ideal, una meta. Una vez más, Chesterton se asombra al comprobar que el cristianismo ofrecía ese ideal que nuestro buscaba.

Por eso, para Chesterton la vida se configura como una aventura, como una novela abierta. Por eso, la ortodoxia cristiana, lejos de ser una rémora conservadora y estática, es una fuerza revolucionaria que pretende realmente cambiar el mundo.

En otro de sus libros, decía: “Lo que está mal en el mundo es que no nos preguntamos en qué consiste el bien”. Si vemos situaciones actuales tenemos casos como el de Siria en el que han muerto 100,000 personas y el mundo moderno no se cuestiona la lentitud de los países del mundo en detener esa guerra.

Hace pocos días, el Papa Francisco envía un potente mensaje al mundo desde Lampedusa (Italia) haciendo referencia a querer hacer visibles a los invisibles (migrantes) e invitando a olvidar la indiferencia frente al sufrimiento del prójimo. Lampedusa es el símbolo del olvido y la indiferencia del mundo que puede disfrutar del progreso y el bienestar frente al mundo de pobreza y explotación. No podemos dejar de hacer el bien. En las fuertes palabras del Santo Padre: “Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz.

La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!”.

 

Por Giovanni Ginatta H.
MBA y Master en Biología Ambiental
Director Ejecutivo Federación Interamericana Empresarial

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