Compartir:

Mi vida de fe quizás ha transcurrido en medio de una de las más hermosas etapas de la historia del  pontificado. Soy hijo del Concilio Vaticano II, obra monumental iniciada por el recientemente canonizado San Juan XXIII. Crecí en mi vida cristiana bajo el pastoreo de San Juan Pablo II. Al Papa peregrino lo pude escuchar en sus dos visitas al Perú en 1985 y 1988. Verlo y escucharlo marcaron mi vida para siempre con recuerdos imborrables. En el 2006 como miembro del Movimiento de Vida Cristiana pude participar del Encuentro Mundial de Movimientos Eclesiales en Roma en Pentecostés y allí pude escuchar de primera mano a Benedicto XVI. Finalmente salí al encuentro de Francisco en Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud en el 2013 y tuve la oportunidad de asistir a varias audiencias en Roma en el 2014. De todas estas experiencias salí profundamente renovado en mi amor por el Señor Jesús, por la Iglesia y con fuertes deseos de comunicar el Evangelio a todos los que se cruzaran en mi camino.

Una de las claves más elocuentes para definir lo que la Iglesia ha vivido en estos últimos pontificados es la “renovación en continuidad”. La barca de Pedro es guiada a lo largo de su historia por el viento del Espíritu Santo. Son los hombres que Dios elige para guiar al Cuerpo Místico de Cristo quienes tienen que hacerse dóciles a los impulsos del Espíritu. Éste es el que renueva una y otra vez a la Iglesia para que, de acuerdo a los signos de los tiempos, pueda presentar el Evangelio con audacia a los desafíos que siempre se presentan a la humanidad.

La barca de Pedro ha sido guiada a lo largo de su historia por el viento del Espíritu Santo, a través de los Pontífices que ha tenido la Iglesia.

La Iglesia por naturaleza está constantemente abierta a la renovación, pero quizás con particular insistencia se percibe cómo, desde San Juan XXIII hasta el actual Papa Francisco, lo que anima a todos los pontífices de nuestra era moderna es el deseo de comunicar el Evangelio con alegría al corazón de la cultura del hombre. Se observa con claridad en el Magisterio de los últimos Papas una continuidad sorprendente. Poner a la Iglesia en actitud de Nueva Evangelización, de poder dar razón de nuestra fe y esperanza, viviendo en salida para ir hasta las periferias del mundo anunciando que el mensaje de Cristo es Palabra de salvación. Desde el Concilio Vaticano II se ha instalado en la Iglesia un modo de ser, un estilo que busca renovarse continuamente en diálogo con la cultura para presentar el Evangelio. Es indudable que cada Papa es único y provienen de culturas diversas. Y por ello cada uno tiene una impronta particular, una personalidad única y así enriquecen con sus dones y talentos la vida de todos los creyentes.

San Juan Pablo II puso a la Iglesia en contacto con todas las culturas del mundo. Fueron 250 viajes apostólicos en sus 26 años como Pastor universal. Un coloso del apostolado. Es el Papa que lanzó a los católicos a asumir con audacia el compromiso con la Nueva Evangelización. Su lenguaje profundo y agudo le permitió llevar el Evangelio hablando al corazón del hombre contemporáneo. Participó como obispo en el Concilio Vaticano II y por lo mismo, como Papa, puso en sintonía al Pueblo de Dios en la línea del espíritu conciliar.  Su frase de apertura de pontificado “No tengan miedo” aún resuena en el interior de muchos católicos. Benedicto XVI afirmó de él: “El coraje de la verdad es a mi parecer un criterio de primer orden acerca de la santidad de Juan Pablo II”.

Benedicto XVI, uno de los más grandes teólogos de nuestro tiempo introdujo a la Iglesia con su gran pedagogía doctrinal el diálogo fecundo entre razón y fe. Su especial tarea se centró en redescubrir la fascinación por la razón y la verdad en medio de una cultura donde reina la dictadura del relativismo y el pensamiento débil. Sus aportes se orientaron a consolidar la identidad cristiana de los creyentes. Es el Papa sencillo que inició su pontificado diciendo que era “un humilde servidor en la viña del Señor”, y se fue renunciando cuando fue consciente que sus fuerzas ya no lo acompañaban. Pasó al retiro pidiendo perdón por todos sus defectos. Este Papa de la humildad algunos lo consideran un futuro Doctor de la Iglesia.

Francisco es el Papa que no le tiene miedo a la ternura, que pide a los jóvenes que hagan lío, que salgan a la calle a evangelizar y que lo hagan con alegría.

La elección de Francisco sorprendió a más de uno al interior y fuera de la Iglesia. El Papa argentino con sus palabras y escritos, pero sobre todo con sus gestos, ha lanzado al Pueblo de Dios a una renovada apertura misionera. Todos los católicos nos sentimos identificados con él en su convicción de vivir la alegría de evangelizar saliendo afuera, hacia las periferias geográficas y existenciales del mundo y de las personas. Francisco es el Papa que pide constantemente que recen por él, que ha alzado su voz con fuerza en el escenario mundial en defensa de los enfermos, de los no nacidos, los inmigrantes, los niños y ancianos condenando la cultura del descarte que aqueja a buena parte de la mentalidad moderna. Un Papa, como decíamos, con gran impacto en los medios de comunicación que están pendientes de cada gesto de Francisco porque en ello perciben la fuerza del Evangelio hecho vida.

Francisco es el Papa que no le tiene miedo a la ternura, que pide a los jóvenes que hagan lío, que salgan a la calle a evangelizar y que lo hagan con alegría y con una profunda misericordia que viene del corazón de Dios. Es el Papa que vino a América Latina y expresamente visitar Ecuador, Bolivia y Paraguay. Es el mensajero de la misericordia de Dios que nos pide encontrarnos con el Señor Jesús y que una vez que lo tengamos en el corazón comuniquemos la alegría a todos los que nos rodean.

Cada Papa, siendo hombres del Espíritu, ha respondido a las necesidades del tiempo que le ha tocado vivir. Con fe profunda sabemos que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia para que el mensaje perenne del Evangelio pueda presentarse de manera renovada en sus métodos y en sus formas a una cultura que anhela cada vez más la verdad y la reconciliación. Salgamos al encuentro de la visita que recibimos del Papa Francisco, para que nuestro amor al Señor Jesús y nuestra fidelidad a la Iglesia se vean fortalecidos y así poder ser apóstoles de la reconciliación y de la misericordia en cada rincón del Ecuador.

 

Por José Alfredo Cabrera Guerra
Sodalicio de Vida Cristiana

 

Compartir: