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Luego de 6 años de su conversión y de vivir el estilo de vida gay, Miguel Andrés cuenta su historia, con el fin de ayudar a otros a encontrar un camino de sanación. 

Me llamo Miguel Andrés León, tengo 28 años y soy el último hijo de 3 hermanos. Creo que viví una niñez bien complicada. A mis 5 años, tuve que enfrentar un abuso sexual lo que cambió mi perspectiva de ver el mundo y de relacionarme con las personas, específicamente con varones. Ese momento desfragmentó mi forma de acercarme a ellos y siendo tan niño, todo empezó a tener un significado sexual. En la adolescencia experimenté sentimientos que me ocasionaban muchísima confusión, los juegos, el futbol, la intimidad masculina, sana no sexual entre mis compañeros, para mí eran igual a sexo. Que otro compañero pusiera su mano en mi hombro o palmeara mi espalda tenía una connotación distinta. Algo me estaba ocurriendo, algo que no era normal, sentía atracción por chicos, de mi edad o a hasta mayores a mí.

Familiarmente crecí en un hogar católico, en escuela religiosa, padres devotos y acompañado siempre por un tema estricto de fe. Todo me era muy confuso y constantemente me planteaba que lo que experimentaba no le agradaba a Dios y estaba en pecado. Pero a mis 19 años finalmente decidí vivir el estilo de vida gay. Es importante aclarar la diferencia entre una persona que tiene atracción por el mismo sexo o que tiene una herida de atracción por el mismo sexo, de una persona que es homosexual y que vive la cultura gay. En ese momento yo decidí vivir la cultura gay con todo lo que esto implica.

Viví con sed

Durante ese periodo, no puedo decir que fui feliz. Tuve 4 relaciones a quienes llamé parejas, aunque no creo que hayamos vivido amor. Cargaba con mucho sufrimiento y dolor, sin realmente sentir paz. Así, empecé a plantearme que algo más tenía que haber, otra respuesta para mi vida.

En esta etapa tomo la metáfora del doctor Richard Cohen del sediento. Yo tenía sed de un amor legítimo y auténtico, de sentirme valorado y apreciado por otro. En esta dinámica buscaba a un hombre del que tomaba en lo sexual lo que necesitaba. Por eso vivía con sed, yendo de varón en varón buscando tomar agua (afecto), pero solo tragaba tierra. Inconscientemente, creía que lo que quería saciar era sexo pero en mi proceso de sanación comprendí que necesitaba afecto sano, no sexual, algo desconocido y distorsionado para mí.

No quiero decir que un abuso es un determinante desarrollar atracción hacia el mismo sexo. Pero sí, terapeutas han hablado de una multi-causalidad, donde este, sumado con el efecto del padre ausente es un determinante neurálgico gravísimo para que un sujeto desarrolle este tipo de atracción. Y es durante mi proceso que descubrí que esa sed se debía a la huella de la ausencia de mi papá. Él quería darnos todo lo que no tuvo y trabajó mucho por ello, ocasionando que sea ausente y hermético. Pero no es porque era malo, su ausencia afectiva se debía a su propia herida emocional, la de tener un padre alcohólico y violento. Tal vez él no desarrolló atracción por el mismo sexo como yo, pero su proceso fue también complicado.

Logré levantarme

Visité psicólogos y psiquiatras, que me decían “naciste así”; hasta sacerdotes para los que su solución era vivir el estilo de vida gay y buscar una pareja; pero para mí esto no podía ser lo único. Mientras experimenté el estilo de vida gay me peleé con Dios, no lo podía ver como un padre de amor y misericordia; sino como malo y justiciero. No era quien podría lanzarse a buscarme, pero después comprobé que no era así, a lo largo de toda mi vida estuvo presente, aunque yo me resistiera.

Así, tuve un pseudo regreso a la fe, iba a misa y desde que iniciaba la celebración eucarística hasta que terminaba, mi oración con Jesús eran lágrimas.

Parte de mi historia de conversión me gusta contarla a la luz del evangelio. Tomando como referencia el capítulo 11 del Evangelio de san Juan, porque yo era un Lázaro. Viví en una tumba mucho tiempo, hasta que un día Jesús vino y me dijo: “¡levántate!”.

Uno de esos días en misa, le confesé a un padre sobre lo que había pasado y él me dijo algo que marcó mi proceso de conversión. “Yo estoy viendo un varón”, fue esa afirmación masculina que una persona herida emocionalmente como yo necesitaba. Luego él me pidió permiso para hablar después de la confesión y me dijo que había un camino de salida. Me entregó el teléfono de un terapeuta, con quien conocí la terapia reparativa de las heridas emocionales profundas y empezó otra aventura.

Me reconcilié conmigo mismo

En la fe hay una metáfora del pecado y del sacramento de la reconciliación, en ese confesionario, con ese sacerdote, después de haberlo llorado, haberlo pedido, sufrido, Jesús me dijo “levántate” y encontré la respuesta que buscaba. Al empezar mi proceso terapéutico, pude conocerme más, regresé a recoger a ese niño vulnerable, abusado, para sanarlo.

Miguel en una charla orientativa sobre la “Atracción por el mismo sexo”.

A raíz de mi conversión sentí el deseo de querer comunicar lo encontrado, con la motivación de ayudar a más personas que como yo buscaban respuestas, en especial porque para mí no fue fácil encontrarlas. En un tiempo donde se proclaman derechos, es frustrante sentir que no puedes decirle a alguien: “si quisieras encontrar un camino de sanación lo hay”. Lo digo yo que soy un herido. Viví el estilo de vida gay, sé lo que es y tengo derecho a un camino de reconciliación y sanación.

Por eso, luego de 2 años de dar testimonio de mi castidad y de mi conversión, he podido ayudar a muchos heridos como yo. He acogido, de acuerdo al Catecismo de la Iglesia Católica, con amor y respeto a personas con atracción por el mismo sexo. En una iniciativa apostólica, “Comprender y Sanar”, intentamos ser una luz para quienes buscan respuestas, respetando completamente el sigilo, anonimato y la voluntariedad.

Recibimos a personas que viven dentro del efecto del porno, la masturbación compulsiva, con quebrantos sexuales y adicción al sexo. Temas que siempre que se mantienen en el anonimato y donde espiritualmente se alimentan. Me he encontrado con cosas tan sencillas como “anhelo un abrazo de mi papá” o “siempre tuve que luchar por tratar de agradarle, sin que nada le calzara”. La lucha contra el demonio es en lo espiritual, él usa nuestras propias heridas para tentarnos y por eso el proceso de reconciliación es regresar, ir de la mano al pasado y enfrentar estas heridas.

La respuesta es la familia

Nos desgastamos promoviendo la lucha contra lobby gay, cuando la respuesta la tenemos en las familias. Vivimos un momento social de su desconstrucción, afectando a muchísimo los chicos, y aumentando heridas emocionales de atracción por el mismo sexo. Debemos reconciliar a la familia. Dentro de la Iglesia, que nuestros pastores y sacerdotes empiecen a hablarlo. No le endosemos a Dios las heridas que nos han hecho aquí en la tierra. Estas, tiene sus orígenes en la familia, porque también está herida.

A muchos padres les causa contrariedad, responsabilizarse de las heridas sus hijos, pero de eso se trata el trabajo de sanación. Conectarse con ellos es la medicina más segura para acabar con toda esta fase horrenda de ideologías malsanas que está hiriendo al mundo.

 

Por: Miguel Andrés León

Metanoia

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