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“El amor no es el arrebato ciego de los enamorados. El amor es el deseo de buscar, ante todo, el bienestar de la otra persona. Y una vida sin amor es un jugo sin vitaminas.”

 

En nuestro camino surgen preguntas referentes al amor: ¿Lo he sentido?, ¿será que existe? Y algunos, al no encontrarle respuestas a su laberinto emocional aplican, a sus vidas, la canción de Juan Gabriel: “Yo no nací para amar, nadie nació para mí”. Sin embargo, todos lo buscamos. Todos experimentamos la necesidad de encontrarlo.

Pero, ¿qué es el amor? Para Mahatma Gandhi “es la fuerza más humilde, y la más poderosa de la que dispone un ser humano”. En la carta a su hija Lieserl, Albert Einstein señala al amor como “la fuerza universal más poderosa, porque no tiene límites”, dado que por amor multiplicamos lo mejor que tenemos, evitando que la humanidad se extinga en su ciego egoísmo. 

Entonces, ¿por qué nos decepcionamos del amor? El Papa Francisco recalca que en la actualidad el amor está siendo medido por la sociedad del “usa y desecha.” La respuesta es simple: No, no estamos decepcionados del amor, sino de nuestros placeres, de nuestros instintos, que en varias ocasiones dejan heridas profundas.

Es fácil confundirnos cuando sentimos atracción por el otro. Se mezclan emociones afectivas y surge la necesidad física de expresar nuestros sentimientos a través de caricias corporales, esto es normal en la conducta humana. Pero, justo ahí actúa el amor para detenernos a pensar si es el momento correcto, si es realmente un sentimiento genuino. 

Podemos resumir lo dicho por estos personajes de la historia, en que el amor es la grandeza del hombre. Lo motiva a pensar en el bienestar del prójimo. El amor es paciencia, para comprender. El amor es servicio, para ayudar. El amor es prudente, para no lastimar. El amor es consuelo, para animar. El amor es paz, porque brinda confianza. El amor es alegría, porque no conoce obstáculos. El amor es renuncia, cuando la mejor decisión es dejar ir. El amor es vida, porque existe el hombre.  El amor lo es todo. 

Deberíamos cuestionarnos por qué, si todos lo buscamos, pocos están dispuestos a darlo. Al sentirnos lastimados o con el “corazón roto” tendemos a resaltar las heridas que deja esa persona, le echamos la culpa. Pero, y nosotros ¿estamos amando?, ¿nos duele el corazón o el orgullo?, ¿extrañamos a esa persona o le tememos a la soledad?

Existen dos dimensiones para saber amar. La primera son las obras, que trascienden las palabras y concretan el sentimiento. No podemos quedarnos en el romanticismo, en una historia ¿qué haces por amor? La segunda es el diálogo que pone en acción ese amor concreto. El amor sabe comunicarse. El orgullo es mudo y, por lo general, siempre está solo. “El amor es el respeto más profundo en la entereza del otro como persona, incluso en las pequeñas cosas…”, nos dice el Papa Francisco.

Podemos decir que el amor está esperándonos en una persona, en nuestro trabajo, en el prójimo, en la naturaleza. Si tenemos tantas formas de amar, ¿por qué creer que no existe? Todos conocemos las dificultades para superar este concepto hedonista del amor, que busca usar al otro para el propio placer. Detengámonos a pensar si estamos amando, si daríamos la vida. Quizás descubramos que no es el amor el que no quiere saber nada de nosotros, somos nosotros quienes hemos renunciado a él. 

 

Por: Génesis Lozano

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