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Tenemos el asunto bajo control mientras son pequeños, pero cuando comienza la adolescencia realmente se nos mueve el piso.

Una frase archiconocida por muchos. La primera vez que la escuché habré tenido unos 8  años y fue en la casa de mi abuelita (ella con mucha experiencia siendo mamá de 11).

A medida que los hijos crecen aumentan las preocupaciones. Atrás quedó si se peleó con el amigo, si le fue mal en la lección o si vino con nota en la agenda. No quiero decir que estas preocupaciones no sean válidas, pero créanme que esto no es nada cuando llegan las primeras farras.

Recuerdo perfectamente cuando pensaba que mi mamá, la CIA y el FBI eran la misma persona. Ella sabía todos mis movimientos, tenía un arte para relacionar todos los apellidos y asociar que “fulanito” es sobrino de la amiga de mi tía, nieto de la comadre de mi tía abuela, unas cosas de lo más rebuscadas. Ella lo sabía todo y hoy yo estoy igual que ella, pero el panorama es completamente distinto.

Llega la primera fiesta y la primerísima pregunta es si va haber “trago” o no, realmente este es el cuco de los padres. Obvio la mayoría de los chicos dicen: “mami no sé” -lo más alejado de la verdad, siempre lo saben- y empieza la preguntadera por el chat de las mamás, donde sale toda la información del pobre chico o chica que organiza la fiesta, de su papás, sus abuelos y ancestros.

Como les dije que esto del alcohol es el cuco, los colegios de nuestros hijos organizan charlas de prevención sobre su consumo, se trata de llegar acuerdos, pero el asunto queda ahí.

También salen en escena los padres que dicen: “en nuestra casa, no hay alcohol para menores de edad”, lo cual aplaudo; pero por otro lado a su hijo/hija le tienen PROHIBIDO (leáse así de grande y con foquitos fosforecentes) asomarse, pasearse por donde se va a realizar la reunión, fiesta, piscinazo, parrillada.

Otra escena que da mucha tristeza, es la fiesta que todos saben que no va haber “trago” y nadie va, porque pasan el mensaje por Whatsapp: “¡Ya fue! No hay nada” (en términos de padres: está hueso no vengan).

La generación de ahora y la nuestra siempre han tenido el mismo cuco del alcohol, drogas, relaciones pre matrimoniales, etc. Así como nuestros padres las enfrentaron con nosotros, también debemos hacerlo con nuestros hijos.

En una charla escuché que esta generación de padres son los “jodidos”: crecieron con miedo a sus padres y ahora tienen miedo a sus hijos.

Como padres, tenemos el asunto bajo control mientras son pequeños, pero cuando comienza la adolescencia realmente se nos mueve el piso. Nuestros hijos necesitan padres de verdad, padres adultos y responsables. Hay que sacarse de la cabeza que somos amigos de nuestros hijos y estamos en el mismo escalón de la vida. Ellos necesitan padres firmes para decir no, que en casa las reglas las ponemos nosotros y tenemos el derecho y la obligación -con los padres que han dejado venir chicos a nuestra casa- de pasearnos, asomarnos en la fiesta, reunión, piscinazo que se hace en nuestra casa.Que si vemos un chico que ha traído alcohol a nuestra casa, decirle de lo más cordial y valiente: “lo siento pero en mi casa no toma ni un menor de edad”; y enseñarles a nuestros hijos que si los invitan a una fiesta, por más hueso que esté y que no vaya nadie, ellos deben ir.

Ser padres es el trabajo más complicado y desgastante, pero a la vez es el más gratificante y lleno de amor. Es una misión que Dios nos encomendó en su plan de amor y redención.

Por: Ingrid Abad de Pedrazzoli
Máster en Desarrollo de la Inteligencia y Educación

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