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Nuestro ejercicio de padres y la relación que tengamos con el otro progenitor, determina para siempre la forma en que nuestros hijos aborden luego su propia vida.

La pareja es primero, porque de ella depende el bienestar de los hijos. La maternidad o paternidad son eventos tan significativos en la vida de los hombres y las mujeres que hemos amado. En el camino, a veces, nos olvidamos y descuidamos a la pareja y nuestra relación con ella, dejando seca la fuente de amor y de modelo de familia para nuestros hijos.

La paternidad bien ejercida es una forma de vida y no una Divorciosactividad temporal. Si soy padre, soy el responsable más importante de mis hijos. No tenemos vacaciones de paternidad. Nos pueden cambiar las tareas como padres, pero no tenemos tregua como tales y el hecho de que nos hayamos separado, o tal vez estemos viviendo conflictos al interior de nuestro hogar, no nos da licencia, ni justifica que faltemos a nuestra responsabilidad de padres, ni a la relación de pareja.

¿Y si por motivos diversos, algunos casos, han escogido dejar de ser pareja y solo seguirán siendo padres? Pues es falso. Esa relación que tengan entre ustedes, afectará de por vida, positiva o negativamente a su hijo, estando o no juntos.

Hay temas básicos en los cuales hay que ponerse de acuerdo respecto de los hijos. Si los padres hoy en día no se anticipan, ellos y las novedades del mundo les ganan la partida.

La buena relación de unos padres que demuestre que, a pesar de las diferencias y dificultades, es posible respetarse, concordar, tener confianza, ser fieles, ser empáticos, sacrificarse, deja saber a un hijo lo sustancial de la vida de la relación de pareja.

La mejor herencia que podemos dejarle a nuestros hijos es la creencia y vivencia de que el amor matrimonial vale la pena y sí puede ser vivido: “Si ellos lo lograron, ¿por qué no habría yo de hacerlo?” Pensará: “Yo puedo encontrar a una persona que me ame como mi papá a mi mamá, que me respete como mi mamá a mi papá; que sienta y comprenda mis problemas como un verdadero amigo; que me sea fiel y a quien yo le seré fiel; que se sacrifique por mí y por amor a mis hijos y a mi familia. Yo puedo formar un hogar feliz”.

Si la relación se acaba o va mal

Pero ¿qué si ese matrimonio por motivos diversos acaba?, ¿o si mi relación es conflictiva? ¿Acaba para mi hijo la posibilidad de que crea en el amor conyugal?, ¿en una vida de familia estable y duradera?

El norte que no debemos perder, juntos o separados, es que lo más importante que debemos darle a nuestros hijos es: ser matrimonio y familia. Pero, si no pudimos ser un matrimonio, seamos unos padres coherentes que afirmemos la estabilidad de
nuestro hijo y su sano desarrollo, y esto depende sustancialmente de la relación que llevemos como padres -como ex esposos- como amigos o ex amigos, como equipo, que no podemos dejar de ser.

Los acuerdos básicos

Son normas mínimas que toda familia requiere para vivir con hábitos y creciendo con límites que luego se trasladan a las instancias donde se desenvuelven: escuela, colegio, academias, universidad, trabajo, el nuevo hogar que formen, etc.

Hay temas básicos en los cuales hay que ponerse de acuerdo respecto de los hijos. Si los padres hoy en día no se anticipan, ellos y las novedades del mundo les ganan la partida.

• Horarios y actividades entre semana

• El fin de semana

• Cuestiones extraordinarias que deben estar planteadas

• Manejo de la tecnología

• Mesada

• La intervención de los abuelos

• Otros

Parte del secreto de los acuerdos es que primero se den entre los adultos, o junto a los hijos -si es que los adultos son capaces de ponerse de acuerdo sin reñirse. Siempre transmitir una sola consigna para el hijo; aunque uno de los dos no esté completamente de acuerdo.

Cuando el desacuerdo se dice frente a los hijos

Es algo que se ve con bastante frecuencia, uno de los padres en desacuerdo con la norma lo expresa verbal y gestualmente diciendo: “no me parece”, “tu mamá está loca”, “hazle creer a tu padre que lo hiciste para no tener problemas”, etc.

Muchas veces esa persona que descalifica al otro, lo hace para congraciarse con sus hijos, para ganar puntos con ellos, y no sabe que lo que logra es:

• Confundir al hijo.

• Desautorizar al otro y quitarle fuerzas para proponer normas o valores.

• Darle fundamento para ser atrevido/a, en la siguiente ocasión en que se discuta o trate de imponer algo de su educación.

• Y lo peor de todo: desprestigiar a su madre o padre, lo que implica que pierden todos.

Campañas y peleas

Hay padres o madres que se mandan a diario una campaña de popularidad, como sí quisiesen que sus hijos los elijan por votos al final de la vida. Participan como padres, pero en partidos políticos diferentes: “¡Ay tu papá!” “¡Qué vaina tu mamá!” Expresiones que bastan para implicar que hay un desastre allí que es intolerable para él y para todos.

Cuando la pareja tiene diferencias, o resentimientos, la inteligencia emocional juega un papel sustancial: es necesario postergarse, reprimirse, por amor a los hijos.

¿Qué ocasiona en un hijo ver a sus padres discutir con violencia o agresividad? Esto se traduce en violencia con sus hermanos, con sus compañeros de clase, con sus maestros. Simplemente les damos un modelo de cómo manejarse en la vida con sus seres queridos y se hacen unos maestros del maltrato.

Una de las claves en la educación de los hijos sería entonces: sistematicidad ante el seguimiento de reglas. Y respeto ante lo acordado.

No involucrarlos

Falsear una relación que está con problemas también es difícil, aunque uno no discuta delante de ellos, igual perciben entre líneas el ambiente que existe entre sus padres. Si hay serios problemas en la familia y se ve cercana la separación, es más conveniente explicarles a los hijos lo que va a ocurrir, haciéndolo de acuerdo a la edad y madurez de los hijos, por supuesto, y siempre con asesoría externa.

Pero al involucrarlos lo que se obtiene es ponerlos en conflictos de lealtad pues si se alían con uno se sienten que traicionan al otro.

A veces, los adolescentes mayores pueden hablar con menos dificultad a sus padres, diciendo que no quieren que los metan en sus problemas. Es una forma de defenderse, pero los niños no pueden hacerlo aún y se ven directamente lesionados por este entorno, sin tener mayores herramientas para manejar los sentimientos generados por la crisis.

Usar a los hijos como confidentes, espías, cobradores, recaderos, tiene varios resultados:  El resentimiento, por lo que “me hace” o “me hizo” tu madre o tu padre, y que genera en el hijo amargura y rencor.

Hacerles creer que podrían dar una solución a esos problemas que les hemos compartido, cuando en realidad no son capaces de hacerlo.

Ponemos en ellos un peso que les resta fuerza para vivir con más libertad su propia vida de niños o adolescentes.

Les hacemos pensar que tienen parte del poder ante sus padres puesto que cumplen con un “oficio” por el que pueden cobrar. Son recaderos, confidentes, cobradores, espías y aunque aun que no se lo exprese así, se establece como un negocio sucio entre padres e hijos.

Que los padres o madres sean permisivos con sus hijos y que ellos no tengan ni Dios ni ley, sino que auto gestionen su vida como si ya fuesen capaces de hacerlo. A veces nos juega en contra cierta culpabilidad que podemos llevar en nuestros corazones por no haberles podido dar ese hogar de padre y madre con el que soñamos, o todas las cosas materiales que la sociedad de consumo impone como necesarias. Los límites y la disciplina deben mantenerse con o sin separación.

Que nos manipulen a su antojo jugando a veces con papá o a veces con mamá respecto de los permisos y las cosas que quieren.

Consecuencias de los DivorciosLímites de la información que se les da

La decisión debe ser mutua, sobre aquello que les vamos a decir a los hijos, nunca deben estar guiados por la furia, por vengarnos del cónyuge o por lograr que nuestros hijos sean nuestros aliados en el conflicto. Eso lesiona a los niños y ellos deben ser salvados al máximo de las consecuencias de nuestro conflicto de pareja. En términos generales, creo que las infidelidades deben guardarse en la mayor reserva posible, a menos que sea imposible ocultarlo porque la evidencia es pública o uno de los dos tuvo el desatino de ponerlo en las redes sociales haciéndolo aún más doloroso para su familia. El grave problema es la desconfianza que se genera en el niño o adolescente frente al género masculino o femenino; viven la traición como propia, ejerciendo el papel de “traicionado” frente al otro y en la vida.

Solucionar el conflicto, no ganar la pelea

Mediar, apaciguar, dialogar, deben se los verbos que se utilicen en estas circunstancias. ¿Y si soy solo yo quien lo hace?, preguntan a veces algunos padres o madres en situaciones de conflicto. Por ese solo adulto que intente la paz, aunque el otro no lo haga, se le regala al hijo el espíritu de diálogo que lo puede acompañar a lo largo de su vida en todas sus relaciones humanas. Pero por el contrario, si cedemos todos ante la violencia, se produce una escalada hacia más y más violencia que destroza el alma del hijo, dificultándole relacionarse bien con las demás personas de su vida.

Una de las claves en la educación de los hijos sería entonces: sistematicidad ante el seguimiento de reglas. Y respeto ante lo acordado. Combinar buenas dosis de afecto y comunicación pero con el establecimiento de normas claras que se negocian y que se pide firmemente que se cumplan.

Lo importante es tener claro que la relación de los padres incide en los hábitos de nuestros hijos, en su crecimiento en valores, en la personalidad que ellos desarrollen en etapas cruciales como son la infancia y adolescencia.

María Helena

Por María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar

orientar

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