Compartir:

Creo que para todos está claro que la impuntualidad no es una virtud, y nos queda más claro aún cuando alguno de nosotros sufre las consecuencias de ella. Muchas veces nos quejamos de la impuntualidad de otros; cuando alguien no nos entrega un trabajo a tiempo, o cuando nos hacen esperar mucho tiempo para una cita o reunión. Sin embargo, algunas veces nosotros también caemos en este defecto.  

Es bueno aclarar que no estamos hablando de un fruto de una eventualidad que escapa a nuestro control, sino del mal hábito de llegar tarde frecuentemente. Sabemos que todos los hábitos se van forjando en la constancia de practicarlos, tanto los buenos, como los malos. Por lo tanto, si no tenemos la buena costumbre de llegar a tiempo a las actividades es porque no hemos cultivado esta virtud.

Incluso, puede ser que en nuestro medio ya estemos acostumbrados a la impuntualidad, y como alguien me decía el otro día: “es algo cultural”, refiriéndose que es algo propio de nuestra manera de ser o de vivir. Terminamos aceptándola, no porque nos parezca bueno, sino porque ya se nos ha hecho costumbre. Incluso en algunos casos ya no existe ni siquiera la conciencia de estar haciendo algo malo. Personalmente, me niego a pensar que es algo que no podemos cambiar.

Imagínate que te acostumbras a ver basura en la calle o a tener tu cuarto desordenado. El hecho de que estés acostumbrado a ello, no quiere decir que esté bien. Recuerda que a fuerza de repetir un acto malo, este no se convierte en bueno. Por lo tanto, si vamos tomando conciencia de lo fructífera que es la puntualidad, nos esforzaremos por cultivar esta virtud.

Pensemos en los demás, no solo en nosotros

Tratemos de identificar la raíz del problema para poder dar alguna recomendación que nos sirva para mejorar. Mi opinión es que detrás de la impuntualidad puede haber un poco de egoísmo o desconsideración. Esto es, dejar de pensar en el otro y pensar solo en mí.

En algunos casos, el egoísmo llega al punto que ni siquiera se considera el daño que le podamos hacer a la otra persona con nuestra tardanza. Por ejemplo, pensar en el tiempo que utiliza esa persona para poder estar ahí a tiempo o si es que tiene alguna otra cosa que hacer y por nuestra demora o impuntualidad le dañamos los otros planes. Por lo tanto, podríamos revisar y ver qué consideraciones tomamos cuando decidimos llegar tarde. Quizás ni siquiera pensamos y actuamos por hábitos adquiridos sin tomar conciencia de cómo mi actuar puede afectar al otro.

Voy aprovechar la ocasión para poner un ejemplo muy común,  la tardanza de las novias en los matrimonios. Es un mal hábito, y una falta de consideración que hagan esperar algunas veces hasta 45 minutos, a los invitados puntuales y al sacerdote. Quizás, podría alguno decir que exagero, pero no es así. Imagínate que la cosa fuera al contrario: que el sacerdote llegara una hora tarde a la celebración de la Misa. ¿Qué sucedería? A nadie le gustaría y podríamos decir que sería una irresponsabilidad y una falta de consideración hacia todas las personas.

En el fondo, es un acto egoísta porque no piensa en los demás sino en él mismo. No estoy hablando de las eventualidades, de las que ninguno de nosotros está libre. Sino de acciones libres y deliberadas donde se mezcla la falta de reflexión y de planificación. Ese ejemplo ilustra que la impuntualidad es una desconsideración hacia los demás. En algunos casos, la impuntualidad  puede llevar a la mentira, porque la persona tiende a justificarse, a inventarse alguna historia para ocultar su irresponsabilidad o falta de organización.

Mejoremos este mal hábito

¿Cómo mejorar? Creo que escuchando nuevamente las palabras del Señor Jesús, viviendo el amor al prójimo: “Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos.” (Mt 7,12). Esforcémonos todos por mejorar siendo ejemplo para otros. Poniendo nuestro granito de arena vamos ayudando hacer una sociedad cada día mejor.

Por P. Enrique Granados
Sodalicio de Vida Cristiana

Compartir: