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Nos encontramos en un tiempo donde la imagen del padre no es valorada en la familia.

Hace poco, reflexionando sobre la historia de mi familia y de mis padres, pude notar que la imagen de mi mamá estaba siempre presente en lo cotidiano, en la escuela y en las travesuras que junto a mis hermanos nos atrevíamos en casa. Sin embargo, la figura de papá está en mi historia intermitentemente, como si apareciese solo cuando realmente lo necesitaba en mi conciencia de niño, adolescente o adulto.

Los recuerdos son de momentos especiales, como cuando tuve que aprender a andar en bicicleta y él me sujetaba por el sillón para evitar que me destroce el pantalón ante la caída. Cuando juntos levantábamos el árbol de Navidad y lo decorábamos o cuando tuve que comunicar en casa que partiría a estudiar fuera de la ciudad para poder conseguir mis sueños. Ahí estaba él, ya con años encima y aconsejándome que si debía partir lo haga, pero con el propósito de ser el mejor en aquello que me había propuesto. Son palabras insustituibles, emociones contenidas y sentencias que marcaron mi vida.  

Sin embargo, hoy nos encontramos en una situación generalizada de devaluación de la imagen paterna. Para quienes hemos experimentado la presencia fuerte y sólida de un padre en casa, se nos hace extraño pensar en un padre que no sirva para eso: para ser papá. La paternidad es como una moneda devaluada, se multiplica físicamente, pero a pesar de existir en grandes cantidades, su valor es cada vez más insignificante. 

¿Quién es más importante en casa?

No podemos decir con certeza quién es más importante en casa, si el padre o la madre. De todas formas, podemos señalar que en nuestras sociedades occidentales acudimos al enraizamiento de un estereotipo que exalta lo femenino y denigra lo masculino; instalando el estereotipo de que toda acción masculina relevante denigra automáticamente a la mujer.  Es como decir que en casa, cuando yo lavo los platos lo hago para demostrar que soy más inteligente y hábil que mi esposa, o que si tuviese un gesto de cariño al enviarle flores, estaría demostrando mi poder económico por encima de ella como acto de dominación. 

Es la mentalidad del feminismo extremo que no entiende el concepto de complementariedad o de dignidad en el papel que cada uno tiene en la familia y sociedad. No se trata por tanto de quién trabaja o quién cuida a los niños. Se trata de quién está presente en las distintas etapas de la vida de nuestros hijos, de manera que no se produzca el fenómeno social que el Dr. Claudio García califica como “hijos huérfanos de padres vivos”.

¿Cómo logramos complementar esa acción materna con la vivencia de una sana paternidad? 

En los Evangelios podemos encontrar una pista cuando el pequeño Jesús nace del seno de María, al calor de una cuna EN FAMILIA - LA FAMILIA DEVALUADA2improvisada de paja y madera, su madre es imprescindible para darle la vida y José es imprescindible para protegerlo y cobijarlo, ambos son imprescindibles para amarlo. 

A los niños siempre les hará falta el padre que, aunque no pueda estar siempre presente; esté ahí para enfrentar los desafíos de la vida, para jugar en el piso sin pensar en la ropa que se ensucia o para reparar el juguete que apenas tiene una semana de uso. ¡Hay magia en la relación papá – hijo! Es por esto que, cuando están ausentes, definitivamente se hace imprescindible la presencia de figuras paternas que los sustituyan, un abuelo o un tío, que al fin y al cabo es el que compra el helado o regala una que otra moneda para regocijo de los chicos.  

Reducir la imagen paterna a algo frívolo y ausente, es parte de un discurso de género que está impidiendo en nuestros hijos la posibilidad que tuvo Jesús de aprender de José, de atreverse a mirar el mundo con ojos de carpintero y de consumar su tarea mesiánica con la mirada del Padre de los cielos. 

¿Cómo lo hubiese hecho Jesús si no aprendía a ser hombre como su padre?

Tal vez este es el mayor desafío de nuestro tiempo, transmitir imágenes de auténtica paternidad que posibiliten a las comunidades rehabilitar los ritos, ceremonias y vivencias que les permitan a nuestros hijos enfrentar una cultura depredadora, consumista, impiadosa, corrupta e inmoral. Siempre necesitaremos a la madre para enternecernos y al padre para fortalecernos.

 

Por Víctor Cárdenas Negrete
Director del Centro Pedagógico Kentenich

 

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