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Los avances tecnológicos, la facilidad en las comunicaciones, la permanente conectividad, el afán de producir, la necesidad de competir y otros factores más, han hecho que vivamos a un ritmo vertiginoso en el que reina la prisa y lo urgente, provocando un alejamiento del imprescindible valor de la paciencia.

Todo lo queremos para “ya”, no existe la mínima tolerancia ni siquiera al corto plazo, y cuando algo no sale como lo esperábamos brota la impaciencia, llegando muchas veces a los límites del irrespeto hacia los demás.

Cuando se vive con paciencia, las situaciones adversas no nos alteran, pues como principio fundamental sabemos que una acción desesperada en ese momento puede causar una consecuencia desfavorable o no solucionar nada. La persona paciente tiende a desarrollar la capacidad para ver con claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos. La paciencia nos lleva a afrontar la vida de una manera optimista, tranquila y siempre en busca de armonía.

La paciencia es un rasgo de personalidad madura. Esto hace que las personas que tienen paciencia sepan esperar con calma a que las cosas sucedan ya que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de uno hay que darles tiempo.

No sobra decir entonces, que la paciencia no tiene ninguna relación con la indiferencia ni con la pasividad.

Ser paciente con uno mismo y con los demás

Es necesario tener paciencia con todas las personas que nos relacionamos, pero, en primer lugar, con uno mismo. Aprenderse a auto-regular, es decir, respirar profundo y actuar de manera calmada y respetuosa, es una muestra de paciencia consigo mismo.

Cuando se es paciente con los demás, aprendemos a desarrollar la óptica positiva, valorando en mayor proporción las cualidades que los defectos de los demás.

La paciencia día a día

A lo largo del día, la vida pone a prueba nuestra paciencia; por ejemplo: un dolor físico o enfermedad leve, el excesivo calor o frío, el teléfono que no funciona o no deja de comunicar, el excesivo tráfico que nos hace llegar tarde a una cita importante, el olvido del material del trabajo, etc. Son las adversidades, quizá no muy trascendentales, que nos llevarían a reaccionar quizá con falta de paz. En esos pequeños sucesos se ha de poner la paciencia.

La paciencia también nos lleva a desarrollar otros valores como la tolerancia, el respeto y la sana convivencia. La práctica de todos ellos nos trae increíbles beneficios para la salud mental y física, pues cada vez que sentimos un enfado, ira, ansiedad exagerada o sobresalto, el corazón se ve realmente afectado. La paciencia nos da esa tranquilidad interior para tolerar las situaciones, evitando así problemas físicos y mentales.

Hagamos una pequeña reflexión sobre nuestro comportamiento en la vida diaria: ¿Cuándo está en el carro y el semáforo cambia a verde, usted pita despiadadamente o espera con serenidad a que todos arranquen?, ¿Cuándo asiste a una cita médica o de trabajo y se demoran un poco en atenderlo, suele moverse mucho, se pone nervioso o espera tranquilo leyendo una revista?, ¿A la menor queja de su hijo, esposo(a) o jefe se sale de casillas?. Evalúese y reflexione sobre su comportamiento, recuerde que nunca es tarde para mejorar y corregir errores.

 

vía: lafamilia.info

 

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