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El Santo Padre, ha querido centrar su reflexión, sobre el tema de las heridas de la familia como consecuencia de las diferencias y la falta de tolerancia de los cónyuges. 

“Cuando los adultos pierden la cabeza y cada uno piensa en sí mismo, cuando los padres se hacen daño, el alma de los niños sufre marcándolos profundamente”. Es lo que ha comunicado en el mensaje de reflexión que ha realizado el Papa Francisco durante la catequesis realizada en la audiencia general

Heridas que provocan divisiones

Queridos hermanas y hermanos, en la catequesis de hoy reflexionamos sobre las heridas que se producen en la misma convivencia familiar. Se trata de palabras, acciones y omisiones que en vez de expresar amor, hieren los afectos más queridos, provocando profundas divisiones entre sus miembros, sobre todo entre marido y mujer. Si estas heridas no se curan a tiempo, se agravan y terminan por transformarse arrogancia, en resentimiento, hostilidad y desprecio y pasan a ser luego, laceraciones profundas que desembocan en la división de los cónyuges y les llevan a buscar en otra persona comprensión, ayuda y consuelo, que luego recae sobre los hijos.

¿Sabemos qué es una herida del alma? ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño, en las familias que se tratan mal, donde se hace daño hasta romper el vínculo de fidelidad conyugal?

Los niños pueden ser marcados profundamente por las heridas

Cuando los adultos pierden la cabeza y cada uno piensa en sí mismo, cuando los padres se hacen daño, el alma de los niños sufre marcándolos profundamente.

Si estas heridas no se curan a tiempo, se agravan y terminan por transformarse arrogancia, en resentimiento, hostilidad y desprecio.

En la familia todo está entrelazado, los esposos son una sola carne, de tal manera que todas las heridas y todos los abandonos del padre y de la madre, afectan a la carne viva que son sus Hijos. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos de que no escandalicen a los pequeños, podemos entender mejor sus palabras sobre la grave responsabilidad de custodiar el vínculo matrimonial que da origen a la familia humana.

Cuidar que los niños no sean rehenes

En algunos casos, la separación es inevitable, e incluso puede ser moralmente aceptable, precisamente para proteger al conyugue más débil con los hijos pequeños de las graves heridas causadas por el orgullo y la violencia, por la degradación y la explotación, por el rechazo y la indiferencia

Pero no faltan los casos en que los esposos por la fe y el amor a los hijos siguen dando testimonio de su fidelidad al vínculo en el que han creído.

No todos los separados, sin embargo, sienten esta vocación. No todo el mundo reconoce, en la soledad, una llamada que el Señor les dirige. A nuestro alrededor hay familias en las denominadas situaciones irregulares. Y nos planteamos muchas preguntas. ¿Cómo ayudarlas? Cómo acompañarlas? ¿Cómo acompañarlas para que los niños no sean rehenes del padre o de la madre?

Pidamos a la Virgen María que interceda por nuestras familias, especialmente por los que pasan por dificultades, para que sepan superar y sanar siempre las heridas que causan división y amargura. Muchas gracias, que Dios los bendiga.

 

Vía Aleteia

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