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El Santo Padre pone punto final al Sí­nodo extraordinario de los Obispos vivido con espíritu de colegialidad y sinodalidad.

El Santo Padre dio inicio al Sínodo de los Obispos pidiendo a los padres sinodales que hablaran con libertad y escucharan con humildad. Y así se han vivido estas dos semanas. En su segunda intervención, la tarde del 18 de octubre, lo ha hecho tras la votación y aprobación de la Relatio Synodi. Un discurso «maravilloso», ha dicho el padre Federico Lombardi, en la sesión informativa a los periodistas.

Francisco ha comenzado indicando que «podría decir serenamente que  -con un espíritu de colegialidad y de sinodalidad- hemos vivido realmente una experiencia de Sínodo, un recorrido sinodal, un camino juntos», ha afirmado Francisco. Y como en todo camino -ha aclarado el Papa- hay momentos de carrera rápida, casi como queriendo ganar tiempo y alcanzar lo antes posible la meta; otros momentos de cansancio, casi como queriendo decir basta; otros momentos de entusiasmo y de ardor.

Ha habido momentos de gracia y de consuelo «escuchando los testimonios de las familias que han participado en el Sínodo.

Así, ha observado que «ha habido momentos de profunda consolación escuchando el testimonio  de verdaderos pastores que llevan en el corazón, con sabiduría, las alegrías y las lágrimas de sus fieles». También ha habido momentos de gracia y de consuelo «escuchando los testimonios de las familias que han participado en el Sínodo y han compartido con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial». Del mismo modo ha hablado de un camino «donde el más fuerte ha sentido el deber de ayudar al menos fuerte, donde el más experto se ha prestado a servir a los otros, también a través de los debates».

Y como en todo camino ha habido tentaciones. En este momento del discurso, el Santo Padre se ha detenido para analizar las tentaciones vividas.

En primer lugar «la tentación de la rigidez hostil«, es decir «el querer cerrarse dentro de lo escrito y no dejarse sorprender por Dios. En el tiempo de Jesús eran los escrupulosos, hoy en día «tradicionalistas» e «intelectualistas». En segundo lugar la tentación del buenismo destructivo, «que en nombre de la misericordia engañosa une las heridas sin curarlas ni medicarlas antes; que trata los síntomas y no las causas y las raíces». Estos son, ha aclarado el Papa «progresistas y liberales». La tercera tentación es la de «transformar la piedra en pan» para romper el largo ayuno, pesado y doloroso, y también «transformar el pan en piedra» y lanzarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos. Una cuarta tentación, «bajar de la cruz», y hacerlo para «contentar a la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de inclinarse al espíritu mundano en vez de purificarlo y doblarlo al Espíritu de Dios». La última tentación indicada por el Santo Padre es la de «descuidar la ‘depositum fidei’considerándose no custodios sino propietarios y dueños o, por otra parte, la tentación de «descuidar la realidad» utilizando una lengua minuciosa y un lenguaje de lijado para decir muchas cosas y no decir nada.

Por eso, el Papa ha advertido que «las tentaciones no deben ni asustarnos ni desconcertarnos y mucho menos desanimarnos», porque «ningún discípulo es más grande que su maestro». Por tanto, si Jesús fue tentado, sus discípulos no pueden esperar un trato mejor. A propósito, el Obispo de Roma ha reconocido que «me hubiera preocupado mucho y entristecido si no hubiera habido estas tentaciones y estas discusiones animadas». 

Sin embargo, Francisco ha reconocido que ha visto y escuchado -con alegría y reconocimiento- discursos e intervenciones llenos de fe, de celo pastoral y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de valentía y de parresía.

Esta es la Iglesia, ha exclamado el Papa, «que no tiene miedo de arremangarse para echar el aceite y el vino en las heridas de los hombres», «que no mira la humanidad desde un castillo de crital para juzgar y clasificar a las personas».

La Iglesia, «la verdadera esposa de Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y a su doctrina». La Iglesia que «no tiene miedo de comer y de beber con las prostitutas y los publicanos». La Iglesia, «que tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos y no solo a los justos y a aquellos que se creen perfectos».

Y ha añadido que «cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del sensus fidei, de ese sentido sobrenatural de la fe».

Haciendo referencia a quien ve una Iglesia peleada, ha afirmado que el Espíritu Santo ha conducido la barca a lo largo de la historia, a través de sus ministros, «también cuando el mar era contrario y los ministros infieles y pecadores».

De este modo, el Papa ha recordado que era necesario «vivir todo esto con tranquilidad, con paz interior, también porque el Sínodo se desarrolla cum Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos».

A continuación, Francisco ha recordado cuál es la tarea del Papa, «garantizar la unidad de la Iglesia», «recordar a los pastores que su primer deber es alimentar el rebaño que el Señor le ha confiado y tratar de acoger -con paternidad y misericordia y sin falsos miedos- las ovejas perdidas». Y ha precisado: «me he equivocado aquí. He dicho acoger: ir a buscarlas».

Además, ha subrayado que el Papa «no es el señor supremo sino el servidor supremo», «el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia».

Al concluir, el Pontífice ha indicado que aún queda un año para madurar, con verdadero discernimiento espiritual, las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas a tantas dificultades e innumerables desafíos que la familia debe afrontar. La Relatio synodi, ha precisado, es el resumen fiel y claro de todo lo que se ha dicho y discutido en el aula y en los círculos menores.

Y tras su tradicional «no os olvidéis pido de rezar por mí» llegó el fuerte y largo aplauso por parte de los presentes.

Por Rocío Lancho García
Zenit.org

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