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Los Ampuero Trujillo son una familia de siete, Fernando y Martha junto a sus cinco hijos, Fernando, Ricardo, Mariela, Juan Martín y Marthita, llevan una dinámica de mucho amor y cariño, pero sobre todo de esfuerzo y perseverancia.

Los Ampuero Trujillo

Mucho se habla sobre que “la discapacidad está en el ojo de quien la mira”, y esta familia es el vivo ejemplo de esto. Cada vez es más común escuchar a los jóvenes decir “no sé qué haré al graduarme” pero este no es el caso de Marthita. Ella a sus 20 años es parte de un plan piloto en el que participa de talleres del CEVE (Centro de Entrenamiento Vocacional de Fasinarm). Además, cursa materias en la carrera de Comunicación Escénica de la Universidad Casa Grande (UCG).

Una educación sin discriminación 

Marthita, estudió en el colegio Crear y en el 2016 egresó como bachiller. Su padre, Fernando, nos cuenta que este fue un proceso complicado, ya que hasta el momento a los chicos con algún tipo de discapacidad cognitiva se les entregaba un diploma honorífico, el cual no estaba avalado por el Ministerio de Educación. Por ende, no les permitiría acceder a la universidad, más que como oyente.

Sobre su experiencia escolar Marthita nos comenta, “estaba muy contenta, fue agradable estudiar ahí. Los profesores me ayudaron, me acompañaron y esto requirió de un gran esfuerzo, por lo que traté de ser responsable y educada cumpliendo siempre”.

A pesar de tener una educación con adaptaciones curriculares y el pénsum necesario para que ella pueda acceder a la universidad el camino no fue fácil. Su padre, Fernando, manifiesta que los padres de chicos con discapacidades, tienen que saber que hay un derecho constitucional que los ampara a través de la inclusión educativa. Faltando días para que Marthita se gradué, ellos aún no tenían una respuesta sobre si obtendría un documento válido (igual al del resto de bachilleres), pero “gracias a Dios este llegó sin ningún tipo de restricción”, comenta.

La inclusión en la educación en el Ecuador está amparada por el Consejo de Educación Superior (CES), la Convención Interamericana para la eliminación de todas las formas de discriminación contra las personas con discapacidad, la Constitución de Montecristi, la Ley de Discapacidades, la Ley Orgánica de Educación y el Consejo de la Educación, Acreditación y Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior (CEAACES), donde se establece el acceso a todos los niveles de educación reconocidos por el Estado, sin determinar un límite de cuando termina este derecho. El caso de Marthita sentó un precedente al exigir que esto se cumpla, con el fin de asegurar a las personas con discapacidad, estudiar y titularse sin discriminación, de acuerdo a las condiciones que ellos necesitan.

 

Enfrentarse a las dificultades

Marthita no se detiene, ha estado en clases de natación, patinaje artístico, de canto y baile, en donde nació su interés por las artes escénicas. “Decidí estudiar Comunicación Escénica, porque me gusta el teatro y la música, lo que hay dentro de ellas y cómo se relacionan”. En el 2017 participó profesionalmente en la obra teatral: ‘Dorothy en la tierra de Oz’, en el teatro La Bota. “Al principio me dio miedo porque el libreto era largo. Pero, practiqué mucho para dar todo de mí en el escenario y aunque fue complicado lo logré”, nos confiesa.

Su madre, Martha, cuenta que tiene una vida muy activa, “tiene los horarios a full, los últimos dos meses y medio ensayando para la obra y más las presentaciones. Además de la universidad, los talleres del CEVE y clases de danza con un grupo especial de chicos con Síndrome de Down”. Sin contar que los viernes Marthita aprovecha para ir al cine con sus hermanos o sale con sus amigos, acompañados de una educadora especial para realizar diversas actividades.

Nuevos retos

Ingresar a la universidad implicó un mundo nuevo, con más responsabilidades. Entre seria y en broma Marthita nos habla sobre su mayor dificultad aquí: “la materia de Taller de interpretación, tenía un horario exigente, me cerraban la puerta, por lo que había que llegar muy puntual”. Menciona que al inicio se sintió sola y pensaba que no haría amigos porque sus compañeros rotaban entre cada materia; a pesar de esto ha hecho buenas amistades, “me han tratado bien, a veces nos cruzamos y conversamos, aunque los compañeros estén muy ocupados”, añade.

Actualmente gracias al plan piloto en la UCG dice que ha logrado “paso a paso entender mejor las materias”. Confiesa que a futuro le gustaría volver a la música, “es muy divertido hacer conciertos aquí en casa, porque paso tiempo en familia. Yo canto, pero quisiera aprender a tocar piano”.

En la vida nos enfrentamos a distintos dilemas sobre qué camino seguir, pero es importante perseverar, y sobre todo hacerlo en familia. Que ninguna situación nos lleve a decir “no puedo”. Vemos cómo gracias al apoyo de sus padres y hermanos Marthita ha marcado el paso hacia su futuro. Tal vez sea continuar en el teatro o dedicarse a la música. Sin importar cuál sea este, su esfuerzo, en definitiva, ha sido compartido por todos los miembros de su familia.

El programa Experiencia Post Bachiller de la UCG, está pensado para las personas con necesidades especiales, en donde a través del departamento de Bienestar Estudiantil los maestros trabajan para adaptarse a las necesidades de los estudiantes. En el caso de Marthita, Marcia Gilbert, rectora de la Universidad, menciona que ella pasó las pruebas exitosamente en la universidad y que verá   todas las materias como el resto de estudiantes. “Es la primera vez que alguien con Síndrome de Down entra a una carrera aquí”, añade, pero que al ser un caso “único” se lo trabaja individualmente. Ella tomará una cantidad de materias de acuerdo a sus capacidades hasta completar la malla regular y con el respectivo seguimiento, a partir de lo que podrá obtener su título. “El caso de ella ha sido muy exitoso, estamos muy contentos por ella y por su familia, y porque se abre otra puerta más”.

 

Por: Carol Arosemena

Lcda. en Comunicación y Literatura

Máster en Comunicación y Educación

 

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