Compartir:
Ahora más que nunca, el trabajo conjunto donde el poder sea repartido entre ambos cónyuges, es la mejor opción para lograr el bienestar de toda la familia. ¿Cómo lograrlo?

El manejo del poder en el matrimonio es un tema controvertido que puede causar dificultades en las parejas. Anteriormente los roles estaban definidos: los esposos eran los proveedores del hogar, los “jefes de la familia” y las mujeres se ocupaban del hogar y de la crianza de los hijos. Ninguno se entrometía en el terreno del otro. Pero esto ha cambiado, ahora ambos cónyuges son activos laboralmente, por lo tanto deben compartir tareas y dividirse las responsabilidades, lo que puede causar confusión a la hora de manejar la autoridad en el hogar.  Estas son algunas recomendaciones.

Autoridad vs Autoritarismo

Cuando uno de los dos cónyuges es el que manda, decide sin pedir opiniones ni consejos, determina qué se hace y como, no tiene en cuenta los deseos, necesidades, sentimientos de los demás, lo más seguro es que en ese hogar se viva un ambiente tenso, frío y temeroso.

En una familia sana, debe existir una relación complementaria, donde la toma de decisiones sea consensuada y los acuerdos sean comunes de modo que se elija lo que más conviene a todos.

En el matrimonio, como en muchos ámbitos, el trabajo en equipo es el que debe primar.

Cuando hay abuso de poder, cualquiera que sea el contexto, existirá una relación de subordinación que no es conveniente. En el matrimonio, como en muchos ámbitos, el trabajo en equipo es el que debe primar. Los dos tienen el deber, así como el derecho y la capacidad de conducir el hogar y formar a los hijos. La comunicación debe ser profunda y el poder debe estar distribuido entre ambas partes, de lo contrario no tardarán en aparecer los conflictos.

El reparto del poder

El poder y la autoridad no son elementos maléficos, realmente “lo malo” es cuando no hay repartición de éste, cuando está concentrado en uno solo, cuando no hay consenso sino imposición. También se presentan conflictos cuando ambos cónyuges quieren mandar en la misma área, pues es ahí cuando se presenta la lucha por dominar.

¿Cómo hacer el reparto del poder? No es cuestión del sexo, sino de las capacidades de cada quien. 

Lo ideal entonces es la negociación, el debate con argumentos dentro de un ambiente de respeto y apertura de mente, donde se escuche al otro y después de evaluar los pros y contras, llegar a una decisión conjunta.

Pero, ¿cómo hacer el reparto del poder? No es cuestión del sexo, sino de las capacidades de cada quien. Cada cónyuge tiene unas habilidades que tal vez el otro no las posea, así se busca una complementariedad que es la base de la convivencia armoniosa. Por eso, cada uno se deberá sincerar ante el otro para aceptar sus limitaciones. Por ejemplo muchas parejas se han dado cuenta que ellas son más organizadas para administrar las finanzas familiares, la cual era un tarea ejercida únicamente por los hombres. Y así puede ocurrir con varias áreas.

Difícil pero no imposible

Sería un engaño decir que el reparto del poder es una tarea fácil. Se tendrá que tener mucha humildad y dejar a un lado la actitud competidora (propia del mundo actual). La negociación es la única forma de impedir que se abuse del poder, por tanto, el diálogo asertivo es la mejor herramienta para lograrlo.

Así como expone Aquilino Polaino-Lorente en su artículo de arvo.net: “Hombre y mujer son diferentes y, sin embargo, iguales. El sentido de esas diferencias se encuentra, precisamente, en la complementariedad y no en la competitividad. De ahí que deban buscar entre ellos la suma y la multiplicación, y no la resta y la división”.

La negociación es la única forma de impedir que se abuse del poder.

Además añade: “Y no sólo eso, sino además conocer y conocerse mejor, de manera que la distribución de funciones y papeles entre ellos sea lo más acorde posible con sus respectivas habilidades y destrezas”.

El objetivo: el bienestar de la familia

Comúnmente vemos que una vez se inicia la discusión, como seres humanos que somos, sale a flote el ego y la mal llamada dignidad. Damos la pelea hasta las últimas consecuencias con tal de “llevarse el punto”.

“Debe primar el bien colectivo, sobre el bien individual”.

Esta actitud enceguece y hace que perdamos el norte. Cuando esto suceda, hay que tener presente qué es lo que se quiere lograr y para qué, seguramente la respuesta será: el bienestar familiar, lo que nos hace recordar la conocida frase “debe primar el bien colectivo, sobre el bien individual”.

Vía Aleteia

Compartir: