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Si bien nuestra familia puede formarla nuestros padres, hermanos y abuelos, existe el deseo natural de ser cabezas del hogar, ser los padres. Esa fue mi bendición, en estos tiempos donde la superación profesional roba la atención de la mayoría de la gente.

Quiero compartir mi historia porque tomé un paso grande en mi vida que seguramente a muchos les parecerá una locura: ¡Me casé sin graduarme de la U! Tenía 22 años y hoy, que tengo 28, soy madre de 3 maravillosos hijos (5 y 2 años, el último de 3 meses). Estudié Diseño de Interiores y trabajo de forma independiente.

Aunque siempre he tenido muchas metas profesionales, la familia fue y sigue siendo mi prioridad. ¡Deseaba tanto ser esposa y madre! Sabía que los estudios eran importantes y quería cumplir con mi meta de estudiar lo que quería. Pero también sabía que, por mucho que asegure mi futuro profesional, no iba a asegurar mi felicidad personal: un esposo con quien crecería en santidad e hijos a quienes educaría para que puedan salir al mundo y dar testimonio del amor de Dios reflejado en sus padres. Podría decir que esa es la “tarea” y “meta” más ardua, porque no hay universidad ni postgrados para eso, sino la experiencia de la propia familia, de lo que la formación en la fe y en valores pueda proyectar.

“Siempre he tenido muchas metas profesionales, pero la familia sigue siendo mi prioridad”.

Mi esposo y yo fuimos enamorados desde que yo estaba en el colegio. El tiempo pasó y cuanto más lo conocía, más segura estaba que sería un gran esposo. Realmente llegó a ser una relación muy madura. Cuando cumplimos 5 años, él me propuso matrimonio. Era el momento de dar el paso, pues nosotros y la relación lo merecíamos y no era una decisión ajena al plan de Dios, todo lo contrario, lo estábamos haciendo bien.

Nos casamos el 14 de noviembre de 2009. Tenía 22 años y Rafael, mi esposo, 26.
Nos casamos el 14 de noviembre de 2009. Tenía 22 años y Rafael, mi esposo, 26.

No era nada precipitado, estábamos listos y decididos. Alargar esa decisión hubiese lastimado nuestra relación poco a poco hasta al final, acabar con ella. Sí, me casé joven y coincidió ser el tiempo perfecto, pero también es importante considerar que la juventud es una gran ventaja, que permite aprovechar muchísimo a la familia.

Mi experiencia fue extraordinaria desde el comienzo. A diferencia de lo que la gente normalmente espera de una pedida de mano, la mía fue una salida casual en la que él y yo conversamos sobre nuestra relación y seguido de la gran pregunta, juntos tomamos la decisión. Estaba ansiosa y feliz, así como nuestras familias.

Estudiar y al mismo tiempo planificar una boda no fue sencillo, pero tuvimos 8 meses para organizarla. Estaba en el penúltimo semestre y sabía que debía organizarme para cumplir con todo. Mis padres me apoyaban siempre; sin embargo, mi papá tenía temor que no terminara mi carrera, pues era muy común que pase eso.

Estaba decidida a seguir adelante y demostrar que podía lograrlo, pero aun teniendo ese empuje, quizás no lo hubiera logrado. Tampoco contaba con grandes medios económicos para pagar mis estudios. De hecho, había aplicado a un crédito para cubrir mi carrera. Así que el dinero nunca fue el incentivo. Pero con ayuda, organización y dedicación sabía que podía dar ese paso.

“la felicidad no se mide solo por los títulos o por la cantidad  de dinero del trabajo”.

Entonces, me casé. Ya faltaba poco para terminar el último semestre -luego venía la tesis- pero un mes después de casada, me llega la maravillosa noticia: venía nuestro primer bebé. No fue un embarazo 100% normal, tuve muchas etapas de reposo, incluyendo una operación por apendicitis, pero nada impedía disfrutar de la alegría de ser padres. Cuando mi hija nació, me tenía que reorganizar pues tenía una pequeña personita a cargo.

Ana Lucía -que hoy tiene 5 años- se convirtió en mi compañerita en las noches de trabajo para seguir con mi tesis. Mi esposo nunca dejó de preocuparse de nosotras: ni descuidó su trabajo, ni dejó de apoyarme. Y así me gradué: con mi familia ¡Ese título fue logro de los tres!

El apoyo de mi esposo y la ternura de mi hija se convirtieron en complementos que me dieron las fuerzas para seguir, ¡eso es básico en el matrimonio!

 

Me gradué  de la universidad en junio de 2011 con una hija en brazos. Tenía 24 años.
Me gradué de la universidad en junio de 2011 con una hija en brazos. Tenía 24 años.

 

Era muy frecuente ver a conocidos y desconocidos asustarse al saber “la locura” en la que me había metido, pero eso no me desanimó. Fue gratificante notar su sorpresa al verme salir adelante, cuando terminaba algo y con bebé en brazos.

Han pasado algunos años y aún no hago un postgrado, pero no crean que mi carrera se acabó. Definitivamente sé que puedo hacerlo. Nada me estanca, mucho menos mi esposo e hijos. Al contrario, ellos son el motor de mi vida.

Para ser “exitosos” en la vida no es necesario tener hasta el último título y solo entonces pensar en casarse y formar una familia. ¡No es cierto! La felicidad no se mide solo por los títulos que tengas o la cantidad de dinero que hayas logrado hacer en tu trabajo. El esfuerzo de conseguir títulos profesionales se verá reflejado en el trabajo, pero el esfuerzo de cuidar una familia se verá en las actitudes de cada uno, en la manera cómo se solucionan problemas junto a la pareja, en los logros de cada hijo… y esa satisfacción no requiere título.

 

 

Por: Susana Morán de Hernández

 

 

 

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