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¿Cuál es el punto de equilibrio para que ninguna de las verdades que defendemos aplaste el amor que debemos profesar a los que el Señor pone a nuestro lado? No es fácil, pero tampoco imposible.

En un mundo “evolucionado”, donde los cambios culturales y sociales son cada vez más acelerados y superficiales, hoy toca enfrentar como padres de familia a hijos, producto de una subcultura, que con una mentalidad super modernista ven con aprobación y hasta deseable las relaciones pre-matrimoniales como un medio de conocimiento previo de la otra persona. 

Pero no contentos con ello piden a sus padres permiso para permitir que sus respectivos novios o novias puedan llegar a pasar una que otra noche en la casa, compartiendo habitación. ¿Qué decir a un hijo o hija que hace tal petición?

Ahí es donde las convicciones se ven enfrentadas con la actitud comprensiva ante un hijo que se ama en verdad. Para algunos, con mentalidad igualmente abierta y permisiva la respuesta resulta fácil y sin complicación alguna; para otros en cambio, valorar la sexualidad como un don de Dios e inculcar la necesidad de saber esperar el momento oportuno puede resultar verdaderamente confrontante ante quien le pide aprobación y respaldo frente a su actitud ante la sexualidad vivida desde el noviazgo.

Un padre de familia debe asumir la actitud de saber doblarse hasta donde le sea permitido pero sin desarraigarse de sus convicciones.

¿Qué haría usted ante la situación? No es una pregunta tonta; cada vez más se presentan tales situaciones difíciles de dirimir. Los hijos suelen hacer cada vez más propuestas osadas con mayor facilidad.

Habrá quien prefiera dar permiso en casa antes que imaginar a su hija metida en un lugar inadecuado donde puede correr peligro. Otros, en cambio, se enojarán. 

Se me ocurre pensar que la imagen de una palmera ante un huracán puede sernos de ayuda. ¿Por qué no se arrancan o se parten estas elevadas plantas cuando las azota un vendaval? Por su capacidad para saber doblarse, pero sin arrancarse de sus raíces, ante los embates del viento.

La auténtica misericordia con los hijos es saber dar un “no” firme pero amoroso.

De la misma manera un padre de familia debe asumir la actitud de saber doblarse hasta donde le sea permitido pero sin desarraigarse de sus convicciones, más aún si éstas están sustentadas en el Evangelio.

Una cosa es amar y otra distinta la permisividad en nombre de ese amor. Los chicos deben entender que el verdadero amor humano tiene capacidad de espera, sabe tener paciencia y educa en la sexualidad para la vida y no la vida para la sexualidad.

La auténtica misericordia con los hijos sabe dar un “no” firme pero amoroso, producto de la racionalidad y de la argumentación y no simplemente desde la prohibición como pecaminosidad.

Cada uno de estos chicos y chicas debe comprender que la genitalidad es un don de Dios y que ella se comparte desde un plan divino y no sencillamente como un instrumento de placer o de entretenimiento para los momentos de ocio.

El auténtico amor de padres no es aquel que por una malentendida misericordia transige con conductas que desde la convicción cristiana se sabe que pueden ser profundamente nocivas. Ellos no pueden saltarse los principios que rigen la vida de sus padres ni pretender que sean pisoteados solo para dar vía libre a sus requerimientos. 

amor a los papas

El amor y la misericordia siempre han de tener una doble vía: los padres para con sus hijos pero además los hijos para con sus padres. Lo que sí es deseable es que los progenitores  acompañen en los procesos de noviazgo, den apertura para que el joven pueda llegar a casa como quien va conociendo y dando a conocer, hacer parte de ese acompañamiento.

Ayude a sus hijos  a sopesar cada conducta pero no sólo mirando las consecuencias inmediatas sino aquellas otras que a mediano o largo plazo pueden generarse. 

La misericordia hace entender, tiende la mano y se vuelve soporte en la dificultad, pero ella no se doblega ante el pecado ni la debilidad  sino que ayuda a levantar al que cae.

No es fácil educar hijos, no hay  manuales para ello, pero en el amor verdadero la comunicación no sólo se hace entender en lo que se quiere sino además en lo que se siente.

 

Vía Aleteia

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