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Muchas madres, hijas y hermanas hoy son parte de un sánduche generacional.

 

La generación sánduche son adultos que se encuentran comprimidos entre las obligaciones y cuidados que deben proveer para sus hijos menores de edad y sus padres adultos mayores. Pertenecer a la generación sánduche puede ser abrumador. Es un rol para el que no se está preparado en la mayoría de los casos.

A finales de los 90, Carol Abaya hizo popular el uso de este concepto, abriendo de esta manera la conversación sobre las particularidades que enfrenta un cuidador de padres, ancianos y niños pequeños. El 75% de los casos de estos cuidadores familiares son mujeres.

Hablemos de esas madres, hijas, hermanas y amigas que puedes sentirse “presionadas” por estar en medio de este sánduche generacional. Ellas cumplen un rol valiosísimo previniendo el resquebrajamiento del núcleo familiar. Pero, al ser cuidadores “informales”, muchas veces sus propias necesidades pasan desapercibidas y las consecuencias pueden ser graves y silenciosas.

Los efectos de una mujer de la generación sánduche, no son solo emocionales, sino también físicos. La Organización Mundial de la Salud, concluye en uno de sus estudios que los cuidadores que presentan estrés y agotamiento, están más propensos a sufrir enfermedades crónicas como artritis, enfermedades cardiacas, cáncer, diabetes; cuadros agudos como influenza, migraña, infecciones urinarias; enfermedades mentales, depresión y obesidad.

He escuchado decir a muchos hijos de adultos mayores: “siento que ahora yo soy la madre y ella mi hija”. El tener que cuidar de un padre o madre que se va deteriorando trae muchos conflictos emocionales; quien antes era autoridad y protección para mí, está indefensa, algunas veces incoherente, quizá más dócil y soy yo quien tiene que guiar su camino, acompañar sus pasos, evitar sus tropiezos y arroparla antes de dormir.

 

¿Qué podemos hacer como mujeres sánduches?

 

  • Pedir ayuda a familiares y profesionales cuando sintamos algunos de los signos del agotamiento del cuidador.
  • Consentirnos al menos una vez por semana con una actividad que no ayude a nadie más que a mí.
  • No perder el hábito de realizarnos nuestros chequeos médicos de rutina.
  • Comer sano y no saltarnos comidas.
  • Hidratarnos y realizar actividad física.
  • Tener al menos un día libre a la semana con el apoyo de algún otro familiar.
  • Pedir que me escuchen y hablar de lo que siento, de lo que me frustra, de mis sueños y mis miedos.
  • Buscar otras personas en mi misma situación y formar un grupo de apoyo, donde cada una comparta su experiencia y juntas busquemos educación en temas de cuidado a modo de grupo de estudio.
  • Reconocer que soy una cuidadora informal, que no recibo un pago monetario, pero que merezco un reconocimiento por mi valiosa labor de amor.

 

 

Gerontóloga Camila Valdiviezo

Camila Valdivieso
Gerontóloga

 

 

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