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Todos tenemos épocas en nuestra vida en las que vemos todo oscuro y triste, no le vemos sentido a nada de lo que ocurre, pero lo que es peor es que no nos damos cuenta de que con nuestro desánimo estamos contagiando a nuestra familia. Pese a todo, el cambio está al alcance de nuestras manos, una sonrisa en el momento oportuno, un hombro listo para ser nuestro apoyo, cambiará la perspectiva que tengamos del mundo y nos ayudará a disfrutar más de los nuestros.

Te cuento mi experiencia

Tuve una época de mi vida donde todo estaba estancado. Habían pasado dos años desde mi último empleo y no encontraba uno nuevo. Sin importar cuánto esfuerzo pusiera de mi parte, sentía que lo único que recibía eran portazos en la cara; así que me fui amargando poco a poco, hasta que un día desperté sintiéndome decaída, no tenía fuerzas para nada y sólo quería llorar y lamentarme. Mi madre estaba desesperada de verme en esa situación, sabía de todos los esfuerzos que yo había hecho para progresar y me apoyaba hasta donde daba su alcance.

Esa situación se volvió constante: despertaba por lo menos 4 de los 7 días de la semana sintiéndome mal y me estaba llevando a mi familia en mi amargura contaminándolas con mi mal carácter, pues no me podían hablar porque o bien respondía mal o no respondía. Yo era consciente de ello, sabía que estaba perdiendo mi tiempo y que mi familia se estaba deteriorando por el mal periodo que yo estaba pasando. Quería cambiar, pero no sabía cómo hacerlo.

Llega la solución

Un buen día encontré en internet un artículo que proponía un ejercicio sencillo que prometía cambiar mi manera de ver la vida y, lo más importante, modificaría la influencia que mi mal carácter estaba ejerciendo sobre mi familia.

El ejercicio era simple:

1) Al despertar, debía mentalizarme y decirme a mí misma que todo ese día iba a salir bien.

2) Levantarme dispuesta a ver el mundo con una actitud positiva y sonriendo a mis seres amados y siendo amable con los míos.

3) Ser agradecida con mi familia y ayudar en las labores de la casa, haciendo algo que a diario no se llevara a cabo.

4) Cambiar la rutina diaria. ¿Qué tan difícil podría ser?, Sólo eran 4 simples puntos que no tenían nada de complicado, pero con ese estado de ánimo que me embargaba resultaba un reto; sin embargo, lo asumí y puse manos a la obra.

Al otro día hice lo que el artículo me aconsejaba: al abrir mis ojos, lo primero que hice fue pensar positivo y orar en forma de agradecimiento a Dios por cada cosa que me regalaba cada día. Salí de la habitación y saludé a mi familia con una sonrisa en mi cara; sostuve una charla simple y luego desayunamos en familia agradeciendo a mi madre por los alimentos. Después le pregunté sobre las cosas que había por hacer en casa. Debo decir que la actitud de mi mamá y mi hermana fue amable, pero llena de asombro. Seré honesta: conforme iba pasando el día, me empecé a sentir mejor, noté un cambio en el ambiente familiar. No fue fácil, pero sí muy edificante, pues me ayudó ver a mi familia como una fuente de apoyo incondicional que antes la tristeza no me permitía ver.

Todos en algún momento hemos tenido que afrontar grandes desafíos, pero es primordial no olvidar que si sufres, toda tu familia se verá perjudicada por tu tristeza y decaimiento. La mejor herramienta para superar momentos de dificultad es que tengas actitud positiva, que te des cuenta que a pesar de lo malo que puedas estar viviendo, tus seres amados estarán ahí para ser tu soporte en todo momento, así que no esperes mucho para cambiar de actitud y disfrutar la vida al lado de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa por tu bienestar, tu familia.

Por Erika Otero Romero
Vía: Familias.com

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