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En la homilía de este jueves, el Papa ha hecho referencia a las parábolas de la oveja perdida y de la moneda perdida.

El verdadero cristiano no tiene miedo de mancharse las manos con los pecadores, arriesgar incluso su fama, porque tiene el corazón de Dios que quiere que nadie se pierda. Esta es la idea que ha desarrollado el santo padre Francisco esta mañana en la misa celebrada en Santa Marta.

El Santo Padre ha explicado que los fariseos y los escribas se escandalizan porque Jesús «acoge a los pecadores y come con ellos». Un verdadero escándalo en ese tiempo, para esta gente, tal y como ha recordado Francisco. «¡Imaginemos si en aquel tiempo hubiera habido periódicos!», ha exclamado. Asimismo, ha indicado que Jesús vino por esto, «para ir a buscar a los que están lejos del Señor». Y estas dos parábolas «nos hacen ver cómo es el corazón de Dios. Dios no se detiene, Dios no va hasta un cierto lugar, Dios va hasta el fondo, al límite, siempre va la límite; no se para a mitad de camino de la salvación, como si dijera: ‘He hecho todo, el problema es ellos’. Él va siempre, sale, baja al campo».

Sin embargo, los fariseos y los escribas se detienen a mitad de camino. «A ellos les importaba que el balance de los beneficios y las pérdidas fuera más o menos favorable y con esto iban tranquilos. ‘Sí, es verdad, he perdido tres monedas, he perdido diez ovejas, pero he ganado mucho’. Esto no entra en la mente de Dios, Dios no es un hombre de negocios, Dios es Padre y va a salvar hasta el final, hasta el límite». Y «el amor de Dios es esto». Pero «es triste el pastor a mitad de camino», ha advertido. 

Un pastor debe tener el corazón de Dios, ir hasta el límite porque no quiere que nadie se pierda.

Así, el Pontífice ha afirmado que «es triste el pastor que abre la puerta de la Iglesia y permanece allí esperando. Es triste el cristiano que no siente dentro, en su corazón, la necesidad, la necesidad de ir a contar a los otros que el Señor es bueno. Pero cuánta perversión hay en el corazón de los que se creen justos, como estos escribas, estos fariseos. Eh, ellos no quieren mancharse las manos con los pecadores. Recordamos eso, qué pensaban: ‘Eh, si este fuera profeta, sabría que esta es una pecadora’. El desprecio. Usaban a la gente, después la despreciaban».

«El verdadero pastor, el verdadero cristiano tiene este celo dentro: que nadie se pierda. Y por esto no tiene miedo de mancharse las manos. No tiene miedo. Va donde debe ir. Arriesga su vida, arriesga su fama, arriesga perder su comodidad, su estatus, también perder en la carrera eclesiástica, pero es buen pastor», ha precisado. Y ha añadido que «también los cristianos deben ser así. Es muy fácil condenar a los otros, como hacían estos -los publicanos, los pecadores- es muy fácil, pero no es cristiano ¿eh? No es de hijos de Dios. El Hijo de Dios va al límite, da la vida, como la ha dado Jesús, por los otros. No puede estar tranquilo, custodiándose a sí mismo: su comodidad, su fama, su tranquilidad. Recordad esto: pastores a mitad de camino, no, ¡nunca! ¡Cristianos a mitad de camino, nunca! Es lo que ha hecho Jesús».

Por otro lado, el Pontífice ha señalado que «el buen pastor, el buen cristiano sale, siempre está en salida: está en salida de sí mismo, está en salida hacia Dios, en la oración, en la adoración: está en salida hacia los otros para llevar el mensaje de salvación».

Al finalizar la homilía, el Obispo de Roma ha indicado que «estos escribas, fariseos, no sabían, no sabían qué era cargar sobre sus espaldas una oveja, con esa ternura, y llevarla con las otras a su sitio. Esta gente no sabe qué es la alegría. El cristiano y el pastor a mitad de camino quizá sabe de diversión, de tranquilidad, de cierta paz, pero alegría, esa alegría que está en el Paraíso, esa alegría que viene de Dios, ¡esa alegría que viene precisamente del corazón de padre que va a salvar! ‘He escuchado los lamentos de los israelitas y bajo al campo'». Y ha concluido: «esto es muy bonito, no tener miedo de que se hable mal de nosotros por ir a encontrar a los hermanos y las hermanas que están lejos del Señor». Francisco ha invitado a pedir esta gracia para cada uno de nosotros y para nuestra Madre, la Santa Iglesia.

Vía Zenit.org

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