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Cuántas ideas, empresas, negocios, propósitos, proyectos de vida y buenas intenciones naufragan por falta de perseverancia. Toda meta requiere de esfuerzo y de trabajo, continuado de algo que llamamos constancia. Sin ella es imposible la consecución de resultados en cualquier campo de la vida.

La constancia es la permanencia en una meta que se traza con el objetivo de culminarla con éxito. Es la virtud con la cual conquistamos lo que nos proponemos y que nos brinda las posibilidades de éxito. En este camino es natural que aparezcan tropiezos, pero la constancia es esa fuerza que supera el cansancio y el desánimo para continuar la lucha. Asimismo, esta virtud provee la determinación y la seguridad para identificar claramente el objetivo a conseguir y conservar la firmeza.

Cuatro pasos para formar la constancia

Sabemos que la constancia es una virtud que se construye con pequeños esfuerzos continuos, por ello te proponemos estos cuatro pasos:

  1. Tener metas claras y medios concretos para alcanzarlas. Si no tenemos un ideal sería como golpear en el aire. Una meta nos dará un estímulo y sentido a nuestra lucha: terminar una competición en primer lugar, lograr un profundo espíritu de oración, leer un número de libros cada mes, dejar el hábito de fumar, ahorrar una cantidad de dinero antes de tal día, etc.
  2. Trabajar la constancia con constancia. Cada día, aún en aquellos en que el ánimo no es favorable. Si se presentan mil obstáculos buscaremos mil medios para superarlos, siempre con la vista centrada en la meta.
  3. Renovar cada día nuestro propósito. De esta forma estará siempre fresco y presente sin perder de vista el sentido del porqué nos encontramos en esta lucha. Al inicio del día o cuando vengan las dificultades, si recordamos nuestra meta tendremos una motivación fuerte para no desfallecer y seguir adelante con el ritmo que hemos conseguido hasta el momento.
  4. Levantarse si se tiene una caída. Esto es indispensable para la lucha. De una caída se aprende y se madura. Cuando un corredor cae, se levanta, se sacude y si es necesario vuelve a emprender la marcha porque tiene fija su mirada en la línea final. Será más consciente de los pasos que no le favorecen y que le pueden causar de nuevo un tropezón y tratará de evitarlos.

Sin importar la situación siempre tengamos presente: ¡el que persevera, alcanza!

 

Vía: LaFamilia.info

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