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Sabemos que las familias son el núcleo básico de la sociedad. Por ello, tanto la riqueza y bondad de una Nación como su desarrollo o debilidad, irá de la mano con la salud y fortaleza de las familias. En este sentido, la integridad y estabilidad familiar es fundamental para una sociedad.

Vale la pena recordar unas palabras del santo Juan Pablo II, en una de sus documentos para las familias: “El futuro de la humanidad se fragua en la familia”.

Hay que apostar por la familia

En la actualidad, se promueven tantos “modelos” de familias, por lo que cabe preguntarnos: ¿qué aprende o cómo puede formarse un niño que no tiene una figura materna o paterna? para tomar de cada una de estas figuras sus riquezas y complementariedades. Una madre soltera, con su esfuerzo, fortaleza y voluntad, aunque trate de darle todo su amor y bienestar a sus hijos, desafortunadamente, no puede ofrecer o suplantar el rol que cumple una figura paterna. No porque no lo quiera, sino porque es madre y no padre. Aunque sea difícil de reconocerlo por ser ella la que se desgasta por dar lo mejor a su hijo(a). Situación que quizá pueda revertirse con la presencia de un abuelo o un tío cercano. Ya que a final de cuentas, tanto el padre como la madre son perfiles importantes para el desarrollo del niño.

¿Qué podemos esperar de un niño que crece con dos hombres o dos mujeres como padres? Siendo muy respetuoso de las elecciones y modos de vida que cada uno pueda elegir –a lo que no debemos faltar, pues es el derecho que cada uno tiene– debemos decir que esa “fórmula” es una familia muy distinta a la tradicional. El reto que se plantea actualmente es cómo se entiende la figura de una familia. Parece que estamos en un momento histórico en el que se está redefiniendo qué es una familia. Justamente, por ahí va la pregunta clave que debemos responder.

Un modelo como la Sagrada Familia

Si no tenemos familias, con un padre y una madre, que eduquen niños y niñas con principios claramente definidos, nunca lograremos una cultura con valores auténticos, que defienda la vida, que abogue por la verdad, que luche contra la mentira y la corrupción y tantos otros problemas que acaecen al mundo. A muchos les parecerá exagerado lo que voy a decir, pero necesitamos más familias como la Familia de Nazaret. Que tengan a Cristo como el centro de sus vidas, con un horizonte que sólo Él nos pueda dar.

No nos acostumbremos a la profunda crisis familiar que vivimos. ¿Quién no quiere vivir, formar y constituir una familia que promueva el verdadero amor, la vida, la Buena Nueva del Evangelio? Sé muy bien que para muchos esto suena una utopía. Que puede parecer loco o desencarnado. Que propongo algo irreal, por no decir imposible para estos tiempos modernos. Pero mira un rato tu corazón y pregúntate: ¿cómo me gustaría que fuera mi familia? Si aun crees que estoy siendo un idealista, no olvidemos que las grandes gestas empiezan como un simple sueño anhelado. 

Uno de los mayores servicios que los cristianos pueden hacer por la humanidad, decía Benedicto XVI, es ofrecer el “testimonio sereno y firme de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, salvaguardándola y promoviéndola, pues ella es de suma importancia para la humanidad”. (S.S. Benedicto XVI, Meditación a la hora del Ángelus, 27/12/2009) No nos engañemos. No podemos esperar una sociedad renovada, sin una renovación de las familias.

Espero que esta breve reflexión sirva para tomar consciencia del valor que tiene la familia para el futuro de la humanidad. No tengamos miedo de nadar contra-corriente. ¿Quién ha dicho que no se puede formar familias felices, con valores, con hijos bien educados. Esto no implica que actualmente no existan familias así, pero es evidente que cada vez son una minoría.

Por: Pablo Augusto Perazzo
Mg. en Educación

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