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Orando se le impuso que esa riqueza espiritual venía de la valentía de consagrarla la nación al Corazón de Cristo en 1873.
En el Santuario del Quinche, el Papa Francisco reveló que en los días de visita a nuestro país notó que había algo que hacía distinto al pueblo ecuatoriano y que le preguntó a Jesús varias veces en la oración. Tuvo respuesta el último día, por la mañana, orando. Se le «impuso» como un mensaje de Jesús, que esa riqueza espiritual, de piedad, de profundidad, venía de haber tenido la valentía -en tiempos muy difíciles- de consagrar la nación al Corazón de Cristo y pocos años después al Corazón de María. 
 
El Papa pidió a los ecuatorianos no olvidar esa Consagración, que es un hito en la historia del pueblo de Ecuador; de donde viene la gracia, la piedad que nos hace distintos.
 
En cierta manera, Francisco vuelve a proponer la Consagración al Corazón de Jesús como eje esencial para las nuevas generaciones y en la construcción de la nación.

¿Por qué fue un acto de valentía?

La primera mitad del siglo XIX, es una época de gran conflictividad política en el Ecuador marcada por las luchas independentistas, intentos de configuración del estado nacional, imposición de intereses particulares bajo la siempre invocada «revolución»; instauración de gobiernos regionales que bordeaban romper la unidad nacional. Consecuentemente, miseria e inmoralidad reinaban en la ausencia de un proyecto de desarrollo nacional que se basara en la unidad, el progreso y la paz.
 
En este contexto, aparece Gabriel García Moreno; un hombre de vocación política, recio, de inteligencia superior, honradez escrupulosa, temperamento fuerte y autoritario, con aciertos y desaciertos políticos (según la doctrina política con la que se mire), pero esencialmente humano en esa amalgama de límites e ideales altos.  Aparece en el acontecer político como un hombre de fe, que con el pasar de los años fue modelando su alma, en la certeza del límite propio y la grandeza que solo proviene de Dios. Fue allí donde enraizó esa vocación de servicio a la Patria. 
 

Francisco vuelve a proponer la Consagración al Corazón de Jesús como eje esencial para las nuevas generaciones y en la construcción de la nación.

 
Este es el hombre valiente del que habla Francisco, que supo asumir su responsabilidad con realismo. Solo un hombre con esa conciencia podía haber tomado la decisión de Consagrar al Ecuador al Corazón de Jesús, implorando la protección y compañía de Dios en la construcción de la Patria. 
 
El Ecuador no estaba aislado del contexto mundial, de ahí que la Consagración tuvo para entonces una trascendencia también internacional. 
 
Las ideas del liberalismo jacobino se difundieron con fuerza en Europa y toda América, influyendo la consolidación política de los estados con base en el laicismo sectario, expulsando del ámbito público toda participación de la Iglesia en lo social y lo educativo; confiscando el hecho religioso de los pueblos y de las familias al ámbito privado, como si fuera condición para lograr un modelo político de progreso. 
 
Sin embargo, el Ecuador tomó un rumbo diferente a la corriente mundial y dio como respuesta en el siglo XIX un modelo de gobierno en donde el hecho religioso constitutivo de las familias, y por lo tanto del pueblo, se convertía en un factor de unidad y progreso, claramente medible e identificable. En el modelo ecuatoriano de gobierno, la colaboración entre la Iglesia y el Estado, propician el bien común. Algo inaceptable en aquel entonces.  
 
El Ecuador a través de su Consagración al Corazón de Jesús en 1873, dio testimonio frente al mundo moderno de entonces, de que era posible y productivo el diálogo entre la Iglesia y el Estado, entre la fe y la cultura, y supo demostrar con su gobierno que los principios cristianos (el reinado social de Cristo) constituían un aporte verificable para la consecución del bien común y la promoción de la dignidad humana del siglo XIX.  
 
Hoy, 142 años más tarde, luego de las palabras del Papa Francisco pronunciadas durante las difíciles circunstancias históricas por las que atraviesa nuestro país en lo político, social y económico; se levanta nuevamente el reto de construir la unidad nacional, a través de los postulados de la Consagración. 
 
 
Por: Isabel Ma. Salazar

 

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