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Esperar comiéndote las uñas que todo salga bien en el parto… Ponerte sentimental y no querer, sentir para siempre esa especie de vergüenza que produce la excesiva cercanía entre lo sublime y lo ridículo que tienes en el fondo del alma cuando ves a tus hijos…

Soportar que te vomiten encima, cambiar pañales, peinar sin tener la menor idea, llevar a cumpleaños, instalar móviles en la cuna, aprender a dormir apoyando la cabeza en la pared mientras balanceas un porta bebé tarareando una canción de cuna, comprar cuanto libro hay para que coman, caminen, duerman y decepcionarte porque ninguno sirve…

Sentir que quieres darle tu vida entera a tus hijos pero que te cuesta mucho renunciar a tu siesta de la tarde y hacerlo a pesar de la especie de angustia que te produce el niño que se te acerca y te dice: ¿vamos a jugar? Sacudirte el sueño, ponerte en buena onda para terminar como siempre conmovido y cansado…

Verlos entrar al colegio uno tras otro, cada uno con su estilo, ver esos gestos que conoces al detalle…

Vivir íntima y permanentemente asustado porque les pase algo y nunca decirlo…

Sacarlos todas las noches de tu cama donde se han quedado dormidos y cargarlos a sus camas pensando durante cinco años cuándo acabará esta tortura para después, cuando ya no tienes que hacerlo, añorar tener en tus brazos esos cuerpecitos pequeños y tibios que siguen durmiendo con absoluta confianza porque papá los carga…

Verlos irse de la casa y tener en la garganta un sabor agridulce que se prolonga por años: la alegría de que ya no te necesiten junto a la tristeza de que no te necesiten porque te vas quedando solo…

Haber vivido fastidiando, respetando, acompañando, obedeciendo, corrigiendo, contradiciendo, engriendo, acariciando, admirando, sirviendo, perdonando y pidiendo perdón. Soportando y siendo soportado, es decir, amando a la mamá de tus hijos de manera que ellos supieran siempre que por encima, por debajo, más allá de ellos mismos, allende sus egoísmos y tonterías, trascendiendo sus defectos y miedos, a pesar de todo y siempre, con valor y miedo, con lluvia, tormenta, terremoto o lo que cuernos pase, hubo siempre un sólido amor que a pesar de las debilidades humanas jugó el honroso papel de representar el Amor de Dios y los convirtió en hombres y mujeres de bien.

Morir finalmente agradecido por haber dado la vida como has podido.

Ser olvidado en este pobre mundo para quedar en la memoria de tus hijos adultos como un recuerdo preñado de ternura, de sensatez, de buen humor, de esa extraña dulzura que clama por la eternidad.

Por Mag. José Manuel Rodríguez Canales
Director Académico del Instituto para el Matrimonio y la Familia
http://roncuaz.blogspot.com/

 

 

 

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