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Una persona servicial es tremendamente atractiva, hace agradable la vida a los demás y suele vivir con la enorme paz que solo lo consigue quien sabe salir de sí mismo.

Pienso ahora en aquella chica que salía de un edificio público, y al poner el pie fuera del lugar soltó la puerta de vidrio prácticamente en la cara de una persona mayor y ni se inmutó.

Me quedé más asombrada cuando la señora, de excelentes reflejos eso sí, detuvo la puerta e hizo caso omiso del despiste de la adolescente que casi le estampa la puerta en su rostro. No
sé qué fue peor: si el descuido de la niña o el acostumbramiento de la mujer y de todos los presentes a que nos tengan sin cuidado las faltas de delicadeza.

El estar pendiente de los demás no sale innato, salvo en algunas excepciones cuando el instinto nos hace gritar en la calle cosas como: ¡cuidado que lo van a atropellar! O situaciones similares.

Estar pendiente de los demás es deber de todos los mortales, ya que a más de hacer que la vida sea más llevadera y nos haga sensibles a las necesidades de los demás, nos hace adquirir finura de alma, nos hace ser elegantes por dentro para poderlo de algún modo materializar en el porte externo cuando nos desvivimos por los demás.

Una persona servicial es tremendamente atractiva, hace agradable la vida a los demás y suele vivir con la enorme paz que solo lo consigue quien sabe salir de sí mismo.

Servir a, no servirse de

Servicio viene del latín servitium, un verbo que se emplea para dar nombre a la condición de alguien que está a disposición de otro: es decir, el servicio estrictamente entendido debería disponernos hacia el otro, y no al revés. La idea es servir a, no servirse de.

Estar pendiente de los demás es deber de todos los mortales, ya que a más de hacer que la vida sea más llevadera y nos haga sensibles a las necesidades de los demás.

Cuando tenemos en casa o en el trabajo, por ejemplo, personal a nuestro servicio, damos por hecho que aquellas personas deberán hacer aquello que les pedimos, porque además están siendo remuneradas por realizar una determinada tarea. Sin embargo, ahí no empieza ni termina el significado de servicio.

Todos estamos llamados a servir a los demás, también a aquellos que trabajan para nosotros o dependen de nosotros.servilismo

Los padres de familia hemos de comprender, que la autoridad no solo consiste en mandar, sino en servir: el correcto manejo de la autoridad es poner al servicio de los hijos todo nuestro potencial como personas, para saberlos formar en libertad y responsabilidad, para que los hijos aprendan de primera mano a vivir en función de los demás: saber hacer favores, colaborar en la casa, cumplir con un encargo, hacer un mandado, quedarse en casa acompañando a un hermanito enfermo, sentarse a la mesa con el papá o hermano que llega más tarde para el almuerzo, visitar a la abuelita, ayudarle a levantarse, a peinarse, hacerle un “agüita” de esas que a ella le gusta, ayudar a un compañero en esa materia que le cuesta tanto, llevar un postre a esa tía que vive sola, dejar mis cosas de tal manera que no le cargue todo el trabajo a la persona que hace la limpieza o cocina en mi casa, ofrecer mis manos, tiempo y cabeza para apoyar la labor social del colegio o de la parroquia, ceder el asiento a las personas mayores, mujeres, a la señora embarazada; abrir la puerta del carro, prestar un servicio a la comunidad con un “gracias” como paga… son actos aparentemente pequeños, pero que se aprende en hogares con corazones grandes.

Solo en casa podremos adquirir de modo natural la maravillosa virtud de servir.

La tarea de servir no termina nunca

Actos aparentemente pequeños, pero que se aprende en hogares con corazones grandes. Solo en casa podremos adquirir de modo natural la maravillosa virtud de servir

Una señora maravillosa y sabia comentaba hace tiempo, que cuando fue abuela le habían dicho que ya era hora de que descanse, que los abuelos no están para hacerse cargo de los nietos. En principio es verdad, ya que los padres somos los primeros responsables de los hijos. Pero más bien la conversación giraba en torno al tema de los abuelos que cuidan nietos, porque los padres trabajan o alguna vez porque viajan, o porque alguna otra vez salen en pareja o se reúnen con sus amigos. Esta señora decía que, si bien ella no es la primera responsable de los nietos, y sin quitar protagonismo ni autoridad a los padres, ella y su esposo se sentían en la obligación de ayudar en aquello que los hijos les pidan, ya que ser padres y ayudar sirviendo, es una tarea que no termina nunca. “Si me piden cambiar el pañal al nieto, recoger a la nieta, que se queden a dormir en casa, dar la mamadera al más pequeño, etc, y aún tengo manos para hacerlo, pues lo hago… y de mil amores”. Sí es verdad que los hijos podrían abusar, pero aún no me ha pasado. Si eso llegara a suceder, tendría que decírselo. Prefiero que “me abusen” por servir, a no servir para ayudar. ¡Del servicio no nos jubilamos nunca!”

Hasta el enfermo o desvalido que aparentemente no puede hacer mucho, sirve maravillosamente porque brinda la oportunidad a los demás para que crezcan en muchas virtudes: la paciencia, la comprensión, la diligencia, la puntualidad: ¡el servicio mismo!

Hacernos chiquitos por amor

El servicio tiene un campo enorme de acción, y adquiere un brillo especial cuando del servicio material se pasa al plano afectivo, y más aún al aspecto espiritual de las personas. Hacemos mucho cuando ayudamos a la mejora material de una casa asistencial o un barrio marginal, cuando hacemos donaciones de artículos de primera necesidad o de cantidades “en metálico”, pero trascendemos cuando además servimos con nuestra amistad sincera y leal a los demás, cuando les hacemos partícipes de la alegría de vivir “a lo cristiano”. Se debe hacer lo uno sin descuidar lo otro, ya que las personas tenemos una dimensión corporal, otra espiritual y una afectiva; y estos tres aspectos tienen que ser debidamente atendidos.

El servicio “a secas” no es lo mismo que hacer la vida llevadera a los demás (en especial a los que viven con nosotros y a aquellos que tenemos más cerca) con una alta dosis de amor. Pensar en ser serviciales para el lucimiento personal no sería un verdadero servicio, eso sería pura vanidad. Muchos actos de servicio son callados, escondidos. Otros se ven un poco más. Lo importante es hacer las cosas pensando en procurar el bien de los demás, especialmente el bien-ser que va más allá del bienestar. Saber adelantarnos a las necesidades de los demás sin resultar asfixiantes. Hacer las cosas sin que el “beneficiario” casi se dé cuenta de que le prestamos un servicio para que no se sienta en deuda con nosotros.

El Papa Francisco ha tenido detalles de cariño con todas las personas que se han acercado a su corazón de padre, pero más significado tiene el acercamiento que él ha tenido con los que ha salido a su encuentro. El ha salido de sí mismo para “rozarse” con los demás. Ha querido servir, dando a los demás la alegría de “tenerlo cerca”. Nos ha pedido ser cristianos alegres, que salgamos de nuestro pequeño mundo para servir a los demás, a los más pobres…a veces los más pobres son los que tenemos a nuestro alrededor porque les falta “la riqueza” de una sonrisa, de una palabra oportuna, de un gesto amable, la lealtad de un amigo, la caricia de una madre, el calor de la fe, el optimismo del cristiano.

¡Hacernos chiquitos por amor a los demás! Servilismo no ¡servidores si!

El servicio se convierte en virtud cuando constantemente hacemos cosas por los demás. Como decía un santo de nuestro tiempo: “ser alfombra para que los demás pisen blando”.

Por Mag. José Manuel Rodríguez
Director Académico Instituto para Matrimonio y Familia
U. Católica San Pablo. Arequipa, Perú.
www.roncuaz.blogspot.com

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