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JOSE MANUEL RODRIGUEZ

 

Por Mag. José Manuel Rodríguez Canales
Director Académico del Instituto para el Matrimonio y la Familia http://roncuaz.blogspot.com/

 

Puedo decir que casi carezco de toda pasión por el dinero. No la ensalzo ni la criminalizo. En verdad, me importa sólo cuando me falta. Por ejemplo, cuando tengo que tomar un taxi y avergonzado me doy cuenta de que no me alcanza y me voy caminando a mi casa. O cuando descubro horrorizado que no puedo salir de un estacionamiento porque no traje plata y la mendigo a un conocido al que después le pago doblemente avergonzado. Tampoco me importa mucho ya la ropa que me pongo, con tal de no verme tan feo que llame especialmente la atención.

No digo que yo sea especialmente generoso, bondadoso o humilde. Algunas veces he llegado a dudar de que esta indiferencia no sea más que pereza o mediocridad, malhechura, o zarrapastrosidad. Pero me pasa de vez en cuando, sobre todo en los aeropuertos, que me detengo a ver esos hombres jóvenes bien afeitados, encoloniados y engominados que corren con un aparato en la oreja, un aparato en cada mano y se suben a otros aparatos para irse a otros lados y volver siempre con la misma cara de seriedad y autosuficiencia diciendo financieras palabras inglesas a gran velocidad mientras su corbata amarilla o rosada vuela al viento de sus prisas. No los juzgo porque no los conozco, pero cuando los veo siempre me embarga una cierta infantil tristeza, como si fueran amigos de barrio que he perdido, como si la bicicleta nueva los hubiera apartado de los juegos que nos hicieron amigos. Y rezo por equivocarme, y en verdad, rezo por sus familias. Y lo hago porque sé que un hombre apasionado por el dinero difícilmente puede ser un apasionado de su familia. Son pasiones irreconciliables.

Probablemente yo no sea más que un romántico y un tonto. Pero lo digo en serio: no le veo la gracia a eso de gastarse la vida dinerobuscando dinero. Y prefiero mi tontería. Sé que hay hombres geniales para crear riqueza. Yo los respeto y admiro sinceramente. A algunos de ellos incluso los quiero entrañablemente, pero yo no soy uno de ellos. Sospecho incluso que crean riqueza porque no les importa el dinero y tengo la esperanza de que en verdad quieran hacer progresar a otros, a su país, al mundo. Yo no soy pobre ni rico, pero pienso que esa es la ingenua y siempre misericordiosa esperanza de los auténticos pobres cuando piensan en los ricos: se imaginan que alguien vela por ellos.

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