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Tengo 21 años y desde los 17 decidí vivir la castidad. Sin embargo creo que la castidad es la mejor forma de vivir en cuanto a sexualidad y amor se refiere.  

Me considero agnóstico, y a pesar de no ser creyente, siempre he considerado que la sociedad se ha corrompido mayormente por la “libertad sexual” que se predica y practica hoy en día, y por eso decidí no ser parte “del montón”.  

Yo nunca he sido de aquellos a los que le interesa ser aceptados en grupos sociales, y siempre he ido en contra de las modas. Al principio opté por la castidad por tener algo distinto, por ser diferente a los demás, por oponerme a lo que mis compañeros de preparatoria consideraban “normal”.  

Mi justificación era que con la abstinencia te evitabas muchos problemas: embarazos no deseados y por ende abortos; enfermedades de transmisión sexual; que te utilicen y después te tachen de “fácil” (en caso de las chicas); etc. Pero eso nadie, ni las chicas, lo entendían, y me convertí en el “rarito” de la escuela. Incluso llegaron a inventarse que era gay.  

Me considero agnóstico, y a pesar de no ser creyente, siempre he considerado que la sociedad se ha corrompido mayormente por la “libertad sexual” que se predica y practica hoy en día, y por eso decidí no ser parte “del montón”.  

Confieso que con tanta presión estuve a punto de ceder, a punto de dejar mi “estilo de vida” por lo que hablaban de mí, pues no sólo eran críticas en mi salón, sino prácticamente en toda la escuela. Eso duró hasta que un día descubrí a varios de mis compañeros viendo pornografía y masturbándose ¡en los baños de la escuela!

A mí me pareció patético en un principio, y no es que yo no lo hubiese hecho antes, pero hacerlo en la escuela era lo que nunca hubiera intentado ni imaginado. Me di cuenta de lo débiles que eran por ceder a sus deseos en la escuela y en grupo. Recordé aquellas ocasiones que yo lo había hecho en mi habitación y la incomodidad que sentía al salir y ver a mi familia, así que decidí de cierta manera formalizar mi castidad e hice una promesa conmigo mismo de dejar de lado el sexo y el placer.  

Aquel día leí esto en Facebook: “al tener sexo con alguien con quien no te vas a casar, piensa que te estás acostando con la futura esposa de alguien más”. Eso me animó a informarme. Empecé a buscar artículos y libros que me ayudaran a tener bases firmes para explicar mi decisión, más allá de mis justificaciones.

En algunos libros leí que muchos de los grandes escritores, filósofos y músicos fueron célibes. Y es lógico: ocupas tu tiempo y tu mente de una manera productiva. La mayoría de las páginas que encontré eran católicas o cristianas, hablaban de la Biblia y los mandamientos de Dios, pero a mí no me interesaba leerlas porque no comparto su credo: yo quería una razón más allá de eso.  

En esa búsqueda me reencontré con una gran amiga que no veía desde que salimos de la primaria. Ella es católica y también vive la castidad. Nos pusimos al tanto de nuestras vidas, ella acababa de hacer su promesa de castidad en un retiro, con anillo y ceremonia. La verdad, a mí me pareció exagerado y hasta fanático, pero ella estaba feliz y satisfecha con su decisión porque “así se vive el amor verdadero”.  

Le comenté también mi decisión de abstenerme del sexo al menos hasta terminar mi carrera o pensar en casarme, me explicó que castidad no es sólo abstenerse de relaciones sexuales antes del matrimonio, sino que la castidad es un camino que te lleva al amor verdadero porque descubres a una persona realmente y no sólo por su cuerpo, sino por sus ideas, sus convicciones, sus virtudes y hasta sus defectos. Amas por quién esa persona realmente es.

Ese es el verdadero amor, porque es como si amaras a alguien de tu propia familia, y obviamente no te vas a acostar con alguien de tu familia para demostrarle tu amor. La castidad te lleva a respetar tu cuerpo y a valorarte tal cual eres y a enseñarles a los demás a valorarte.

El sexo no es más que placer del cuerpo, es utilizar a otra persona para satisfacerte o que esa persona te utilice, y no hay que olvidar que somos humanos, no objetos.  

Desde entonces mis convicciones se reforzaron, porque encontré a alguien que me entendía sin importar si yo creía o no en Dios. Quiero decirles que la castidad y el amor no son exclusivos de católicos o creyentes, y por ella conocí a más jóvenes que viven la castidad. En ellos tengo a gente que me apoya y a quienes apoyo incondicionalmente. Gracias a este modo de vivir tengo una novia maravillosa desde hace casi dos años.  

Como les dije, no comparto credo. Me considero una persona que vive racionalmente y no se deja llevar por sus impulsos, alguien que vive contracorriente porque en realidad así se vive mejor. Y cuando me preguntan por qué vivo la castidad si no creo en Dios, yo les contesto: “La castidad no es decisión de creyentes, es decisión de valientes”.   

Isaac, 21 años, México.  

 

Vía Aleteia

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