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Una casa tan grande no puede cuidarse sola, por lo que te han pedido compartirla con tu familia.

 

Imagina que tu regalo de Navidad es una casa. Suena bien ¿verdad?

Además, resulta que es una casa enorme, con todo lo necesario para vivir bien por siempre. Cuenta con jardines de árboles frutales, corrales para criar animales, un lago donde se puede nadar y pescar y todos los servicios básicos pagados con anticipación. Pero una casa tan grande no puede cuidarse sola, por lo que te han pedido compartirla con toda tu familia que es numerosa.

Eso trae una serie de dificultades, pues la comida es abundante pero no es infinita. Los árboles toman un tiempo en dar fruto, al igual que los animales para estar listos para la faena. Sin embargo, las personas no se miden. Comen cuando pueden sin pensar en qué pasará mañana. Utilizan el agua del lago sin moderación y éste empieza a secarse y contaminarse. De pronto, ya no hay peces y las personas tampoco se pueden bañar.

Somos ingratos con quien nos hizo este maravilloso regalo,  despreciamos las reglas que nos dio y nos enemistamos con la familia.

Además, en el afán desmedido por consumir todo lo que está a su alcance, las personas se olvidan de que están en familia y comienzan a ver a los demás como sus enemigos. Se pelean por las habitaciones, por el baño, por los puestos que ocupan en la mesa. Algunos no logran alimentarse bien y se debilitan. Otros caen enfermos pero no son atendidos pues se convirtieron en extraños en medio de sus hermanos.

Algo muy similar es lo que ha ocurrido con la humanidad. Al inicio de los tiempos, Dios nos regala toda la Creación: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra”, (Génesis 1, 28).

Además, nos da la casa con la despensa llena: “Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento”, (Génesis 1, 29).

Sin embargo, por el pecado nos volvemos ingratos con quien nos hizo este maravilloso regalo,  despreciamos las reglas que nos dio para administrar la casa y nos enemistamos con la familia con la que compartimos el mismo techo. ¡Cuánta falta hace recordar la gratuidad con la que Dios nos ha dado todo!

Este relato fue inspirado por la última encíclica del Papa Francisco, Laudato Si’, en la cual considera la Tierra como nuestra casa común y exhorta a toda la humanidad a cuidarla. El Papa pide recordar el modelo de san Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro.

Que nuestra preparación para celebrar el nacimiento del Niño Dios sea menos consumista y más espiritual. Que descubramos la alegría de dar y no nos preocupemos por lo que iremos a recibir. Que a través de nuestras oraciones y acciones, contribuyamos a que el mundo viva una verdadera noche de paz. 

 

Por: José Miguel Yturralde Torres
Consultor de Responsabilidad Corporativa
jmyturralde@ypsilom.com

 

 

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