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Me sentí flotando al pedir su bendición para mis hijos, mi familia y mis amigos. 

Reyes, celebridades y políticos;  los más poderosos de la tierra lo visitan y piden su bendición.  Pero él no pierde la centralidad de su existencia dedicada a Dios.  El Vicario de Cristo en la Tierra, Francisco, llegó a Roma para ser el pastor de 1.254 millones de católicos. Y de repente, su lenguaje sencillo, su cercanía, su corazón misericordioso lo convirtieron en el referente hasta de quienes no profesan su misma fe.

Hace algunos meses, los ecuatorianos recibimos la noticia de la visita del Santo Padre con un poco de incredulidad. La ilusión y la alegría comenzaron a desbordarse del corazón de los feligreses que esperaban a su pastor en medio de un cada vez más agitado clima político que se expandía en el país.

Mi oficio de periodista es bastante conocido; pero, más allá de eso, me confieso una mujer, madre y católica practicante, y como tal comencé a imaginar lo que podía tocarme hacer. 

Decidí que iba a vivir la visita del Santo Padre poniendo atención a mi propio camino de Fe, no buscaría ninguna posición especial. Pero, como sucede muchas veces, Dios tenía otros planes para mí.

A no más de tres metros de distancia de su silla, podía ver los detalles de su rostro, sus manos, su vestimenta y sobre todo la claridad de su mirada.

Recibí la llamada de un querido y admirado obispo que me preguntaba si podía ayudar como maestra de ceremonias en el encuentro del Papa Francisco con el mundo de la educación en la Pontificia Universidad Católica de Quito (PUCE). Sin pensarlo dos veces, ni preguntar detalles, dije que sí. Me sentí honrada y privilegiada por tener la oportunidad de servir directamente en un acto en el que iba a estar el Papa. Luego vino también la solicitud de colaborar con la animación en la Misa campal de Samanes, y ya para entonces me sentí totalmente bendecida por la certeza de que iba a estar cerca de Francisco, el pastor de mi querida Iglesia, el hombre universal que la Providencia Divina determinó que sea “Luz del Mundo”.

Pese a las protestas en las calles, que han sido multitudinarias y sostenidas, y que el gobierno insiste en minimizar, el país se paralizó ante la llegada del Papa. Parecía como si los sentimientos y emociones comenzaran a tener un solo ritmo, el que surge de la armonía de las almas buenas. Cientos de miles se  volcaron a los encuentros multitudinarios, sin importar las inclemencias del sol y el calor, o de la lluvia y el frío; se apostaron  a lo largo de las calles para verlo pasar y, gracias a la bien organizada cobertura de televisión, casi nadie se perdió de ver y escuchar al Papa desde que pisó suelo ecuatoriano, hasta que lo despedimos después de cuatro días de incansable actividad. 

Las sorpresas no terminaron

Cuando Francisco aparece, se vive como un instante de completa claridad, de iluminación plena, los himnos y barras se escuchan como coros celestiales y ya nada importa, ni el tiempo de espera, ni los sacrificios y después se escucha la misma reflexión: “Valió la pena”. 

En el escenario de la PUCE, el lugar que me correspondía estaba ubicado a no más de tres metros de distancia de su silla, sin ningún obstáculo de por medio, podía ver los detalles de su rostro, sus manos, su vestimenta y sobre todo la claridad de su mirada.

Confirmé lo que había notado a través de fotos y videos. Es como si un doble cuerpo invisible lo rodeara y ahí concentrara una luz especial que lo conecta con lo sublime, luego veo sus zapatos negros bastante usados y sus manos acariciando el crucifijo que cuelga en su pecho y lo distingue como el Vicario de Cristo y recuerdo que, pese a toda su grandeza, es humano como todos nosotros. 

Me pareció que percibe todo los elementos del ambiente y tiene el control de cada palabra que escucha con esmerada atención, para luego responder con precisión e infinita sabiduría.  Los años le pesan un poco al caminar, pero se ve vital y muy despierto pese al cansancio que, si lo siente, lo esconde muy bien. 

No estaba planificado que yo pudiera acercarme al Santo Padre en ninguno de los dos eventos.  Cuando estaba por concluir mi intervención en la PUCE, el padre Fabián, quien actuó como maestro de ceremonias junto a mí, recibió el mensaje en señas de Mons. Alfredo Espinosa, quien consideró oportuno que los dos nos acercáramos al Santo Padre antes de que él comenzara su intervención.

Estaba a punto de llorar y me concentré en no caerme al hacer la genuflexión de reverencia al saludarlo, pues me molesta un poco la falta de reverencia de algunas personas que saludan a Su Santidad y no quería ser yo quien protagonizara una caída aparatosa.  

El momento fue mágico, de completa felicidad, me sentí flotando al pedir su bendición para mis hijos, mi familia y mis amigos; creo que notó mi estado de ánimo y sacó su buen humor y sencillez para preguntarme cuántos hijos tenía y si me hacían la vida imposible. Puso un bello rosario en mis manos y me dio la bendición.  No podía pedir más, no sé qué hice para merecer tal bendición; pero sé que, si Dios lo permitió, es porque me sigue llamando a recorrer sus caminos de amor y misericordia.

Más allá de la alegría y la emoción, con los cuatro discursos y dos homilías pronunciadas por el Papa durante su visita a Ecuador, Francisco nos deja material de análisis y semillas de fe que nos obligan como cristianos, no solo a pensar positivamente, sino a actuar positivamente.

 

MIS CITAS PREFERIDAS DE LO QUE NOS DIJO

  • “Sería superficial pensar que la división y el odio afectan solo a las tensiones entre los países o los grupos sociales, en realidad son manifestaciones de ese difuso individualismo que nos separa y nos enfrenta”.

     

  • “…muchas veces este actuar nuestro se basa en la confrontación que produce descarte. “Mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de vencer al otro, de imponerme, de descartarlo y así vamos construyendo una cultura del descarte que hoy día ha tomado dimensiones mundiales…”

 

 

Por: Teresa Arboleda
Presentadora de Noticias

 

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