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Un testimonio recopilado de la página del padre Fabricio Alaña, que nos invita a reflexionar a lo que muchas veces los jóvenes se exponen en las redes sociales y por la presión de “hacer lo que lo demás hacen”. 

Les voy a contar mi historia, esa que lastimosamente no solo es la mía sino la de muchas chicas que por ingenuas o por «Amor» cometemos el error de confiar.

Yo tenía 14 años cuando lo conocí. Él era el chico perfecto el más popular del colegio, todas las chicas querían que él las mirara y más aún las invitara a salir. Esa tarde coincidimos los dos en el expreso escolar, conversamos, nos reímos, ¡me enamoré! Fue así como cada día buscaba alguna excusa para que coincidiéramos en algún espacio sea del colegio o del expreso.

El intercambio de mensajes se hacía cada vez más frecuente, hasta que un día sin esperarlo me invitó a salir. No lo podía creer, él, ese chico que todas querían me había invitado a mí al cine, nos besamos. ¡Fue increíble indescriptible!

Ya éramos enamorados … eso pensaba yo 🙂 

Todo era perfecto, aunque él prefería que no le contáramos a nadie. Las conversaciones por celular ya eran parte de nuestra rutina. Pasábamos largas horas en el celular hablando de tantas cosas. Hasta que un día la conversación fue subiendo de tono. Ese juego me gustaba, él me empezó a decir que me deseaba y una frase llevó a la otra hasta que él me pidió que le enviara una foto desnuda. Era mi enamorado, ¿por qué no hacerlo? La gente grande lo hace, ¿por qué yo no? ¿Él me ama y yo también? Las respuestas según mi cabeza me llevaron a la conclusión de hacerlo.

Ahí comenzaron los días más tristes de mi vida

Después de esas primeras fotos nada volvió a ser lo mismo, ya no me escribía ni me saludaba igual. Hasta que un día empecé a ser yo la más popular del colegio, no sabía por qué todos me miraban y hablaban. Mis fotos desnuda estaban en todos los grupos de chat, estaban en la red.

Por Dios por qué tanta crueldad. Mis amigas ya no me hablaban. En el colegio solo se decía que me iban a sancionar. Y mis padres, qué puedo decir de ellos, los defraudé, su niña, su hija ahora estaba desnuda frente a todo el mundo.

Veía cómo me iba quebrando entre la desilusión y la rabia

¿Ahora qué podía hacer? estaba en un torbellino sin salida, quería desaparecer, incluso llegué a pensar en suicidarme; mas no tuve el valor.

Seguía ahí, con mi dignidad por el piso, tachada por la sociedad, por los que creía eran mis amigos, tachada por haber confiado en que otra persona no me haría daño. Sin embargo, después de caer tanto, al frente se abría una luz, era mi pastoralista del colegio, ella empezó a tratar de acercarse. Fue muy difícil, la rechacé tantas veces como pude ¿Cómo confiar otra vez? Pero sus palabras me iban llegando, sus palabras me iban reconfortando.

El sol volvía a salir, entre esa prueba tan dura conocí a esa gran persona que cumple a cabalidad lo que tantas veces escuché “hacerme acompañamiento”. Se volvió en mi acompañante para salir del lodo, me enseñó que Dios siempre está ahí, que Él no nos va a juzgar y que siempre tiene las manos abiertas para sanar nuestras heridas, para llevarnos en sus brazos. Me estaba enfrentando a otra tarea difícil: a creer fiel y firmemente en Dios, no tan a la ligera como lo hacemos los jóvenes, sino a sentirlo en la profundidad del corazón.

He decidido compartir mi experiencia, con la esperanza de que llegue a muchas y a muchos jóvenes con una voz de ALTO, PENSEMOS ANTES DE ACTUAR.

Mi mensaje para las chicas es que no cometan el error de agredirse ellas mismas su dignidad. Cuiden su cuerpo como algo preciado, como ese templo que Dios nos dio para que en él habite su Espíritu Santo.

Vía: FabrosJ

 

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