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"No olvidéis esto: el Señor nunca se cansa de perdonar ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios con cada uno?" (Papa Francisco)

Perdóname, por favor… perdóname. Ese grito, o peor aún, ese susurro doloroso que se escapa del alma. Aquél que, ya no pudiendo ser contenido, se desliza de nuestros labios cuando ese microsegundo, en que nos damos cuenta del mal que hicimos, llega por fin a nosotros. El preciso instante en el cual se abren nuestros ojos y de pronto vemos las cosas como las ve el otro.

En este video, la iniciativa de May Feelings nos lleva (con éxito) a redescubrir el rostro del perdón. Nos muestra el arrepentimiento que personas comunes y corrientes pueden llegar a sentir al haber ofendido a alguien que aprecian, en circunstancias netamente cotidianas. Y es que son esas circunstancias de las que está hecha la vida, es ése nuestro medio de acción y es allí donde cometemos errores

¿Qué sucede si somos nosotros los que ofendimos, los que se apresuraron en juzgar, los que hirieron? Por supuesto, lo primero es pedir perdón; pero un arrepentimiento sincero incluye tratar de reparar el mal cometido. Como lo señala la Conferencia Episcopal Argentina en su comentario del perdón: “Reparar el mal no sólo significa devolver a mi hermano el martillo que había tomado, es también analizar por qué tengo una personalidad tan poco firme que me dejo llevar por cualquier deseo, instinto o enojo. Es también fortalecer mi conciencia débil con la oración, la meditación de la palabra de Dios y la Eucaristía. Es decir, el arrepentimiento sincero, que es también una gracia que viene de Dios, nos insta a ir a la razón fundamental de nuestras fallas y alcanza lo más profundo de nuestro corazón”.

«Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar» (San Juan Crisóstomo)

Por otro lado, cuando somos nosotros a los que nos toca perdonar, hemos de recordar que al hacerlo ganamos mucho, abrimos las puertas de nuestro corazón a la experiencia de un amor más puro hacia nuestros hermanos y además nos liberamos de un rencor que nos envenena por dentro. Sin embargo, debemos siempre tener en mente que Dios es la fuente de la compasión. Él es la misericordia y es a Él a quien nos tenemos que dirigir para poder ser capaces de perdonar… para siempre.

Existen personas que opinan y hasta promueven que perdonar sin sentirlo es hipocresía. Sin embargo, como bien dice Madre Angélica – fundadora de EWTN – cuando una persona decide actuar en contra de lo que su carne siente no es hipocresía, es ¡virtud! Aunque sienta que no quiero perdonar o amar a mi enemigo, TENGO que hacerlo. De otra forma, seré presa de mis propios instintos y, como hijos de Dios, estamos llamados a trascender estos instintos puesto que hemos sido dotados con el poder de la razón y del intelecto. Ciertamente, el uso de la razón nos lleva a desafiar nuestras motivaciones y a preguntarnos si es que acaso lo que nos mueve son ¿nuestras ansias de justicia o en realidad un espíritu de revancha?

Finalmente, sólo una vez Jesús nos habla de ser perfectos como el Padre es perfecto (Mt 5, 43-48); y lo hace en el contexto de no excluir a nadie de nuestra comprensión fraternal, de nuestro amor y de nuestro perdón, incluyendo a nuestros enemigos. Vayamos pues, incesantemente, setenta veces siete, a Aquél quien es el Perdón, la Justicia y al mismo tiempo, la más pura, tierna e insondable Misericordia. Vayamos a Aquél que nunca se cansa de perdonar y que nos insta a nunca cansarnos de pedir perdón. Vayamos al Amor; en pocas palabras: vayamos a Dios.

 

Vía Catholic Link

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