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Me dirijo a otros hombres casados que quieren ser coherentes con el compromiso que asumieron en el matrimonio.

Queridos amigos:

Muchas veces la realidad nos pone ante situaciones en las que debemos abstenernos si es que queremos tener una vida sexual sana y plena. Si nos limitamos a responder a necesidades físicas o afectivas es probable que nos encerremos en el egoísmo, usando nuestra sexualidad para compensar alguna carencia ciega: salir del estrés del trabajo, responder a estímulos externos (pornografía, publicidad que apela a lo sexual, falta de moderación en miradas, exceso de comida o alcohol, etc.) o cualquier motivo que termina siendo una excusa del egoísmo y ese orgullo malsano tan típico nuestro. Suena duro pero así es.

Conozco muy de cerca, por experiencia propia y vicaria, las dificultades y problemas que uno tiene que enfrentar cuando se trata de abstenerse para espaciar los nacimientos de los hijos sin cerrarse a la vida, justamente porque se quiere cuidar la vida de los que ya se tiene. Sí, hablo de la abstinencia hasta los periodos de infecundidad femenina, los famosos, cuestionados y no pocas veces antipáticos métodos naturales de regulación de la fertilidad. 

Conozco muy de cerca las dificultades y problemas que uno tiene que enfrentar cuando se trata de abstenerse para espaciar los  nacimientos de los hijos sin cerrarse a la vida.

Conozco los argumentos en contra de su imprudente difusión, ya que en sí mismos pueden considerarse anticonceptivos si la motivación no es buena. Conozco también de sus dificultades: usar el tiempo de menor disposición femenina, tener que esperar, pensar que es como una camisa de fuerza, sentir esa especie de humillación y susceptibilidad clásicas de nuestro engreimiento cuando tenemos que controlar nuestras pasiones, ver que de natural tienen poco porque van contra la espontaneidad del afecto, sufrir cada mes el miedo a un embarazo inesperado, tener que ponernos en manos de Dios cuando queremos controlarlo todo, etc.

Mientras se camina, estas abstinencias son una prueba de amor para nuestras esposas e hijos que con la edad se van haciendo más fáciles, más inteligentes y bondadosas. Son ocasión para ser mejores esposos y padres y justamente por eso ser mejores cristianos, más libres de las compulsiones que nos suele imponer el mundo y nuestra propia debilidad.

Cualquier otra «salida» es una esclavitud que nos hace daño a nosotros y a nuestras familias. La vida sexual en el matrimonio no se mantiene viva marcando «checks de bueno o malo»; sino logrando que nuestros actos sexuales se conviertan en expresión de amor y no de egoísmo, soledad o violencia.

Por eso es que, más allá de críticas y falsedades, más allá de confusiones e intereses desaforados de gente usualmente promiscua, solo la virtud de la castidad nos hace hombres capaces de amar a nuestras mujeres y nuestros hijos, hombres que no tienen nada que ocultar ni de qué avergonzarse, gente serena que puede mirar a la cara a su esposa, a sus hijos, a sus amigos, a su país, gente que puede comprender y compadecerse de cualquier miseria propia y ajena, pero jamás justificarla como algo bueno o natural.

Esta virtud indispensable hay que pedirla a Dios. Solo de Él se recibe y se aprende. Por eso, queridos amigos, tenemos que cultivar una vida espiritual intensa, bondadosa y servicial. Por lo demás, quería ofrecerles a todos mis oraciones y mi solidaridad de hombre casado que comparte sus mismas luchas. Y claro, pedir humildemente las suyas.

 

 

José Manuel Rodríguez

Por Mag. José Manuel Rodríguez Canales
Director Académico del Instituto para el Matrimonio y la Familia – http://roncuaz.blogspot.com/

 

 

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