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Nadie sabe lo que implica tener un bebé prematuro hasta que lo vive, más aun cuando es prematuro extremo.

Éramos una familia de 4 dedicados a apoyar el deporte en nuestros hijos beisbolistas. Mi esposo Carlos y yo con 22 años de matrimonio, nuestro hijo mayor Carlos Eduardo de 21, con beca deportiva en una universidad en EE.UU. y Gustavo de 17, que quiso seguir los pasos de su hermano y jugar beisbol universitario, por lo que fue a terminar el colegio en Florida para tener oportunidades de beca.

El inicio de una nueva etapa

A punto de empezar a sentir el síndrome del nido vacío, Carlos me preguntó si me encontraba bien porque me había visto un poco ojerosa y cansada. Pero yo me sentía perfectamente bien. Pensando en esto, recordé que días atrás había dejado de ir al gimnasio por un dolor abdominal que pensé que podría ser una hernia. Además, que también tenía un retraso que lo atribuí a las hormonas, que a mi edad, como había escuchado a mis amigas podría ser la menopausia. No obstante, compré dos pruebas de embarazo y ambas salieron positivas. No supe cómo decirle a Carlos, así que solo las dejé en el baño y cuando él las vio me dijo “¿voy a ser papá abuelo?”.

Sin contarle a nadie fuimos al medico. ¿Cuántas posibilidades existían de tener un bebé después de tanto tiempo y sin buscarlo? Cuando el doctor confirmó que tenía dos meses de gestación y que el dolor se debía a un desprendimiento, lo único que atiné a decirle fue: “Es que la gente a mi edad no tiene hijos”. Durante ese mes y sin decirle a nadie sobre el embarazo, el desprendimiento se cerró. Carlos y yo pensábamos que este era un momento de estar solos y vivir una nueva etapa de pareja, pero debíamos contarle a nuestros hijos, a lo que ellos reaccionaron felices.

Un cambio de planes inesperado

Pasaron los meses y las sorpresas siguieron. ¡El rosado llegó a nuestras vidas, era una niña! Aprovechando mi cumpleaños quisimos reunirnos con nuestros hijos en EE.UU., pero dos días antes del viaje empecé a perder líquido, estando recién en la semana 27 por lo que me enviaron reposo absoluto. Carlos viajó a recoger todas las cosas de la bebé y volvía por las mismas. En esos días en la cita con mi médico le indiqué que aun no me sentía bien y le pedí que me internara. Mi esposo estaba regresando del viaje sin saber lo que sucedía y esa misma noche rompí fuente. Ante esto el doctor me dijo que la bebé podría nacer en cualquier momento, y que haría todo lo posible para que estuviera más días en mi vientre. Sin embargo, el pediatra me indicó que la bebé sería prematura extrema y su estado será grave, pero que las niñas son luchadoras.

Un grito de lucha


Cuando por fin mi esposo llegó, y comenzaron los dolores, y tuvieron que programar una cesárea de emergencia. Con miedo le pregunte al doctor: “¿la bebé va a llorar cuando.nazca?” A lo que me dijo que generalmente los bebes tan pequeños no lloran. Una vez más nuestra bebé nos sorprendió, y con sus 37 cm y 1020 gramos, ella lloró y dando inicio a toda una travesía.

Victoria estuvo muy grave por lo que mi mamá trajo un sacerdote para que la bautizaran. Mientras tanto, yo estuve tres días sin poder verla, solo por fotos. Es tanta la impresión al ver un bebé prematuro que podría devastar hasta al más fuerte. Su cuerpo tan chiquito conectado a un respirador con miles de sensores, hacen casi imposible el contacto. Los doctores dicen que las primeras 72 horas son vitales. Así, Victoria logró salir del respirador y pasó a la mascarilla de oxígeno.

Mi esposo y yo queríamos saber el tiempo que pasaríamos en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCIN). Si todo marchaba bien, serían de cuatro a seis semanas. Pero se acercaba la hora en la que yo tenía que salir del hospital y dejar a Victoria. Se me rompió el corazón saber que solo la vería tres veces al día, por 30 minutos, ya que no me podían mantener internada. Sin embargo, en la UCIN escuchas las historias de cada uno de los niños, eso te da fuerzas y esperanza.

Lamentablemente, a los 10 días de nacida Victoria tuvo una infección que la puso en un estado grave. El doctor nos decía “un día a la vez. Un día vivido es un día ganado. Yo estoy haciendo todo lo que sé, pero es la voluntad de Dios, hay que rezar mucho”. Gracias a la serenidad, paciencia y amor de mi esposo los días se hicieron menos difíciles.

Cada día recibíamos mensajes de amigos, conocidos, hasta no tan conocidos, dándonos palabras de aliento. Hubo personas que hicieron cadenas de oración por Victoria, un grupo cercano de amigos realizó una novena. Rezábamos junto a su termocuna y entregábamos toda nuestra fe y confianza en la Virgen María para que la sanara.

Uno de los momentos mágicos fue cuando, por primera vez, Carlos pudo cargar a Victoria, ella tenía 38 días de nacida. Llegó Navidad y una vez más Victoria nos sorprendió. Ese día le quitaron la cánula de oxígeno y la pasaron a la incubadora. Nunca imaginé que celebraríamos una Navidad en el hospital. Fue diferente, ahí la alegría más grande era luchar por la vida y saber que al día siguiente.todos.estaban para.seguir.sorprendiéndonos. Además, el regalo de esa Navidad fue que sus hermanos pudieron conocer a su hermana por primera vez.

Nuevo año, nuevos retos

Llegó Año Nuevo y la infección se había ido, le quitaron todas las vías y poco a poco empezó a ganar peso. Siempre preguntábamos su peso, porque debía llegar a los 2000 gramos para poder irse a casa. Así para el Día de Reyes la pasaron a cuidados medios donde podíamos “hacer canguro” más tiempo, estábamos más cerca de salir de la UCIN. Finalmente el gran día llegó, Victoria podía irse a casa y a nosotros nos invadió una mezcla de sentimientos inexplicables. Lo que más habíamos deseado estaba sucediendo, pero temíamos que algo le pasara fuera de ahí. Los doctores, las enfermeras y terapistas fueron ángeles para nosotros por lo que los llevaremos siempre en el corazón.

El día que salimos del hospital no hubo fiesta, ni celebraciones, solo los tres con el corazón agradecido y una promesa por cumplir: ir al Santuario de Schoenstatt para que Victoria conociera a la señora que la había cuidado esos 67 días, la Mater.

Los bebés prematuros tienen que aprender todo por sí solos, desde respirar, comer, digerir, hasta regular su temperatura. Jamás imaginamos que la alegría por la llegada de un bebé pueda ser tan compleja y dolorosa por ser prematuro. De esta experiencia nos queda un matrimonio y una familia fortalecida en el amor, la fe y la esperanza, en los cuales verdaderamente existe el significado de “hasta que la muerte nos separe”.

Por: Xiomara Intriago y Carlos Lino

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