Seguramente ninguno de nosotros quiere sufrir de enfermedades, tragedias, robos, calumnias o accidentes. Sin embargo, hay momentos en que estas situaciones asaltan nuestra vida sin que lo queramos, tratándonos con dureza cuando al parecer no lo merecíamos. En donde pareciera que el mejor adjetivo que encontramos para describir la vida es simplemente: injusta.
He aquí millones de oraciones, lágrimas, sufrimientos, quejas, rebeldías, amarguras con Dios, con la vida, la humanidad, los demás y hasta nosotros mismos. He aquí un misterio, una parte de esta vida que no podemos ocultar, ni negar, tampoco pretender excluir. Cosas que nos hacen preguntar: ¿cómo podemos sobrellevar estas situaciones? ¿Cómo resistirlas sin abatirnos al extremo? ¿Cómo volver a tener fuerzas para continuar? Respondamos esas preguntas.
No podemos aferrarnos a cosas que pueden desaparecer y que en el fondo sabemos que no podemos asegurar. Sabemos que la salud no la vamos a tener siempre, que la muerte puede aparecer. Es difícil, pero en cierta medida podemos prepararnos. Si miramos en el fondo, muchas cosas las tenemos sobre todo como un regalo que se nos ha dado gratuitamente. En cierta manera sabíamos que las podíamos perder, que no las íbamos a tener para siempre.
En momentos difíciles es muy natural rebelarse, quejarse, molestarse, llorar, no estar dispuesto a aceptar la situación, no entenderla, preguntarse por qué a mí. Es posible no tener fuerzas y sufrir. Es bueno llorar y sacar todos nuestros pensamientos y emociones. Así como es valioso poder expresar con sinceridad nuestras angustias a Dios. Esto es el primer paso para reconocer la nueva situación en la que estamos, y poco a poco aceptarla.
Si edificas día a día sobre roca vas a poder aguantar la tormenta. Si día a día le vas encomendando tu vida a Dios, la pones en sus manos y te dispones a obrar según su amor, vas a ver que poco a poco te irás fortaleciendo, preparándote para cualquier situación.
El amor te permitirá retomar el camino. Si sigues amando no habrá dolor que te destruya. Podrás ver hacia adelante con esperanza y experimentar la alegría de saberte amado por Dios. Tendrás la paz de una conciencia tranquila, el honor de vivir justamente, el respeto profundo de los demás. La gracia de poder morir en cualquier momento y ser capaz de bendecir a todos los que te rodean. El orgullo de haber vivido intensamente y haber derramado el bien en lugares que jamás pensabas encontrar.
Nadie puede asegurarte que no vas a tener momentos duros. Por el contrario es muy probable que sí los vayas a tener. Mínimo la enfermedad y la muerte a todos nos van a llegar. Ante esto te está permitido rebelarte y llorar con todas tus fuerzas. Sin embargo, es importante aprender a aceptar la situación y seguir adelante. Siempre dándonos cuenta de que hay cosas a las que no podemos aferrarnos.
Vía: Me Cuestiono la Vida