Hoy es muy frecuente que en los hogares se perciba una falta de autoridad y un deterioro en las relaciones padres e hijos por falta de la misma. La autoridad no es algo que se impone, sino que se inspira. No requiere tanto de gritos y órdenes sino más bien de una actitud de servicio y virtudes como la verdad y la generosidad. A fin de cuentas, el objetivo de ejercerla no es que los hijos solo obedezcan sino que los prepare como hombres de bien.
El objetivo de ejercerla no es que los hijos solo obedezcan sino que los prepare como hombres de bien.
Que los hijos se sujeten a sus padres, debe ser un instrumento para perfeccionarse mutuamente dentro de la familia, pues los progenitores con sus correcciones ayudan a pulir el carácter de sus hijos y, al mismo tiempo, la exigencia a los hijos implica una coherencia que los padres deben vivir en sus vidas. Tal como señala Benedicto XVI: “la educación no puede prescindir del prestigio, que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Es fruto de experiencia y competencia, pero se adquiere sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, expresión del verdadero amor”.
La pérdida de respeto de los hijos por los padres está causando un verdadero caos en la convivencia familiar, es por esto que quisiera mencionar algunos errores frecuentes de los padres a la hora de ejercer su autoridad en el hogar.
1. Darles todo lo que piden para tenerlos contentos y que “obedezcan”. Creemos que la felicidad está en colmarlos de objetos que muchas veces ni si quiera necesitan, pero son solo caprichos. Los padres no se dan cuenta que al someterse a todos los pedidos de los hijos, solo los están convirtiendo en niños egoístas, los acostumbran a hacer lo que deben hacer con la condición de obtener algo material. No se les enseña el valor del sacrificio, del esfuerzo para conseguir lo que necesitan y ellos terminan creyendo que el pedir es razón suficiente para darles.
2. Promover la competencia con otros sobre quién tiene más. Hoy se da una competencia entre los niños, fomentada por sus padres, de quién tiene el mejor juguete o quién se va de viaje al mejor destino. Los padres caen en este juego, a veces interminable, incluso sacrificando prioridades o el presupuesto familiar; en lugar de educar a los hijos para que se alegren con lo que ellos les pueden dar y valoren a los demás por lo que son y no por lo que tienen.
3. Sobreprotegerlos constantemente. Se piensa que al no crearles disgustos, ni dejarlos sufrir se cuida su autoestima y salud mental. Disculparles todo, ser muy permisivos y nunca establecer consecuencias por violar límites y normas, solo fomenta conductas más infantiles de las que corresponden a su edad. Esto hace que los niños sean incapaces de desarrollar sus propias capacidades para vivir en el mundo.
4. Atemorizarse ante sus exigencias. No deben sentirse desconcertados ante ciertas actitudes del niño con la excusa de que “todos lo hacen y eso es lo que está de moda”. Los padres terminan dándose por vencidos y permitiendo que los hijos mismos se gobiernen, permitiéndoles, en ciertas ocasiones, palabras altisonantes o berrinches hasta conseguir lo que quieren.
5. Preferir ser amigos, que padres para sus hijos. Amigos durante su vida tendrá muchos, pero, ¿cuántos padres podrá tener un hijo?Definitivamente solo un padre y una madre. Por lo tanto, es de vital importancia que ejerzan este rol insustituible dentro de la familia, de lo contrario los niños no identificarán que existe una autoridad. Para esto, papá y mamá deben generar en el hogar un ambiente de respeto, confianza y unidad. Los niños deben percibir que sus progenitores son una sola cosa, que se ponen de acuerdo y se respaldan el uno al otro en las decisiones que toman con respecto a ellos.
Por: Paula Ávalos de Romero