Los padres hemos de enseñar a amar a nuestros hijos si queremos que tengan una vida afectiva estable y feliz
Cada vez que las noticias sobre agresiones sexuales o violaciones acaparan las portadas de los medios de comunicación, salta a la palestra la importancia de ofrecer a los menores una buena educación afectivo-sexual. Pero ¿cómo hacerlo? ¿por dónde empezar? ¿dónde parar?
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la educación afectiva va más allá de las preguntas concretas que los niños hacen, normalmente a partir de los tres o cuatro años. También es importante saber que, en definitiva hablamos de enseñar a amar y que esta es, probablemente, una de las principales lecciones que todo ser humano debería aprender en la vida.
Isabel Agustino es madre de 4 hijos, psicóloga clínica y neuropsicóloga, actualmente trabaja con familias en el Centro de Orientación Familiar de Getafe (Madrid) y da las siguientes orientaciones para abordar este asunto en la familia:
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La educación afectivo-sexual empieza cuando los hijos son pequeños.
Antes incluso de que ellos pregunten, los padres pueden enseñarles a entender lo que diferencia a unos de otros a nivel biológico. Nombrar las partes del cuerpo durante el baño puede ser una manera sencilla de empezar.
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Educar en el respeto a estas diferencias es fundamental.
El respeto debe ser hacia uno mismo y hacia los demás. En este sentido lo que más les ayudará a ser respetuosos es crecer en un entorno en el que los conflictos se resuelvan con educación, no con agresividad y en el que los adultos, sean hombres o mujeres estén en un plano de igualdad.
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Estar atentos a las relaciones que los niños tienen con sus amigos.
Si un menor se muestra seguro defendiendo sus gustos, opiniones y emociones, cuando crezca, probablemente será capaz de frenar una situación en la que alguien intente forzarle a hacer algo que no desea.
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Conocer la historia de sus padres puede ayudar a entender a los niños que las cosas más importantes en la vida requieren tiempo y espera. Esto supone ir contra corriente en un contexto en el que las relaciones de pareja a menudo se viven con muchas prisas. Precisamente por eso, es enriquecedor que tengan este tipo de información.
- Cuando en casa hay un clima de confianza para poder hablar sobre cualquier tema, los niños crecen sabiendo que pueden acudir a los padres ante cualquier duda o curiosidad que tengan. La información que obtengan de los padres siempre será mejor que la que encuentren en el patio del colegio, en una reunión de amigos, o la que les llegue a través de Whatsapp.
Ante las interrogantes:
Hay preguntas que los niños harán a los padres más pronto o más tarde y si eres padre y no quieres delegar en otros este tipo de cuestiones lo mejor es pensar cuanto antes qué deseas contarle a tus hijos sobre la concepción, el embarazo, el parto o las relaciones sexuales, por poner solo algunos ejemplos.
La pregunta de un pequeño no llegará en ese momento en el que estás a solas, en silencio y con calma para poderle explicar con tranquilidad lo que te está preguntando. Será en la pescadería, en el autobús o en la sala de espera del pediatra llena de gente y no te lo dirá bajito al oído. En el momento menos esperado gritará:
“Sé por dónde salen los niños pero ¿quién los mete ahí?” “¿Puedes avisarme cuando papá y tu hagáis lo que me han contado en el colegio? Es que necesito verlo” “¿Para tener hijos hay que estar casado?”
En estos casos Isabel Agustino recomienda tranquilidad, naturalidad y optar por una contestación del tipo, “esto que me preguntas es tan importante que te contestaré en un momento en el que tengamos la intimidad necesaria para poder hablarlo bien y sin prisas”.
Propone también que no sea solo la madre o el padre el que se ocupe de estas situaciones, porque juntos pueden aportar un información mucho más enriquecedora.
Lo que nunca se debe hacer es posponer el momento para hablar de estas cosas y no dejar que el niño se olvide, porque entonces los padres habrán perdido una oportunidad estupenda no solo para ofrecer a su hijo información y formación, sino para crecer en confianza y trabajar la comunicación en la familia.
Vía Aleteia