Una virtud muy criticada en este tiempo, pero que invita al autocontrol para valorar bien nuestros bienes.
Antes de hablar sobre cómo educar en la sobriedad a nuestros hijos, es conveniente explicar qué significa y cómo vivirla nosotros como padres, pues el buen ejemplo de los mayores es el primer paso para formar a los menores.
La sobriedad consiste en utilizar lo justo y necesario de los bienes. Es decir, que si tengo sed, por ejemplo, me tomo estrictamente lo que mi cuerpo necesita; hasta un poco menos incluso. Esta virtud va muy de la mano con la templanza, que justamente aconseja usufructuar de todo un poco menos de lo que se necesita; invitando a la persona a llevar una vida sencilla, austera y enfocada en el servicio a los demás, con desinterés y generosidad.
Esta tendencia a desparramar los sentidos nos pasa a todos, pero hay que estar en la lucha.
Este enfoque de vida no solo se aplica en la alimentación sino en todos los espacios de la vida de las personas: decisiones de compra de bienes, entretenimiento, trabajo, etc. Vivir de esta manera, principalmente, nos predispone a la contemplación de Dios para quienes son creyentes, pero también nos permite avanzar en el camino hacia el autodominio y la madurez. Nos ayuda a vivir en una libertad más auténtica, estar desprendidos de los bienes y, de esta forma, vivir en armonía con los demás.
Hoy en día, la sobriedad es muy criticada porque nos propone mantener una actitud de alerta, de control y medida hasta en las necesidades humanamente legítimas; pudiéndose malinterpretar, incluso, por algunos juicios poco profundos como sinónimo de represión frustrante e innecesaria. Las modas de pensamiento actuales, nos han llegado a convencer que la persona “merece” disfrutar al máximo de todos los beneficios que la vida y el fruto de su trabajo le permitan.
¿Búsqueda de satisfacción?
En la práctica, estas modas nos sugieren estar extremadamente pendientes del “tener”, impulsándonos al consumo absurdo y a la búsqueda de la satisfacción de los sentidos a toda costa. Apreciar y disfrutar de las cosas materiales no es negativo, sino que, cuando el corazón de la persona y la meta de su vida se enfocan solo en estos temas, se va perdiendo poco a poco su parte espiritual, pues todo el día es un bombardeo constante a cada uno de los sentidos y simplemente no hay tiempo ni espacio para el recogimiento y la reflexión interior.
La música, imágenes, sensaciones, sabores, olores nos persiguen a cada instante del día. Es así como esta forma de vida, cae en saco roto al olvidar aquella condición humana por la cual, en un momento determinado, se desordena la voluntad -el “gremlin del ego”- desubicando a la persona en el laberinto de sus caprichos. Por esto, la sobriedad nos pone alerta, mediante el control y la medida, a no descontrolarnos por el camino de la vida.
Se trata entonces de vivir felices, pero teniendo en cuenta que tenemos una natural inclinación a premiarnos más de lo que en verdad debemos, y justamente por esta razón, hay que estar siempre atentos a tener recogidos los sentidos, como llaman algunos autores. Esta tendencia a desparramar los sentidos nos pasa a todos y constantemente debemos estar en la lucha -ayer perdí, hoy gané- por lograr el justo medio.
Esta actitud constante de ser conscientes y medidos en el usufructo de nuestros bienes -y hasta de la imaginación- es un gran ejemplo para nuestros hijos. Ellos estarán contentos y admirados del autodominio de sus papás y de esta manera les será más fácil vivir en sobriedad.
Por: Carlos Viteri
Asesor líder del IMF