Cuando un juego para el smartphone consigue que la empresa creadora, en este caso Nintendo, se haga de oro en solo unas horas, algo tendrá. Cuando ese mismo juego permanece desde hace una semana entre los titulares más destacados de las noticias que nos ofrecen los medios de comunicación, no cabe duda de que estamos ante un acontecimiento insólito.
He leído informaciones que nos alertan sobre el riesgo de quedarnos sin datos en el teléfono, de acabar con la batería en muy poco tiempo y permanecer incomunicados el resto del día, incluso de abrirle las puertas a Nintendo para que entre en nuestras cuentas de Gmail con el peligro que conlleva.
También he leído informaciones sobre la locura que supone cruzar una calle mirando al móvil, el ‘allanamiento’ de espacios privados, de iglesias, de museos, por perseguir a un Pokémon, el peligro de conseguir uno en medio de las vías del metro o las avalanchas que ya han tenido lugar en puntos emblemáticos de las grandes ciudades estadounidenses.
Pero nadie ha hablado de la adicción que puede generar este juego y que, desde el punto de vista educativo y social, me parece el elemento más peligroso: se ha abierto la veda a una nueva forma de andar por la calle en la que perseguimos a unos seres digitales en un mundo en el que confundimos lo imaginario con la realidad.
Pokémon no es el primer juego que «engancha». Hemos conocido fenómenos tan llamativos como el de Candy Crush y sus fichas de colores o Apalabrados, que resultó toda una revolución. Funcionan bajo dos premisas: el usuario lo utiliza cuando se aburre y se excusa en la idea posiblemente falsa de que se desestresa. Lo cierto es que se aburre en demasía -en una ocasión incluso en el Congreso de los diputados- y abusa de su justificación.
Pokémon Go tiene, sin duda, estos dos componentes. Pero añade uno más: permite la justificación de que se emplea mientras se va a un sitio. Algo de cierto hay en esto.
De hecho, quizá consiga que los usuarios anden más, aunque constantemente se jueguen la vida si se distraen en un paso de peatones. Por cierto, en Estados Unidos ya se ha registrado el primer accidente de coche por ir persiguiendo bichitos al volante.
Es verdad que el juego está destinado sobre todo a adultos jóvenes, que fueron los que ya jugaron con Pokémon en su adolescencia y hoy disponen de teléfonos móviles y tarifas de datos suficientes, pero como padres no debemos dejar de preocuparnos por esas posibles adicciones entre hijos a partir de los 12 o 13 años.
La gran pregunta es si debemos prohibir. La respuesta es que la medida suele resultar poco eficaz porque no le podemos poner puertas al campo. Les haremos un favor mucho mayor si, desde su más tierna infancia, les educamos en el autocontrol. Porque este y otros juegos, utilizados con moderación, son una vía de ocio que tenemos que asumir: la realidad aumentada ha llegado para quedarse.
¿Cómo se educa el autocontrol? Como en todo, con el hábito que hace virtud: no se come entre horas, no se abre una bolsa de patatas en un supermercado, no se supera el tiempo estipulado para el juego, para la tele, para el deporte, para los estudios, se aprende a tolerar en silencio eso que molesta un poco como el frío, el calor, el cansancio… Si nuestros hijos saben decir ‘sí’ y ‘no’ cuando conviene, no tendrán problemas con Pokémon Go.
Vía Hacer Familia