En la convivencia familiar los padres podemos generar situaciones que ejercite e impulse la voluntad en nuestros hijos.
Hace algunos años los padres nos preocupábamos solo por el conocimiento en la educación de los hijos. Aprender matemáticas, geografía, literatura, eran nuestros principales deseos, e incluso, que dominen un idioma extranjero. Hoy también lo son, pero la educación va más allá de esoy tenemos objetivos más amplios, pues para saber hay que querer saber.
Para educar su voluntad, es preciso tener planes de acción coherentes con el propósito.
Es así como en estos días se nos plantea la importancia de educar la voluntad de nuestros hijos. Pero para ello, hay que tener presente que la voluntad es educada básicamente en el seno de la familia. En la convivencia familiar es donde disponemos de las situaciones adecuadas para forjar esta capacidad.
El autor Fernando Corominas, Presidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación (IEEE), en uno de sus textos, comparte seis áreas de la educación de la voluntad, tres de ellas corresponden a la forma, es decir, al cómo hay que educarla.
La educación con el ejemplo es elemental. El mejor ejemplo viene de casa cuando nuestros hijos ven nuestro esfuerzo por ser cada día mejores. En una ocasión un padre le dijo a su hijo: “cuídate hijo” y el hijo le contestó: “papi, cuídate mucho más, ¿no ves que yo sigo tus pasos?”.
La educación motivada tiene que ver con los premios o castigos. El mejor premio a una buena acción es la acción en sí misma y su reconocimiento. Muchas veces premiamos con algo material, lo que puede traer como efecto que nuestro hijo desee ganar algo material, como el dinero, en lugar de querer ser mejor.
La educación personalizada. Todas las personas somos únicas e irrepetibles y cada quien tiene fortalezas y debilidades. No se puede educar a los hijos en serie, sino tomando cada una de sus peculiaridades.
Para orientarnos como padres en la misión de educar la voluntad, será preciso tener planes de acción coherentes con el propósito. Para ello, debemos considerar que un buen hábito se adquiere por la repetición de actos buenos relacionados con éste, es decir, que los actos buenos que realizan nuestros hijos no son el producto de una mera coincidencia o del azar. Los padres debemos enseñarles, motivarlos y ayudarlos a la práctica de estos hábitos.
En la actualidad, varias empresas ya no aprecian únicamente los títulos y conocimientos de sus aplicantes, sino que también valoran su esencia y virtudes humanas.
Eduquemos a los hijos como personas libres, responsables, pero sobre todo con una férrea voluntad. ¡Ellos lo valorarán cuando se den cuenta de esto!
Por: Patricia Ayala de Coronel
Doctora en Planificación e Investigación Educativa
Máster en Asesoramiento Educativo Familiar