¿Quieres saber cómo vas en el camino de la maduración? Analiza algunos aspectos y diseña tu propio plan de acción.
Es una expresión que suele ser descalificadora. La escuchamos en adolescentes que riñen con alguien menor o de padres a hijos como el argumento: “cuando madures podrás hacer esto o lo otro”.
Me he encontrado en varios talleres con esta pregunta por parte de los adolescentes: “¿cuándo sabré que ya soy maduro?”
La personalidad es algo en continuo movimiento y dinamismo. No llega un día la madurez total y absoluta como visa o licencia que indica que has llegado a una meta y que allí concluye una etapa.
Continuamos evolucionando a lo largo de la vida y acumulamos experiencias que dan giros a la vida.
La personalidad la integran: la herencia, que es el equipaje genético con el que llegamos al mundo; el ambiente en donde nos desenvolvemos y las experiencias que vamos sumando desde que nacemos; por lo tanto, es única.
La personalidad la integran: la herencia, que es el equipaje genético con el que llegamos al mundo; el ambiente en donde nos desenvolvemos y las experiencias que vamos sumando desde que nacemos; por lo tanto, es única. Una persona inmadura es alguien que no ha completado apropiadamente todos estos elementos. Para comprenderlo mejor usaré como pauta el decálogo que el siquiatra humanista Enrique Rojas, especializado en trastornos de personalidad, nos describe en su artículo “¿Cómo es una personalidad inmadura?”
1. Desfase entre la edad cronológica y la edad mental. No parece de la edad que tiene, si es un adulto no actúa ni se muestra como tal, podría tal vez parecer adolescente o niño. Cuando observamos adultos o jóvenes adultos con conductas “adolescentizadas”, retrocedidos en su etapa, es que algo se quedó estancado en su maduración.
2. Desconocimiento de uno mismo. La persona madura conoce sus fortalezas y debilidades. Sabe en qué proyecto embarcarse porque sus cualidades o habilidades desarrolladas se lo permiten y rechaza aquello que es diametralmente opuesto a él porque lo evalúa bien y sabe que fracasaría. También es capaz de arriesgarse sabiendo que puede fallar, pero no se desconecta de la realidad. El inmaduro se hace castillos en el aire con sus propias capacidades inexistentes.
3. Inestabilidad emocional. Todos tenemos alguna herida del pasado, pero la persona madura las tiene asumidas de forma que eso le sirve para crecer y no para hundirse. No se auto-compadece sino que mira para adelante. El inmaduro pasa de una emoción a otra y no se sabe a qué atenerse cuando estamos junto a él. Es una caja de sorpresas permanente, diferente de la persona que sufre el trastorno bipolar.
4. Poca, baja o nula responsabilidad. No poder responder satisfactoriamente a las obligaciones que toda persona tiene en la vida familiar, laboral y social es síntoma de inmadurez. En todos los aspectos en los que nos desenvolvemos hay cosas que no nos gusta hacer y que son opuestas a nuestras preferencias. Sin embargo, las asumimos por la responsabilidad que se afronta junto con la madurez de una personalidad férrea y ejercitada para hacer lo que no quisiéramos, pero que es parte de la riqueza que nos muestra la vida.
5. Mala o nula percepción de la realidad. Sobredimensionan las experiencias que viven, exageran o minimizan las palabras o gestos de los demás, los amenazan eventos que para la mayoría pasarían por alto. No hacen una lectura objetiva de la realidad, su inmadurez los hace transformarla en algo que no corresponde.
6. Ausencia de un proyecto de vida. El inmaduro va como veleta al viento. Improvisa, no por creativo, sino por desordenado; y porque no ha sabido comprometerse con algo o alguien. No profundiza ni en el amor, ni en el trabajo, ni en nada que lo ate demasiado. Al final vive un caos.
7. Falta de madurez afectiva. El que no sabe que amar y ser amado es la clave de la felicidad, está aún perdido. El inmaduro prefiere ser un picaflor que anclarse responsablemente, porque cree que pierde su libertad y por ello vive una inestabilidad permanente. Algunas veces busca en el sexo saciar ese anhelo de amor y cae en un círculo vicioso que lo hunde en mayor grado. El maduro sabe amar y renuncia por amor, respondiendo a la altura de las exigencias y puede ser feliz.
8. Falta de madurez intelectual. La madurez no implica tener un coeficiente tan alto sino ser capaz de evaluar los diferentes aspectos que va presentando la vida para tomar decisiones acertadas y próximas a la realidad, dando soluciones que resuelvan problemas concretos. Quien tiene un déficit en este aspecto no analiza con juicios apropiados las situaciones, no racionaliza acertadamente, no puede llegar a conclusiones válidas sino más bien equivocadas.
9. Poca educación de la voluntad. La voluntad es el músculo que, bien entrenado, conduce a las metas. Ya sabemos que llegan más lejos los de voluntad firme que los inteligentes que carecen de ella. Los inmaduros tienen ese músculo flácido y por ello quieren hacer siempre lo que les apetece, en vez de lo que deben hacer. Suelen ser personas a quienes la crianza les concedió todo, volviéndolos engreídos y sin autocontrol de sus impulsos. Son débiles, caprichosos y se les hace difícil vencer la adversidad.
10. Criterios morales y éticos inestables. Un alto porcentaje de las decisiones se toman con los valores morales. Cuando están bien interiorizados es la brújula interna de los actos. Sin embargo, cuando no forman parte del eje de acción de la persona, esta opta por lo que otros dicen. Vive en un permanente relativismo que depende de las corrientes del momento y entorno que lo rodea. No es una persona confiable.
¿Quieres saber cómo vas en el camino de la maduración? Analiza uno por uno de estos aspectos y diseña tu propio plan para crecer en aquellos puntos que veas flojos o que más te cuesten en el desarrollo de tu personalidad.
Por María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar
orientar.tuvida@gmail.com