El cambio de año nos da un campo inextinguible para la reflexión personal y proyectarnos para la lucha en familia hacia el siguiente año.
Estamos a pocos días de terminar el año. Algunas personas reflexionan sobre cómo fue el periodo que finaliza y ya hacen planes para el próximo. Ante tal circunstancia, San Josemaría, un santo de nuestro tiempo, nos imprime optimismo, esperanza, decisión –con la conocida frase del epígrafe– de que todo irá mejor si aceptamos tal desafío con cara a Dios y, muy en concreto, con cara a los más cercanos, a nuestro prójimo, a quien está al lado, muy junto a nosotros: nuestra familia.
Sin embargo, las inquietudes que priorizan nuestra atención giran, por lo general, alrededor de lo urgente, quizá, apremiante: lo económico, la salud, el bienestar, la comodidad y otras cosas que nos alejan del ideal trascendente de pensar en los demás antes que en nosotros mismos.
Examinarse para ser mejores
“Una vida sin examen no vale la pena ser vivida”, es una sentencia atribuida al gran Sócrates. Ciertamente, aplicable a la conclusión de esos últimos doce meses: ¿cómo llevo la relación con mi cónyuge? ¿Cómo está mi “balance emocional” con aquellos a los que digo que amo? ¿A cuál de nuestros hijos, ese, el que más me ocasiona preocupaciones, le dedico tiempo y dedicación? ¿Cuál es ese defecto al que tengo que seguir combatiendo? ¿Qué debo hacer para tener coherencia entre lo que predico y practico? ¿Cómo puedo intentar ser ejemplo de serenidad, de amabilidad, de ecuanimidad? ¿Cómo actuar para brindar confianza a quienes me rodean y no intentar siempre ser yo el centro de atención?
Solo depende de cada uno de nosotros el que valga la pena examinarnos, pero con estrictez, sin compasión, porque eso nos conducirá a luchar por ser mejores. ¡Es todo un año! Si Dios lo permite: 365 días, miles de horas, de minutos, de segundos, que nos regala para esa lucha; para a veces perder, a veces ganar, pero la satisfacción íntima de habernos esforzado en la batalla estará en nuestro corazón, sin aplausos, sin premios ni reconocimientos públicos, solo en la profundidad de nuestra alma.
Nosotros, la herramienta para la comunicación en la familia
En medio de la turbulencia que nos somete la sociedad, de aquellas ideologías raras que nos rodean, en medio del materialismo y de la superficialidad que presenciamos a nuestro alrededor, mirando la abstracción que ocasionan esos aparatitos electrónicos, deberíamos ser quienes contribuyen a una mejor comunicación entre los miembros de la familia. Éste es un factor indispensable para la armonía y relación, para la comprensión y para el entendimiento cabal, evitando percepciones y suposiciones erradas.
Como vemos, el cambio de año nos da un campo inextinguible para la reflexión personal. Pero… una reflexión sin acción es desperdicio. Requerimos de acciones concretas, puntuales; ojalá no muchas, solo pocas, solo aquellas que estemos convencidos de que sí las podremos cumplir. Conviene pensar en todo ese tiempo que malgastamos durante el año, en tanta minucia y urgencia, en tanta actividad infructuosa, sin razón ni meta. Sí es valioso aquel tiempo para luchar por ser mejores. Solo así podremos hacer felices a los demás, con base en nuestra propia felicidad.
Por: Roque Morán Latorre
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