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Existe una tradición que se remonta al siglo XVI, consiste en prepararnos los siete domingos anteriores a la fiesta de San José (19 de marzo). A acudir con especial detenimiento al Esposo de María Virgen, para expresarle cariño y pedirle mercedes.

El día de San José conmemora al patrón universal de la Iglesia Católica. Es llamado el Santo del silencio, porque en los relatos bíblicos no aparece ninguna palabra pronunciada por él; solo su fe, amor y comprensión por María y Jesús. En algunos países el Día de San José coincide con la celebración del Día del Padre ya que este es considerado el modelo de esposo y padre cristiano, patrón de los trabajadores y de la buena muerte.

Se suelen considerar, los principales misterios acontecidos a los largo de su vida en la tierra entretejidos de gozos y dolores. En estos se refleja de algún modo toda vida humana, la nuestra, y en la que encontramos luz. Serenidad, fortaleza, sentido sobrenatural, amor a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo y a la Santísima Virgen.

Toda la vida de San José fue un acto continuo de fe y obediencia en las circunstancias más difíciles y oscuras en que le puso Dios. Él es al pie de la letra “el administrador fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia” (Lc 12, 42).

 

El primer domingo de San José: El papel que le reservó Dios en su vida

San José es el Patrono de la Iglesia Universal y el mayor de los santos que están en el cielo, después de su esposa, la Virgen María. San José fue el que estuvo más cerca y con más intimidad trató a Jesús, el Hijo de Dios, y a su esposa María. Por eso es tan poderoso en su intercesión. 

San José no solo es patrono de la Iglesia, sino intercesor y patrono en casi todo. De modo particular de las familias, de todos los trabajadores y especialmente de los artesanos. También es patrono de los moribundos y “terror de los demonios”. Asimismo, es guardián de las vírgenes, “espejo de la paciencia”, varón “fidelísimo” y tantos otros que la devoción popular a lo largo de los siglos se ha condensado en las llamadas “Letanías de san José”.

Segundo domingo de san José: Ante las dificultades, fe

En el segundo domingo, el Evangelio de san José nos lleva al nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. El nacimiento de Jesús fue accidentado. Nos dice el evangelio de Lucas (Lc, 2, 1-9) que estando María encinta, al final de su embarazo, una Ley del César de Roma obligó a que se censaran todos los ciudadanos del Imperio Romano, cada uno a su ciudad de origen. José, como hijo de David, se desplazó desde Nazaret a Belén, a 160 kilómetros de distancia.

El viaje fue duro. Al llegar a Belén nadie les acogió. No había sitio en la posada, ni nadie les dio cobijo. Llegado el momento del parto, Maria tuvo a su Hijo en un establo. El Hijo del Hombre, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, quiso nacer en un pesebre. 

María y José estaban tan unidos a la voluntad de Dios que aceptaron su situación. Debió ser un gran dolor para José. Como cabeza de familia aquello suponía un gran fracaso, pero Dios es imprevisible. José empieza a conocer el paso de Dios que no coincide con el de los hombres.

Después del dolor vino el gran gozo de José y de María al ver y escuchar a los ángeles cantando. “Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Y vinieron los pastores a adorar el Niño y José se lo mostraría con la ilusión de un padre.

Tercer domingo de san José: Entra en su cálido hogar

Después del nacimiento de Jesús, José se afanó en buscar una casa para su familia. A esto debió dedicarse los siguientes días, además de procurar el sustento familiar. María, que quería muchísimo a su esposo, tenía una confianza enorme y sabía que con la ayuda de Dios lo solucionaría.

A los ocho días del nacimiento del Niño le circuncidaron (Lc, 2, 21) y le pusieron por nombre Jesús. Según le había anunciado el ángel en sueños a José (“y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” Mt, 1, 21). De este modo es como José vio derramar la primera gota de sangre del Redentor y tuvo pena por él, le dio un salto su corazón. Su dolor cambió en gozo cuando le pusieron por nombre Jesús, como el ángel le había anunciado.

El Evangelio nos presenta a José de Nazaret como un hombre del pueblo, con la cabeza muy bien amueblada y nada atolondrado. Es seguro que José era un hombre amable, cariñoso, servicial. Se había enamorado de María profundamente, con la delicadeza de quien conoce bien la naturaleza femenina, al tiempo que recibía con agradecimiento y de corazón los detalles de amor que le preparaba su esposa.

Vía: Aleteia.org

Continúa en: Los siete domingos en honor a San José (segunda parte)

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