La decisión de dejar el propio país por amor a una persona es dura, y el desarraigo no es fácil de aceptar
Las parejas con un miembro extranjero constituyen un recurso importante para las comunidades multiétnicas, porque una de las características de este tipo de relación es el encuentro y la negociación continua de las diferencias. Este proceso es parte de la vida de todas las parejas, pero cuando hay una persona extranjera, resulta más evidente e intenso.
Sin embargo, frecuentemente hay un desequilibrio inicial entre sus miembros, porque uno de ellos vive el proceso de la migración, caracterizado por el desarraigo y el esfuerzo de la adaptación a un nuevo país, mientras se constituye la pareja, y el otro no.
El inicio de estas historias de amor suele ser una coincidencia increíble e inesperada que permite el encuentro de dos personas de países diferentes. La atracción de los opuestos se vuelve muy evidente en los casos en que los que hay una gran distancia física y cultural entre los lugares de origen. En algunas ocasiones, conseguir consolidar la pareja y vivir en un mismo país se vuelve una auténtica odisea debido a las dificultades prácticas y burocráticas que esto conlleva, por lo que en la historia de muchas de estas parejas hay largos periodos de espera y de amor a distancia.
La elección de dónde vivir juntos no suele ser fácil y en algún momento, uno de los dos lleva a cabo una gran decisión: dejar su tierra, familia, amigos y un estilo de vida, para mudarse al país del otro y consolidar una relación.
Esta elección puede tomarse de muchas maneras, de forma impulsiva o reflexiva, en plena fase de enamoramiento o de “locura temporal”; o también en una fase de amor más maduro, en la que se acepta al otro entero, con virtudes y defectos y se decide apostar por la relación.
Sea como sea, el hecho de haber escogido dejar el propio país para mudarse al del otro por amor, no quita el dolor de dejar la propia tierra, ni tampoco la fatiga y el esfuerzo de adaptarse a una cultura diferente. Durante los momentos de dificultad, el riesgo de echarle en cara al otro este sacrificio y de “hacérselo pagar” es muy grande. Por otro lado, esta gran renuncia de uno de los miembros de la pareja puede llevarnos a pensar que la persona que acoge al otro, en su tierra, con su familia y amigos y con su estilo de vida, haga un menor esfuerzo, como si hubiera una competencia de quién se ha sacrificado más por la relación. Quien recibe al otro, necesita abrir un espacio muy grande en su vida para que el miembro extranjero quepa completo, incluso con el desgarro de la migración, la eterna nostalgia por su familia y el sobresfuerzo para adaptarse a un país distinto. Quien acoge, vive la ardua tarea de sostener y acompañar al otro en el proceso de trasplantar raíces, casi como si se convirtiera en la “columna vertebral” de la relación, porque constituye un punto fundamental de referencia y de contacto con la nueva cultura. El riesgo de sentirse siempre culpable e impotente por el sacrificio del otro, es muy grande.
Algunas ideas que podrían ayudar a encontrar un mayor equilibrio en este tipo de parejas son:
- Expresar explícitamente nuestras expectativas
- Recordar que amar al otro implica también el respeto por su cultura y por su historia
- Tener presente que en la mayoría de los casos, una de las dos familias de origen vive muy lejos, en otro país, por lo que la relación con cada una de éstas suele ser muy distinta.
- Buscar formas de ir haciendo nuestro el nuevo país, de “apropiarnos” de la nueva tierra y de la nueva cultura.
- Tratar de hacer amistad y de compartir experiencias con parejas parecidas a la nuestra.