En los países occidentales más ricos se ha desatado una carrera: la de quien legaliza antes a las uniones de homosexuales, equiparándolos en todos los aspectos, incluidos los económicos.
No podemos entonces importar ideologías que su objetivo no es otro sino: destrozar la familia, el matrimonio, nuestros niños, nuestro futuro y finalmente nuestra Nación. Pues una ideología de género no ayudará en crecimiento de nuestra Patria sino la herirá y la destrozará.
Parece que una minoría bien organizada se ha empeñado en atacar el mejor tesoro que tiene la sociedad: la familia. Para ello, este grupo eligió el camino de desprestigiar la familia, banalizar y prostituir al matrimonio. Llámense como quieran a estas uniones entre homosexuales, pero jamás sean llamadas ni equiparadas al «matrimonio». En Alemania las llaman: «Sociedades de Vida Registrada».
En ninguna otra época como en la actual se ha aceptado el hecho de la homosexualidad con tanta comprensión como hoy. Lo que la Iglesia y la sociedad condenan en los homosexuales es lo mismo que condenan en los heterosexuales: el uso del sexo fuera de los límites de toda razón y moral, el engaño disimulado y la degeneración social.
Afortunadamente, gran parte de la sociedad y la Iglesia no se rigen por modas, no se venden por unos votos más o menos y no se doblega por presiones de ningún foro.
Lo triste que en nuestra sociedad se haya detenido tanto en sus costumbres que aquí nadie sabe ya lo que es bueno o malo. Todo vale. Lo realmente vergonzoso y lamentable es que se haya elevado a la categoría de fundamento, lo que no pasa de ser una vulgar degradación social y política.
La legalización de uniones entre homosexuales no es más que el anillo de una larga cadena, un combate que no tiene más objeto que despistar al personal sobre una guerra mucho más amplia y trascendental: la destrucción de la civilización cristiana occidental. Un marxismo trasnochado fracasó silenciosamente en el intento, pero algunos aún no se han enterado; un capitalismo en continua adaptación a los problemas sociales puede ser igual de peligroso.
El matrimonio es una institución esencialmente heterosexual, es decir que no puede ser contraído más que por personas de diverso sexo: una mujer y un varón. A dos personas del mismo sexo no les asiste ningún derecho a contraer matrimonio entre ellas. El Estado, por su parte, no puede reconocer este derecho inexistente. Fabricar moneda falsa es devaluar la moneda verdadera y poner en peligro todo el sistema económico. De igual manera, equiparar las uniones homosexuales a los verdaderos matrimonios, es introducir un peligroso factor de disolución de la institución matrimonial y, con ella, del justo orden social.
Los defensores de la ideología del género, ¿son realmente una pandilla de enloquecidos?: Nietzsche terminó sus días en un psiquiátrico, W. Reich murió en una penitenciaría psiquiátrica, diagnosticado de paranoia y esquizofrenia progresiva, Kinsey era sadomasoquista y pedófilo, Althuser estranguló a su esposa, Bataille fue partidario del satanismo orgiástico, Foucault tuvo varios intentos de suicidio, era politoxicómano y padecía una grave enfermedad del sistema nervioso, Margaret Sanger terminó internada en una clínica con delirio alcohólico, K. Millet es una enferma mental con tendencias suicidas, Shulamit Firestone paso varios años en una clínica psiquiátrica, E. Fischer, M. Drago y E. Frankfurt se suicidaron.
El matrimonio formado sobre la base de un hombre y una mujer no lo dice solamente la Iglesia sino confirma lo que dice la Ley Natural. Y es que no hay que olvidar que la naturaleza no perdona.
Por Obispo de la Diócesis de Oruro. Presidente de FUNDAVIDA
Vía: La Patria en Línea