Si de algo podemos estar seguros es que, algún día, vamos a morir. Por ende, las personas alrededor nuestro también lo harán.
Claro está que atravesar una pérdida no es fácil, por más que sepamos que algún día este momento va a llegar. Todo lo contrario, es una tarea difícil y dolorosa, pero debería ser natural. Esto quiere decir que la mayoría de personas no van a necesitar ayuda para elaborar un duelo. Sino que van a ir trabajándolo poco a poco de manera activa por medio de recuerdos, de demostraciones de afecto, de diferentes sensaciones físicas y emocionales. En diferente tiempo unos de otros por que no existe una regla fija pero lo que si es real, es que esta mayoría de personas va a ir aprendiendo a vivir con la ausencia del fallecido.
Pero… ¿qué pasa con los que no?
Ahí es donde entra el duelo patológico. La diferencia clave entre el duelo normal y el patológico radica en la intensidad y duración de los síntomas. Mientras que en el duelo normal existirá tristeza, desgano, decaimiento, enojo, etc., durante un período de tiempo, este no impide hacer la vida cotidiana común de la persona. En cambio el duelo patológico sí afecta de manera significativa el día a día de quien lo padece.
La tristeza no suele ser una tristeza normal sino mas bien sumamente intensa que podría llegar a ser una depresión. El desgano o el decaimiento no le permiten a la persona realizar mucha de las tareas que normalmente realiza. Esto mismo sucede con otros sentimientos como el enojo. En este tipo personas, el enojo suele ser sumamente intenso, ya sea hacia sí mismo por no haber realizado tal o cual cosa antes de, o hacia la persona fallecida, por el hecho de haberse ido o de no haber tenido suficiente tiempo juntos.
La duración es un punto clave en este tipo de duelo. Pasados los 6 meses de estos síntomas más intensos y posiblemente desadaptativos, es cuando ya se comienza a considerar clínicamente como un duelo patológico.
Síntomas de alerta:
- Sentimientos de culpa por el fallecimiento o la falta del ser querido.
- Deseo reiterado de morir con la persona amada.
- Preocupación patológica por lo que “pudo haber hecho y no hizo”, con sentimiento de inutilidad.
- Enlentecimiento psicomotor.
- Falta de iniciativa y de motivación en tareas cotidianas.
- Deterioro de relaciones personales y afectivas.
- Incapacidad para realizar labores de forma efectiva.
- Aislamiento.
- Cambios bruscos en la personalidad.
- Ingerir bebidas alcohólicas o sustancias psicotrópicas recurrentemente.
¿Que hacer?
La poción mágica va a estar en la psicoterapia. Nada como trabajar con la palabra para poder ir desenroscando el dolor por una pérdida. Esta se trabaja con diferentes tipos de tareas en las que se busca ir elaborando y procesando el duelo, para así identificar las áreas en donde más está afectando la pérdida.
Es importante implicar a familiares cercanos que puedan ser apoyo desde fuera y aportar con los cuidados y supervisión del paciente, darle su espacio para ir trabando según su propio tiempo. No hay una pauta fija, siempre se debe anteponer las necesidades y proceso propio de cada uno.
Ahora, no se debe descartar el tratamiento psicofarmacológico de ser muy necesario. Esto sería en caso de que los síntomas ansiosos, depresivos o las alteraciones del sueño sean muy intensas y no le permitan al paciente trabajar fluidamente la psicoterapia, ni reintegrarse a su vida cotidiana normal.
Por: Psic. Cl. María José Barredo S.
Máster en Cuidados Paliativos y Psicoterapia
mjosebarredo@gmail.com